La ideología como negocio, según José Antonio Vergara Parra

La ideología como negocio

Entre esperanzas espectrales y analgésicas escaramuzas aparecen,  entreverados, momentos de pesimismo que conviene aprovechar con celeridad. Y es que, aunque me duela reconocerlo, el desánimo ilustrado atempera la candidez.

Los trasuntos de la polis nunca me fueron ajenos aunque cada cierto tiempo, y por motivos terapéuticos, pongo distancia por medio. En ocasiones, conviene acudir a razones finalistas para describir ideas y conceptos. La política vendría a ser la ciencia que se ocupa y preocupa por el bien común donde la libertad, la felicidad y la dignidad de todos los miembros de la comunidad queden garantizadas.  En términos etimológicos, la ideología es o debería ser el discurso racional de ideas. Una definición muy hermosa pues la razón y las ideas conformarían un dueto inseparable. Gestar ideas irracionales sería tan nocivo como estéril una razón yerma o meramente contemplativa.

La ideología sería a la política lo que el mármol blanco al cincel de Miguel Ángel. En aquel bloque frío  y amorfo de mármol, El David siempre estuvo en realidad. El genio toscano sólo tuvo que eliminar la roca sobrante. El David, como la ideología, no fue la coartada sino la razón pura de todo. El David fue la verdad y la belleza definitivas de quien, con pericia y clarividencia insuperables, martilleó y cinceló cuánto fue preciso.

Es casi imposible acercarse a realidad alguna sin que antes o después aflore fango. Es como si bajo la tierra que pisamos hubiese un descomunal lago de cieno que, al horadar la superficie, acaba emergiendo. Eso mismo le ocurre a la ideología; que ha dejado de ser un instrumento al servicio del bien de los comunes para convertirse en un negocio para opulencia de unos pocos.

Olvídense del discurso racional de las ideas y sean bienvenidos a la construcción egoísta de dogmas. Tal vez, salvo efímeros momentos de bonhomía y justicia, siempre fue así. Con el advenimiento de la democracia todo se ha vuelto más sutil aunque no menos evidente. Sigue habiendo tiranos, reyezuelos y purpurados con insaciables ansias de poder y dinero. Pero necesitan mercenarios de la pluma o la voz para amaestrar a las masas. Y es justo en esta fase donde la ideología ha sido sodomizada hasta límites nauseabundos. Poco a nada importa la razón o las ideas. Es tiempo de monsergas, bulos, falacias, capciosidades, maquiavelismos, medias verdades y demás prostituciones interesadas de la verdad.

Eso explica que la ideología se haya convertido en una excelente forma de ganarse la vida aunque nada útil y decente dispense a la sociedad. Por ignorancia culpable o maldad premeditada, muchos siguen postulando ideas que en la praxis más elocuente y desgarradora únicamente trajeron hambre, esclavitud y muerte. Y lo hacen porque viven muy bien de ello. Porque allende las fronteras hay quienes pagan muy, pero que muy bien para que las patrañas, mientras sean un buen negocio, sigan bien vivas entre nosotros.

Los señuelos son dispares y alcanzan a casi todos. Dios, la bandera, la patria, la ideología de género, la agenda 2030 o la globalización son, en manos y mentes sucias, algunas de las confabulaciones ideadas para que el pueblo no sea obstáculo alguno. El pan no llega a todos pero el circo sí. El pueblo debe estar entretenido y enfrentado entre sí mientras los regidores orwellianos manejan las riendas. La fracasada lucha de clases ha sido sustituida por otras contiendas artificiosas entre los géneros masculino y femenino, entre veganos, vegetarianos y omnívoros, entre cazadores y animalistas o entre quienes atisban arte o crueldad en una corrida de toros. Mientras la ley concibe al nasciturus poco menos que como un elemento patrimonial de la gestante, los animales son elevados a los altares. Los de un lado vomitan las vergüenzas ajenas con la misma determinación que esconden las propias. Y cuando alguien menta a Dios, la bandera o la patria casi de forma instintiva me echo meno a la cartera en previsión de un previsible desfalco.

En tan hostil hábitat nos buscamos la vida como buenamente podemos.  Claudicamos ante pequeñas servidumbres y renunciamos a pequeños destellos de utopía y nada ha de pasar por ello pues nuestra humanidad, aunque falible, está llamada a sostener la mirada de Jesús.

El hombre está obligado a evolucionar, a cambiar o perfilar sus  ideas al albur de acontecimientos particulares o extraordinarios o por la sabiduría que conceden los años. Pero no hablo de aquellas pequeñas máculas ni de este necesario crecimiento ideológico. Me refiero a quienes, por intereses meramente crematísticos, exhiben una ética aerodinámica que, con sorprendente habilidad, se acomoda a vientos favorables. Céfiros que nada tienen que ver con la política o la ideología sino, en todo caso, con una farsa monumental. Lo cierto es que el brutal encarecimiento de la energía y carburantes, el muy preocupante incremento del déficit público, la inseguridad ciudadana o el cierre de negocios y empresas afecta, por igual, a hombres y mujeres, republicanos y cortesanos o diestros y siniestros.

Deben pensar que eso de las ideas, los principios o los valores son excentricidades de cuatro románticos u orates cervantinos;  y tal vez tengan razón. Lo que ignoran estos mesnaderos de tres al cuarto es que la honestidad intelectual y la libertad son el mejor negocio posible; al menos para el espíritu.

 

 

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