La coplilla del cólera que dedicaron a Cieza

Imagen: Cieza a finales del siglo XIX. Imagen recuperada por Raimundo Ruano Ríos, Joaquín Salmerón Juan y Alonso Riquelme García para el libro Cieza. Cien años en imágenes. Volumen III

En 1885 la ciudad, como el país, fue invadida por la ‘enfermedad del Ganges’ y resuenan las voces todavía de aquel desastre

Miriam Salinas Guirao

El verano de 1885 huele a desechos, a enfermedad, a muerte. El ‘bicho del Ganges’ –como quedó grabado en algunas partidas de fallecimiento- se llevaba las vidas de los ciezanos. Uno tras otro. En tres meses, estimo, tras el análisis de todos los datos, que perdieron la vida más de 200 personas. El día más intenso pudieron ser arrojados a las fosas comunes 20 cuerpos inertes, antes pletóricos de vida, que el vidrio cholerae secó, vaciando el estómago, las tripas y las esperanzas.

El cólera provocó oleadas de muerte. La epidemia de 1885 era la quinta de la centuria. Esta vez, el mal entraba por Alicante, en el vapor ‘Buenaventura’, unos meses antes. El Consistorio trató de prevenirse en junio: avisados de la avenida de la infección, pues ya había fallecidos en Valencia y en algunos pueblos cercanos de la Región de Murcia, establecieron fumigaciones y cuarentenas, servicios de vigilancia y limpiezas diarias con cal.

Cieza dependía de su gente, claro, como siempre, que no se olvide. En un contexto rural, heridos de pena con los sinsabores de las cosechas, los incendios, las lluvias torrenciales, las infecciones, la muerte de las criaturas… Una caída, una parada de necesidad, podría suponer el pasar de ganar un jornal malo a morir de hambre.

El cólera afecta al intestino y se muestra con vómitos, diarreas, calambres…lo que lleva a la deshidratación, al colapso y a la muerte. Sus síntomas, confundibles con tantos males que afectan al aparato digestivo, podían despistar.

Los primeros fallecidos diagnosticados comenzaron a contarse a mediados de junio, pero, tras la investigación que pude elaborar de las partidas de enterramientos y de los registros de defunciones, sospecho que la bacteria podría pulular antes por los cuerpos de los ciezanos.

En medio de la catástrofe, el periódico satírico El Motín dedicó unas palabras al estado de Cieza. El 20 de agosto de 1885, en la segunda página, relataba: “Cuando se temía en Cieza la invasión del cólera y se estudiaban las medidas profilácticas para impedirlo, hubo un beato que propuso a la Junta de Sanidad trasladar al Santo Cristo, desde su ermita a la Iglesia de la Asunción, y hacerle rogativas públicas como el mejor medio de evitar la epidemia”.

En medio de la muerte, los estímulos de un bien más poderoso se forjaban como una luz efímera, proyecto del momento breve. Continúa relatando el diario cómo la junta, “como es natural, no tomó en consideración semejante atentado contra la higiene”, haciendo referencia a la propuesta.

Hago un alto para comentar que el cólera se transmite por la ingesta de alimentos o bebidas contaminadas con la bacteria. La infección sigue despierta en este mundo. De hecho, cada año se lleva cientos de vidas. En un artículo publicado por El Mundo, en marzo de 2024, se estimaba que una veintena de países convivían con el cólera: “Los conflictos, la pobreza, la crisis climática y las inequidades socioeconómicas mundiales son razones subyacentes por las que los brotes tienden a ser mayores y más mortíferos”. En el artículo, Hakainde Hichilema, presidente de Zambia, y Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), explican que el suministro de vacunas y la mejora del saneamiento y la higiene son los mecanismos fundamentales para limitar los brotes.

Tras este paréntesis de realidad contemporánea, volvemos al relato de El Motín, el 20 de agosto de 1885. Lamentaba el periódico que “fue al fin, invadida la población y cuando empezó a decrecer, viendo las gentes clericales que no podían colgarle el milagro a ningún santo, que pusieron en juego todas sus influencias, y lograron permiso para celebrar rogativas y, efectivamente, el milagro no se hizo esperar, pues al segundo o tercer jolgorio místico, se duplicó el número de invasiones”. Hago otro alto en el camino para poner en contexto: El Motin era una publicación satírica y humorística. Presenta una marcada tendencia anticonservadora y se muestra en su redacción y exposición con vocación popular.

Continúa relatando el periódico que a pesar del fracaso del “jolgorio místico”, no se retrocedió: “Prepararon otras dos novenas a la Virgen del Buen Suceso y a San Bartolomé. Con esto, las limosnas que pedían por las calles, los escapularios de ‘detente cólera’, que vendían a cuarenta reales, docena, y otras mil socaliñas, la epidemia no disminuía, pero los curas engordaban”. Tras el cuadro que pintan en el periódico, el final se corona con una ‘moraleja’, una coplilla, dedicada a la población. Pasamos a relatarla:

“En Cieza, por rogarle al Santo Cristo,

la epidemia aumentó, como se ha visto;

le rogaron en Murcia a la Fuensanta,

y así la mortandad ha sido tanta.

Esto indica, lector, que, como es obvio,

se ríe de los santos el microbio”.