La motivación en la enseñanza, por Toñi Medina

La motivación: pieza clave para el éxito

Cuando alguien ejerce cualquier oficio con motivación, con pasión y entrega, estando seguro de lo que hace y sabiendo muy bien cuál es el objetivo final, el que está al otro lado, en mi caso, mis alumnos y alumnas, no pueden evitar sucumbir y beber de esa misma esencia que les llega, esa pasión, y entonces es cuando el aprendizaje se convierte en algo realmente significativo, entonces el niño que muchas veces se pregunta – Y esto, ¿Para qué? – entiende realmente por qué tiene que seguir las directrices de su maestro.

Quien esté leyendo esto se habrá podido imaginar que la que escribe es una maestra, una docente enamorada de lo que hace. Y es que, no entiendo de otra manera el ejercicio de mi trabajo sino es desde el amor, la cercanía, la pasión y la entrega plena. Esos elementos desembocan al final en un punto de no retorno. Cuando a mis alumnos les llega todo esto que les intento transmitir, enseñar, en el aula día a día, entran sin darse a penas cuenta en una espiral positiva de emociones, en un mundo del que ellos mismo forman parte, ni si quiera es necesario crear un mundo imaginario ni ficticio, no. Estoy hablando de la realidad, de la sociedad de la ellos mismos forman parte.

En la educación, los maestros no solo nos dedicamos a enseñar contenidos. Las matemáticas, por citar alguna de las materias, son necesarias, por su puesto, y no precisamente con un objetivo a larguísimo plazo de formar para el futuro al mejor científico de la historia, no. La lengua, los idiomas, la propia historia, desde el paleolítico hasta la era moderna… ¿Qué mejor motivación puede haber que aprender hechos del pasado para conocernos mejor a nosotros mismos, saber de dónde venimos y evitar caer en los errores del pasado?

Muchas veces me he encontrado con alumnos que han llegado con folios que carecían de interés alguno y han terminado enamorados de ese contenido en concreto, llegándome a decir: – Profesora, es que tú enseñas con amor, mirándome a los ojos. Estas palabras me las llegó a decir en concreto un alumno inmigrante, de Nigeria, cuando le trataba de explicar para su examen de recuperación precisamente la inmigración y la natalidad en países desarrollados frente a los subdesarrollados.

En el transcurso de mi práctica docente me he ido dando cuenta que no es necesario hacer cosas grandiosas en la educación ni programaciones didácticas de otra galaxia con materiales inaccesibles, sofisticados, tecnológicos…

En realidad, lo más valioso y lo que realmente a un alumno le llega al alma es que su maestro, su profesor, sea capaz de mirarlos a ellos, los haga partícipes de eso que sea que les esté explicando, transmitir incluso más con la mirada que con su proyección vocal.

 

 

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