La fonte que mana e corre, por María Parra

La fonte que mana e corre

Queridos lectores,

si algo me hace privilegiada es la fortuna de ser testigo de las vidas de los ciezanos mientras las estaciones pasan y el tiempo se dilata. Cada día es diferente, cada nuevo amanecer es siempre irrepetible. Aunque mis capas están muy erosionadas, no me canso de otear a mi alrededor para contemplar la dicha que cada ciezano me despierta, ya sea hombre o mujer, joven o viejo, sociable o huraño…todos mueven en mí el deseo de protegerlos en mis cavidades, como madre tierra que soy.

Hoy no es un día cualquiera de 1902. El humo de la chimenea en el número 12 de la calle el Cid no ha dado apenas respiro al cielo. Las pisadas aceleradas de las mujeres de la casa se suceden por las estancias y el bastón de don Juan Pérez no ha tomado descanso en su ir y venir mientras repetía una y otra vez el recorrido por el pasillo más próximo a la habitación de la parturienta. El tabaco no lo calmaba y había optado por pasear durante la espera. La inquietud se adueñaba de su temple y el corazón iba palpitando más deprisa cada vez que comprobaba el transcurrir de su reloj de bolsillo, hasta que el doctor con semblante agotado, pero satisfecho, le anunciaba el esperado nacimiento con un apretón de manos: ¡Enhorabuena!, ya tenemos con nosotros a Antoñito.

Amar a un hombre o a una mujer y dedicarle la vida o amar a Dios y consagrarse a él es común, pero ¿se puede amar a los libros y hacer de ese amor el centro de toda una vida? Así fue don Antonio Pérez Gómez (1902-1976, Cieza).

Atoñito resultó ser un alumno aventajado desde muy pequeño, pues era ensalzado por sus maestros y el orgullo de su padre, un hombre muy serio y recto dedicado a la abogacía que apenas dejaba traslucir sus sentimientos. Creció pasando las horas ensimismado leyendo tumbado en el rincón más insospechado de la casa, mientras sus amigos andaban jugando por las callejuelas o se bañaban en la presa si hacía buen tiempo.

Su afición por la Literatura comenzó desde muy joven siendo extraordinaria, pues a los 11 años ya destacaron sus valores en este arte siendo mantenedor de unos Juegos Florales Infantiles, evento por el que sería admirado y valorado por los ciezanos de la época, aunque pocos podían imaginar que ese niño de pantalón corto, pelo revuelto y mirada vivaracha llegaría a ser todo un erudito de renombre internacional que se convertiría en un motor imprescindible para la cultura.

Es verdad que este pueblo ha dado nombres ilustres en diversos ámbitos de la vida social: política, arte, docencia, …pero pocos han tenido fuera de sus fronteras el eco que tuvo la personalidad de don Antonio Pérez por su ingente labor editorial.

Y es que ese Antoñito ávido de conocimiento se convertirá enseguida en un don Antonio Pérez, adquiriendo un prestigio que llega mucho más allá de los límites ciezanos. Porque de ser un niño lector voraz pasa poco a poco a ser coleccionista de libros curiosos, investigador de la Historia y, sobre todo, editor de fama internacional.

Escoge la carrera de Derecho, cursándola en Murcia y Deusto, llegando a doctorarse, para después poner sus amplios conocimientos al servicio de la defensa de las empresas ciezanas del esparto de la época, con el fin de velar por la prosperidad de sus vecinos, lo cual denota su carácter liberal y generoso. Y es que don Antonio Pérez no solo era persona de vasta formación académica, sino también de profunda formación humana, rasgos que no siempre van unidos en las personas que nos vamos encontrando en el camino de la vida. Y esta personalidad, unida a sus actividades bibliográficas, le permitió codearse con personajes de la talla de Gerardo Diego, Menéndez Pidal o Camilo José Cela. Como siempre llevó a gala su origen ciezano, se convirtió en un embajador de este pueblo allá donde se movió. No podemos pasar por alto que llegó a ser presidente de una entidad tan prestigiosa como la Academia Alfonso X el Sabio de Murcia, además de miembro de otros organismos de gran importancia.

Sin duda, en ese afán por la lectura que demuestra desde niño, le llevaría a leer con fruición a los clásicos, a Manrique, a Garcilaso, a Quevedo y, por supuesto a San Juan de la Cruz, en quien la poesía llega a su cumbre más excelsa. Y releería una y otra vez su “Cántico Espiritual y su Llama de amor viva” y se impregnaría de ese espíritu místico que desde la vía purgativa llega a la vía unitiva en ese éxtasis místico casi inenarrable.

Será del poeta místico de quien tome uno de sus versos para nombrar su empresa editora, “La fonte que mana e corre”. Y, efectivamente, así fue su labor, como una fuente de la que manaba títulos, que quizás sin la iniciativa de este ilustre ciezano no hubieran interesado a ninguna de las grandes marcas de este ramo. Y es que don Antonio Pérez nunca buscó enriquecer su bolsillo, sino enriquecer su espíritu y el de tantas gentes sensibles que fueron destinatarios de estas obras. Porque los títulos que manan de esa “fonte” no son destinados al gran público, sino a una minoría de enamorados no solo de la lectura, sino del libro, de sus portadas, del papel de sus páginas, de sus tipos de letra. Y es que un bibliófilo es algo más que un lector, aunque ineludiblemente lo sea, es un apasionado de los libros, que los mima, los acaricia, los besa, los cuida, los alimenta…  como a un bebé recién nacido. Y ese cuidado y mimo era el que distinguía a este ciezano que se rodeó de estanterías pobladas y rebosantes de palabras y palabras, como si se tratara de la mejor compañía.

Cada uno de esos libros no es un ejemplar más en una serie impersonal, sino que tiene vida propia que le insuflaba don Antonio con sus dedos de padre cuidadoso. Con toda razón recibió el título de Mayor editor privado del mundo por parte del Gremio de Libreros.

Todo el devenir de este gran hombre, que comenzó desde muy niño a ingeniárselas para alcanzar los libros de la biblioteca de su padre tomando precauciones para no dañarlos, pues en muchas ocasiones pesaban demasiado para su corta edad, lo he ido observando desde esta posición privilegiada de mi montaña y lo cierto es que siento el orgullo de haber sido testigo de la vida de un ciezano, cuya labor cultural cargada de entusiasmo ha contribuido a llevar el nombre de esta Cieza nuestra en tantos libros, siendo impresos uno a uno con mimo artesanal, hasta límites tan lejanos como son los límites de los sueños impresos en papel.

 

 

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