La Navidad, de Diego J. García Molina

Navidad

Estamos, un año más, en ciernes de celebrar la Navidad. Navidad en nuestra tradición judeo-romana-cristiana, en otras culturas solsticio de invierno, saturnalia, etc.; el fin del acortamiento de los días siempre ha tenido un significado especial en la mayoría de las civilizaciones antiguas. Se trata de unas fechas especiales para casi todo el mundo, unas fiestas esencialmente familiares, ese núcleo familiar cimiento y sostén de nuestro modelo de sociedad. ¿Que habrían hecho tantas familias sin el apoyo y ayuda de padres, tíos, o abuelos en esta maldita crisis de la que no terminamos de salir, camino de convertirse en crónica, gracias a la ineptitud, ceguera y egoísmo de nuestra clase política?

En mi caso concreto, he tenido épocas donde me han entusiasmado, y otras dónde he estado temiendo que llegara y deseando que terminara. Lo que siempre ha sido denominador común en todas han sido los juguetes, las cenas familiares, los regalos, el frío, los reencuentros con amigos, la ilusión de los niños, los buenos propósitos de año nuevo, y por supuesto, ese fin de fiestas del día del niño en Abarán; cuántos recuerdos.

No puedo dejar de acordarme de los días que estará pasando la familia de la mujer asesinada por un psicópata violador reincidente y homicida en Huelva, o en un caso más cercano, del ciezano en coma en el hospital tras una agresión en una pelea, desgraciados sucesos que nos recuerdan amargamente la fugacidad de la existencia.

Paz y amor puede parecer un tópico navideño (o un eslogan hippie) pero desgraciadamente, a pesar de que la mayoría de las personas tenemos esos propósitos, vemos cómo el mundo se escora cada vez más hacia el odio y la guerra. Es un hecho que 100 odiadores tienen más influencia que 1.000 bienintencionados; la inacción de todos permite estás barbaridades. Dijo Ghandi que “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”, afirmación con la que no puedo estar más de acuerdo.

En estas fiestas, celebraremos con los que están y nos acordaremos de los que ya se fueron. Aun así, deben ser momentos de alegría, reconfortarnos por el tiempo vivido y del que nos queda por vivir, aunque muchos de ellos sean duros y tristes. Así es la vida; un valle de lágrimas, de risas unas veces, y de llantos en otras. Esta vida, que no es más que otro paso en el enriquecimiento y experiencia de nuestra alma inmortal, esa alma imperecedera que describía Platón hace casi 2.500 años. ¿O acaso alguien es tan arrogante para pensar que este pequeño y miserable planeta es el principio y fin de toda existencia? Seguiremos viéndonos al final de la calle, pero eso será ya el año que viene. Feliz Navidad, y próspero año nuevo.

 

 

 

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