La lecturas y reflexiones veraniegas de Diego J. García Molina

Lecturas veraniegas

Aprovechando unos días de vacaciones, he devorado con fruición la trilogía Falcó del maestro Arturo Pérez-Reverte. Es fascinante el mundo paralelo y los personajes que ha creado, mezclando hechos históricos con ficticios, alrededor de la contienda que enfrentó a dos bandos irreconciliables en la guerra civil española; irreconciliables como comprobamos horrorizados hoy día, al menos algunos, con las cotas de odio que se está alcanzando en la confrontación política, donde hoy prácticamente todo vale con tal de perjudicar el adversario.

Como en todas sus obras, el escritor cartagenero nos describe hombres y mujeres complejos, con sus contradicciones y fantasmas en la mochila. Lo único que es simple para ellos en esta novela es la falta de escrúpulos a la hora de cumplir con las órdenes recibidas de sus respectivos mandos, aunque ello incluya el asesinato a sangre fría. Así son las cosas en este mundo, esas son las reglas no escritas y quien se atreve a jugar con estas debe estar dispuesto a pagar el precio cuando salga el 0 en la ruleta; la banca gana, mala suerte amigo.

Desde que nuestro profesor de segundo de BUP nos encargó como tarea la obligada lectura de la novela El maestro de esgrima (lo cual nunca podré agradecer lo suficiente) Pérez-Reverte me ha acompañado en mis ratos de ocio, tanto en su columna semanal como en su numerosa y prolífica obra escrita. Debo reconocer que es mi autor contemporáneo favorito y pocas de sus historias me restan por leer.

Tras acabar, como decía, con la, hasta el momento, esperemos, tercera aventura de Lorenzo Falcó, me enfrasqué con la que creo que es una de sus obras más íntimas, El pintor de batallas. Es esta una obra dura, difícil de digerir, casi en primera persona. Cuenta muchas de sus vivencias y experiencias en las numerosas guerras a las que asistió como reportero de guerra, pero también es una historia real como la vida misma, quizá por ello es tan impactante. Relata una interesante historia de casualidades, causalidades, del sentido de la vida, de las personas y sus motivaciones a la hora de actuar, del efecto mariposa sobre nuestras raquíticas y fugaces existencias.

Pero también se refiere a la cruel naturaleza humana. Homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre, como popularizó Thomas Hobbes a partir de una frase de la obra de Plauto Asinaria; no obstante, Perez-Reverte va mucho más allá, aunque Plauto fue también soldado, ellos no vieron las guerras modernas donde el ataque a la población civil de forma indiscriminada está a la orden del día. El lobo caza, mata, se alimenta; para sobrevivir. El hombre lo hace en muchos casos por crueldad intrínseca, innata, inexorable cuando se encuentra en peligro o en una dinámica de grupo que casi le obliga a participar. No hay duda de que las guerras sacan a la luz lo peor de la naturaleza humana. Personas que han vivido una existencia apacible de pronto son movilizadas para la lucha y en pocas semanas se convierten en máquinas de picar carne, en asesinos despiadados, que muera el otro antes de que muera yo, capaces incluso de torturar y asesinar por odio de cualquier índole, ya sea religioso, étnico, o simplemente obedeciendo instrucciones de un superior.

Todo esto y mucho más nos expone en esta profunda obra el laureado miembro de la Real Academia Española; sin embargo, tras analizar de forma conjunta ambas obras, El pintor de batallas y Falcó, y las noticias de nuestro entorno (asesinatos por encargo, trafico de armas y drogas, personas coaccionadas a la prostitución en régimen de casi esclavitud, corrupción política, estafas, entre otras), me doy cuenta de que sin estar en una guerra declarada tenemos a nuestro alrededor multitud de personas que sin ningún miramiento o reparo se dedican a aprovecharse y maltratar al resto de la población que intenta pasar por la vida con el mínimo de problemas, ajenos, o más bien, desviando la vista, ante el horror que sufren los lamentablemente escogidos como damnificados, ojalá no me toque a mí.

Precisamente en el momento que escribo estas líneas leo la noticia de la desarticulación de una red de prostitución que tenía retenidas a 15 mujeres, deteniendo a 9 proxenetas. Ya sabemos lo que esto significa porque lo hemos leído en infinidad de ocasiones: palizas, violaciones brutales, amenazas, y la esperanza del saldo de una deuda ficticia que nunca termina de ser abonada. Al mismo tiempo, es el día mundial contra la trata de personas. Qué bonito, ¿verdad? Marcar un día en el calendario no soluciona nada, y es triste ver a los gobernantes y políticos con influencia real en estos casos no hacer nada para poner soluciones reales. No estoy en contra del intercambio de favores sexuales por dinero (sería tema para otro artículo) pero sí, obviamente, y como todos, en contra de la esclavitud sexual y la trata de personas. Poner el foco en este problema inasumible en el siglo XXI es obligación de la sociedad como conjunto. No podemos permitir que mujeres en su mayoría, aunque también hombres, sufran la agonía de este tipo de vida de la que es imposible escapar, además de los traumas y pesadillas que les acompañaran el resto de sus vidas. Lamentablemente, no veo a ningún partido de los actuales con representación levantando esta bandera en defensa de las víctimas, ocupados como están en sus luchas de poder. Tendrán que ser otros quien lo hagan.

 

 

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