La gran familia. La madre. Cine, por Rosa Campos Gómez

Rosa Campos Gómez

Las películas también forman parte de nuestras tradiciones, y en Navidad las hay que se nos hacen queridas, entrañables, esperadas: Plácido, Qué bello es vivir, Mujercitas… y una que cumple justo ahora 60 años, La gran familia, dirigida por Fernando Palacios y estrenada en diciembre de 1962. En la que, además del día de Nochebuena, tiene un importante papel la festividad de los Reyes Magos.

Está interpretada por Amparo Soler Leal y Alberto Closas, con José Isbert y José Luis López Vázquez con papeles también protagonistas, más un elenco de actores en los que muchos de ellos ya eran experimentados y otros que iniciaban una carrera que todavía sigue en activo.

Tras los títulos de crédito se anuncia que es declarada de Interés Nacional. Una ficha que supo jugar bien su productor, Pedro Masó, porque la subvención recibida permitió holgura económica para un presupuesto que ya era de alto coste por entonces. Este reconocimiento -creado en 1944- estaba destinado a formar un catálogo de películas que la dictadura presentaba como referentes a seguir. No recibió ningún tipo de censura, fue premiada varias veces y, desde su estreno, obtuvo un gran éxito de público, que fue expandiéndose a raíz de las reiteradas emisiones en televisión desde la década de los setenta.

Narra las actividades cotidianas de esta familia de clase media que ha recibido el premio extraordinario de natalidad 1962:  los quehaceres en un día de primavera de cada uno de sus componentes, incluido el abuelo, la preparación de la comunión de dos de los hijos, el tiempo de vacaciones en la playa y el de Navidad.

Los escenarios; el dinamismo que conlleva todo el movimiento de los hijos; el Madrid de principios de los 60; la playa tarraconense; la inseguridad del trabajo del padre como aparejador con pluriempleos que nunca llega a perder; las estrecheces sin excesivos  agobios a final de mes; la solvencia de la madre como cuidadora de todos y como administradora del dinero que gana el marido;  la colaboración de las hijas en casa y como cuidadoras de la familia; la ternura del abuelo como cuidador; las preocupaciones por las notas de los hijos; la angustia ante la pérdida del pequeño Chencho y la alegría de encontrarlo… Todos los personajes con una identidad marcada, desenvolviéndose con comicidad dentro de unas relaciones en las que la convivencia y la carencia de grandes dificultades proporcionan un largometraje con buenas dosis de moralidad, de humor y de ausencia de problemas sociales.

Todos los actores están estupendos, se podría especificar detalles de cada uno de ellos, de los diálogos chispeantes creado por los guionistas, de la acertada fotografía y música y de la pericia del director que supo generar dinamismo y encajar precisión con un plantel tan grande de personajes en actividad permanente.

Como todo hecho de tiempos pretéritos hay que considerarlo en su contexto, y esta película se rodó en la España que estaba dejando atrás la autarquía y el desarrollismo capitalista empezaba su andadura, aspecto que se quiere introducir en La gran familia, que, como ya hemos dicho, pertenece a la propaganda ideológica del régimen, en la que el hombre es el que ejerce la autoridad y el trabajo remunerado, incluso el abuelo, el padrino y el hijo universitario son los que aportan dinero a la familia; la mujer, representada especialmente por la madre e hijas,  es la guardiana de la familia y del hogar, y a la que le basta solo su físico para aprobar exámenes, por lo que no necesita hincar codos, o no sirve para ello;  el alto número de hijos como esperanza para ellos y para la sociedad -cuestión que escondía la búsqueda de crecimiento demográfico con ideología sincronizada, debido al exilio que sobrevino tras ser perdedores en la Guerra Civil; la vivienda del bien estar, con dos baños; y facilidades para tener vacaciones playeras y vehículo propio, eran la falacia de la realidad que vivían la mayoría de las familias españolas: éxodo rural hacia las principales capitales nacionales y extranjeras en busca de trabajo y de salarios algo más dignos; calles de los pueblos sin asfaltar; viviendas sin agua corriente; un porcentaje no menor de analfabetismo entre la población; posibilidad de estudios universitarios muy lejana;  una religión adosada a la dictadura, que distaba de ser la más apetecible como gobernante de las almas; y mujeres que buscaban cómo liberarse de la subordinación a la que el Estado, además de la sociedad patriarcalizada, también las sometía.

Y no obstante, a pesar de esa tremenda contradicción que ofrecía, la película fue muy bien acogida por el público, quizá porque necesitaba de utopías, de ausencia de problemas graves, consiguiendo amenizar a buena parte de la sociedad espectadora, porque hay valores indelebles y tradiciones que acumulan recuerdos generacionales, que perviven y conmueven, con humor como depurador de inquietudes. Todas estas percepciones corrientes y comunes se agradecen, y surgen más allá de las intenciones que los políticos gobernantes quieran evidenciar solo para publicitarse, sin mayor implicación en que se cumplan.

Y entre toda esta estampa familiar que culmina en Navidad, procurando un tiempo grato a los espectadores, hay algo muy difícil de entender: el júbilo de la madre de 15 hijos ante el próximo que llegará, como si no tuviera cuerpo, orgánico y de ánimo, que resentirse ante tanto esfuerzo… Sí, a la protagonista le tocó hacer un papel que ha quedado totalmente obsoleto -muestra realmente positiva del enfoque claro de la evolución feminista-, pero que interpretó muy bien -en la vida real tenía siete años menos que varios de sus hijos mayores- y por el que le concedieron varios premios como actriz, que se integraron en la trayectoria artística de Amparo Soler Leal, que no es tan recordada como los hombres protagonistas, pero sí importante y bien merece un capítulo aparte.

Feliz tiempo navideño y de reyes con buen cine nuevo o esperado.