He tenido que volver a la panadería a preguntar qué llevaba el submarino de crema. No veo, escucho, entiendo, comprendo, reflexiono, analizo, experimento, calculo, canalizo, pienso, por qué ha tenido que dimitir el secretario de organización del Partido Socialista, Santos Cerdán. No me entra en la sesera (yo que, como apodo familiar, soy conocido como ‘el seso abierto’).
Es una historia familiar muy larga que se remonta al siglo XIX. Una coz salvaje. Unos vecinos gritando que le habían abierto los sesos a un antepasado mío. Ni así, siendo un seso abierto, me entra la dimisión; al contrario.
Este hombre debería haberse puesto inmediatamente en marcha y haber escrito un libro sobre ‘Ética y patria en el bocado’. Debería estar saltando la rana de plató en plató de televisión, a hombros de su partido como un héroe de leyenda, negando los hechos, negándolo todo, con una camiseta de esas de ‘I love Esperanza Aguirre’. Solicitando, taxativamente, en cada medio de comunicación la dimisión de Núñez Feijóo. Ofreciéndose a las AMPA’s para presentar su libro ante un público juvenil, foros y debates, desayunos informativos, bien abrigado de fuertes convicciones. Sin olvidar el famoso truco presocrático.
Dentadura postiza. Se quita la dentadura postiza. —¿Alguien cree que puedo morder algo sin esto? Naranjas de la China.
Hacer camino. Pecho palomo. Seat 131 sin aire acondicionado. Porque es a mí a quien han robado las malditas empresas. Porque he sido yo quien ha cogido la pala para quitar las últimas pirámides de gravilla. Filtrar eso a la prensa, que nadie se va a dar cuenta.
Hacer camino. De un tenso rostro disimulado y disuelto en la ley. Con el apoyo total de familia y colegas. Un corporativismo tan absurdamente inmenso que, de un plumazo, acabas con mil clínicas de psicología. ¿Psicoanálisis? Mamandurrias.
En la imaginación de una comisión del Senado, una pose de no saber nada, de no estar en nada, de no ser en nada. Alguien que viene de otro planeta. Media sonrisa. Ahora gesto grave. Ahora gesto convincente: un contrato en diferido.
Apelar, sin implorar (pues quedaría muy feo), al auto famoso del juez Hurtado, también famoso. Otro héroe nacional. Dios, patria y juez Hurtado, y nada más.
—¿Por qué dimitir? —pregunta con gesto incrédulo ante una audiencia que se ha transformado de leones a niños. Niños. ¿Por qué dimitir?
No de cualquier manera en cuanto a las formas y puesta en escena, sino todo el Consejo de Ministros sujetando el cuerpo de Santos Cerdán en posición horizontal. El nuevo héroe de la derecha española; ahora, en horas muy altas, pidiendo dimisiones urgentes: Mazón, Abascal, Tellado, Bendodo, Marisol.
—¿Marisol?
Cervecitas urgentes como dimisiones. Esa rica libertad. Ese Madrid espacio free. Tracatá, tá.
Ese rascacielos de multa si te da por concretar la idea de tu amor por Lidia en forma de pancarta en la universidad. Te amo más que a una filtración de la UCO.
Debería, en cualquier caso, seguir en su puesto. Aún achicharrado en la parrilla.
Nadie se ha comido al juez peinado y míralo: se ha dorado como una lubina al sol de hacer lo que le da la gana. Respaldado, como debería estar Santos, por todos los que amamos la feliz transición. Igual que hacen los jueces cuando se dejan las tijeras de cortar puntos de sutura clavadas en un hígado humano, como en la parábola aquella del atún y el nirvana.
—¿Qué?
Un atentado asqueroso a la separación de poderes. Peligroso. Están terminando con el pacto social. Con el estado de derecho. Dándole estoque, descabello.
Como cuando dicen que algunos jueces están haciendo unas cosas muy raras. Eso sí, el Consejo del Poder Judicial, con su presidenta al frente, diciendo que todo eso es como clavar agujas en las uñas de la separación de poderes, junto con ese hombre con la herida abierta y las tijeras clavadas en el hígado. ¿Quién es usted? Ponga una querella y déjeme a mí en paz.
Porque si algo nos ha enseñado la política española es que la verdad es un concepto flexible. Porque si Aznar no dimitió por las armas de destrucción masiva, ¿por qué lo haría él? Porque si Ayuso puede defender cualquier causa con la fuerza de un dogma, Cerdán debería haber hecho lo mismo.
Pero no. Se fue. Y con él, el espectáculo. Veremos.