La Historia no es una fiesta

Imagen: Inicio de un documento de los Reyes Católicos otorgando licencia a los ciezanos para pedir limosna libremente con el fin de liberar a los cautivos de Granada tras la razzia de 1477. Se encuentra digitalizado en el Archivo General de la Región de Murcia

Manuel Martínez Morote (profesor de Geografía e Historia)

No existe la historia feliz. Todavía hay editoriales que en los cursos de Primaria y en los de Secundaria más bajos se representan mediante dibujos algún periodo del pasado. En estas ilustraciones -los primeros escarceos de los niños con el tiempo y el espacio remoto de la humanidad- aparece, por poner un ejemplo, un instante del Antiguo Egipto.  En esa fotografía dibujada, el faraón, a hombros de esclavos, sonríe y los propios portadores parecen llevar un peso tan liviano que en sus rostros no hay ni sensación de cansancio ni de esfuerzo alguno. Al fondo, una pirámide marca un rudimentario punto de fuga. Los campesinos trabajan igualmente sin esfuerzo, todo parece un remanso de paz y sosiego donde cada uno se afana en los menesteres que les son propios.

Esto es una falsedad, una basura hecha a conciencia para trasladar al alumno, desde bien pequeño, la percepción del pasado a modo de feliz y divertido parque temático o empalagosa película de Disney: un lugar de ramplonas fantasías, de héroes burdos que sustituyen a la historiografía rigurosa y científica, de príncipes que se casan con campesinas y gobiernan honorablemente para los desposeídos, como si la miseria de la mayoría fuese algo accidental y llevadero, y la riqueza de unos pocos circunstancia de importancia menor y disculpable, como si la sociedad estamental del Antiguo Régimen no hubiese existido, por derecho divino y providencial, jamás; es como pensar, cuando uno entra en Carcassone, que así era la Edad Media, con sus tiendas de fetiches a mansalva y sus disfraces impostados de caballeros repipis, con sus restaurantes del siglo XXI y sus guías contando cuentos para palurdos jubilosos, con las maquinas de limpieza sacando lustre a los adoquines y las tarjetas de crédito echando humo.

Colas desmesuradas de ingentes consumidores de historietografía para ver fetiches en relicarios, para admirar las dimensiones de la supuesta cama donde lloraba alguna reina desconsolada, para tocarle la teta de bronce en Verona a Julieta. Homenajes a personas que nunca existieron; como esa escultura ciezana de la muda, de boca abierta y brazos en cruz que, en helénico contraposto, ¡oh…milagro, milagro!, alerta a sus vecinos del inminente peligro nazarí.

Mientras, me pregunto cuántos ciezanos se habrán leído el ensayo del doctor Marín Cano al respecto, cuántos sabrán siquiera de la existencia de este magnífico trabajo de investigación, definitivo, donde se explica cómo y por qué sucedieron aquellos acontecimientos de 1477 y de dónde llega la idea para el posterior escudo de Cieza -por cierto, ni original ni único-.

Al tiempo, en un ejercicio de nacionalismo propio del más alto ciezanismo ilustrado, que diría un queridísimo compañero en las artes de la docencia histórica, se hace, cerca del Puente de Hierro, aunque ya tampoco el actual lo sea, un sentido homenaje patrio al escudo local, exaltación fervorosa del estado-nación decimonónico adaptado al municipio. Después charangas, tan alegres ellas, y desfiles, copiados de otras fiestas del mismo sello y condición, y estruendos de pólvora, porque si cada vez somos más andaluces en la Semana Santa, cómo no vamos a ser valencianos en los moros y cristianos, y parlamentos entregando el bastón de mando a la Orden de Santiago…¿cómo es posible esto en Cieza, el lugar donde las gentes, generación tras generación exclamaban “me cago en la Orden”,  o “la Orden Cana”, para mostrar su disgusto ante algo o alguien que consideraran perjudicial o simplemente malo?

Esto no debería ser así. Pocas veces la Historia puede relatarse como la sucesión progresiva de felices acontecimientos; al menos la Historia social. El ventajismo de utilizar la distancia secular o incluso los milenios para malversar el pasado y presentarlo desposeído del sufrimiento me resulta intolerable, insufrible. Es una plaga, ocurre en todos lados, también en Cieza, y de sobra sé que es una batalla perdida. Sin embargo, ¿acaso el hambre de hace años era menos hambre? ¿Podemos siquiera hacernos una levísima idea de lo que era una razzia o una cabalgada de frontera? ¿Somos capaces, insisto, aún de manera leve, de entender lo que pudo suponer pedir limosna por los pueblos de Castilla para liberar esclavos? ¿de verdad alguien puede pensar que el rigor de la historia y el respeto a los muertos es compatible con la juerga, las salchichas y la cerveza? Sinceramente, creo que no, rotundamente no.