La Cueva de los Encantados y el ingenio de mi padre, por Tete Lukas

Todas las semanas nuestros lectores y lectoras pueden disfrutar de la sección La mirada de Tete Lucas, donde el célebre fotógrafo local lleva a cabo un análisis de las mejores fotografías que ha realizado de la localidad

Tete Lukas

En la solana de la Sierra del Picarcho, en el linde entre las provincias de Murcia y Albacete, se encuentra un lugar especial tanto por su belleza natural como por su historia: la Cueva de los Encantados.

Esta sima natural se abre paso en la ladera rocosa del Collado de la Muerte de la susodicha sierra, y su boca, aunque tiene unos cinco metros de diámetro, queda oculta incluso a poca distancia, debido a una higuera que surge del interior de la cueva y que despista al ojo. El descenso a su interior se hace por un lateral donde la roca esta pulida, o “sobá”, en algunas zonas por el paso del ser humano durante milenios, lo cual ayuda en la bajada, mostrándote los mismos puntos de agarre que nuestros ancestros usaban.

Ya en su interior y cuando la vista se acostumbra al cambio de luz, observamos la magnífica sala o bóveda principal con formaciones estalactíticas y una gran colada estalagmítica en cuya base se pueden ver tres pocetas o calderones, los cuales, según me comenta mi amigo Joaquín Salmerón Juan, director del Museo de Siyâsa, posiblemente fueron excavados por pastores de época romana para recoger el agua que rezumaba de las paredes de la roca y ser aprovechada para el abastecimiento de su ganado. De momento, el único resto arqueológico encontrado en la cueva ha sido un fragmento de cerámica romana africana tipo C (Siglos III-IV d. C.).

Pero, sin duda, lo más bonito e interesante de la cueva es la leyenda que sobre ella se cierne.  José Olivares García ya publicó en este mismo periódico un completo artículo sobre  la noche de San Juan y la leyenda de la Cueva de los Encantados así como sus variantes, de donde extraigo la versión que ha perdurado en Cieza, la cual narra la historia de Bernardo del Carpio, caudillo y vencedor del emperador Carlomagno en Roncesvalles. Tras derrotar a un ejército islámico se vanagloria de su triunfo, arrogante y orgulloso, por sus victorias, declarando la guerra al mismo Dios, lo que le acarrea una mítica condena: vivirá encantado hasta el día del juicio final en  la gruta del monte del Picacho. Pero le concede, misericordiosamente, una salida en el día de San Juan, con toda su hueste, y antes del alba debe regresar de nuevo a su rocoso cautiverio. Los campesinos comentan que a la mañana siguiente aparecen todas las cosechas arrasadas y destruidas por los jinetes y soldados del legendario guerrero.

Fue mi padre quien me llevó por primera vez a la cueva siendo yo un crío. No tengo duda de que mi amor por la naturaleza, así como por el arte, lo he heredado de él, y es que, además, al él debo atribuirle el mérito de esta foto, ya que fue idea suya cuando, siendo yo más mayorcico y practicando ya la fotografía, me dijo: tenemos que ir a la Cueva de los Encantados y hacer una foto con los rayos de luz que se cuelan entre las hojas de la higuera.  Además, tuvo la brillante idea de quemar unas hojas secas de higuera que sostuvo en su mano esparciendo el humo por la cueza para acentuar los rayos de luz, mostrándome con el ingenio que le caracteriza, que la fotografía no es solo salir a tomar imágenes, sino que, en ocasiones, se requiere de imaginación, preparación previa y paciencia. Gracias, papá.

Pax et amor.