La Floración según Antonio Balsalobre

En Cieza como en Santiago

En marzo, Cieza se llena de peregrinos que vienen a adorar a una diosa que se viste de colores: la naturaleza. Da gusto verlos caminar solos, en pareja, o en grupo, por los caminos que conducen a la floración. Percibir cómo patean nuestros campos en busca de la belleza de los árboles y huertos en flor.

Es la manera que tiene nuestro pueblo de consagrar la primavera. “Tan bella y dulce cuando llega”, en palabras de Machado. De celebrar este  renacer. Melocotoneros, almendros, albaricoqueros, ciruelos tienen prisa por despertar del sueño invernal, y desde mediados de febrero, un manto blanco, rosado, fucsia o lila cubre los huertos junto a los meandros del río, las faldas del monte o en las tierras anchas de los nuevos cultivos.

Es caminando, desde luego, como mejor se disfruta de este regalo para los sentidos. De esta eclosión de los campos en flor que deslumbra la vista bajo un sol radiante y un cielo azul intenso, y aviva el olfato con el olor de los pétalos recién nacidos.

No exagera el Ayuntamiento cuando dice que la primavera se anuncia en Cieza como en ningún otro sitio, con un espectacular colorido que empieza a suscitar un grandísimo interés fuera incluso de nuestra región. O que el turismo en primavera en Cieza ya tiene nombre: La Floración. De ahí que se hayan programado numerosas actividades medioambientales, deportivas, musicales o gastronómicas del 1 al 31 de marzo para dar a conocer este prodigio.

Y como en Santiago, son ya miles los romeros que nos visitan, que inundan nuestras calles y nuestros campos. Peregrinos laicos que vienen a admirar a esa diosa laica que es la naturaleza. Ataviados con zurrón abierto, bordón o bastón y sombrero o gorra. Que los atuendos son ya comunes a todas las peregrinaciones y se adquieren en unos conocidos grandes almacenes. Cambia, eso sí, el distintivo. En lugar de una concha lucen aquí una flor rosada de melocotón, aunque de momento sólo sea impresa en algún folleto divulgativo que llevan a mano.

Nada de esto sería posible, esta belleza colectiva de ramas revestidas de colores, sin el arrojo de los agricultores, sin el esfuerzo de los trabajadores de la tierra, jornaleros o temporeros. Sin la tierra callada o el trabajo y el sudor de esos hombres y mujeres, unidos, como decía el poeta, “al agua pura y a los planetas unidos”.

Peregrinos laicos desde que descubrimos a esta diosa terrenal vestida de colores, los ciezanos queremos seguir compartiendo la consagración de nuestra primavera. La magia de una floración que durante varias semanas modela nuestro paisaje, lo hace único, singular. Esta maravilla de la naturaleza, tanto más hermosa cuanto que es efímera y perecedera, y que conviene no perderse.

 

 

 

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