La censura y los sueldos, por José Antonio Vergara Parra

Censura y sueldos

La censura está de moda y conviene poner algo de orden porque la confusión es considerable. Seré lo más pedagógico posible y me valdré de una herramienta muy eficaz: el ejemplo.

Primer paradigma: expresiones como “a Ortega Lara habría que secuestrarle ahora” o “cuántos deberían seguir el vuelo de Carrero Blanco” o “el fascismo sin complejos de Aguirre me hace añorar los GRAPO”, en modo alguno pueden quedar amparadas por una malentendida libertad de expresión. Excepto el derecho a la vida (que es o debería ser absoluto), el resto de prerrogativas y liberalidades tienen límites infranqueables, que suelen coincidir con los derechos ajenos que, como es natural, merecen no más pero sí idéntica protección. Luego proscribir eructos orales y/o manuscritos de esta o análoga naturaleza no es censura; acaso civilización. ¿Se entiende el concepto?

Creo, además, que quienes vomitan aquestas y esotras lindezas son un testimonio palmario de ausencia de talento, confiando que el ruido y polémica generados les otorgue el protagonismo que son incapaces de alcanzar por medios lícitos.

Segundo paradigma:

“Soy un viejo pupitre de escuela.

pizarra, tintero, cartera y catón.

Yo también comí queso amarillo,

bebí leche en polvo y canté el Cara al Sol”.

Coincidirán conmigo que no es posible censurar, arrinconar ni condenar al ostracismo a quien escribe y canta (doy fe) de esta guisa.

Tercer paradigma.

“Puede haber menores que consientan [los abusos homosexuales por parte de personas adultas] y de hecho los hay… Hay adolescentes de 13 años, que son menores pero están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan”.

Manifestaciones purpuradas y execrables como éstas no es que merezcan censura, que también; es que son de juzgado de guardia.

Con toda intención he obviado nombres y explicitado palabras porque, junto a una censura material u objetiva, también la hay personal o subjetiva. El anatema a la persona, no por lo que dice si no por lo que piensa o por su afinidad ideológica, es incluso más perversa. Las diversas administraciones públicas, de diverso pelaje y condición, contratan a sus afines y palmeros con la misma determinación que ningunean y excluyen a los apóstatas y disidentes. ¿Acaso no es ésta una hedionda variable de censura? Naturalmente que sí.

Se colige, por tanto, que hay una censura “ad hominem”, que es una falacia, y también una censura “adversus libertatem”, que es una transgresión inaceptable a la libertad del hombre. Por último, hay una censura obligada, necesaria e insoslayable que, de no ser ejercida por quienes tienen potestad para ello, sería algo así como un armisticio frente a la ruindad moral.

Las partes contratantes de la primera parte deberían contratar a todos; rojos, azules, naranjas y lilas; también verdes porque la sociedad que gestionan y que amoquina sus emolumentos es diversa y plural. ¿Se entiende la idea?

Y hablando de emolumentos, retribuciones, sueldos, dietas, compensaciones, indemnizaciones, ayudas, exenciones y demás sinónimos y sucedáneos, llegamos al segundo tema de hoy. La vida pública, también la privada, exige la intervención del Estado, porque una mediación ética no es una intromisión ilegítima en un liberalismo desbocado y en el caos de la res pública.

Les haré una confesión. En el primer borrador de este artículo, reseñaba unos principios que, recogidos en una eventual Ley de ámbito nacional, serían de obligado cumplimiento para las retribuciones de nuestros políticos. Pero en un momento de lucidez lo he suprimido pues, a fin de cuentas, solo produciría hilaridad en quienes lo leyesen; al menos en aquellos que se benefician de los excesos del sistema. Añadiré algo que no gustará mas si dejara de servir a la verdad, mi verbo sería una felonía. La política, queridos amigos, no deja de ser un reflejo de una sociedad deshonesta. La corrupción privada es descomunal y tan censurable como la pública. Nuestras señorías no se crean por generación espontánea si no que son fruto de un país tramposo y decadente. No todos son o somos así pero no estamos donde debiéramos estar para cambiar las cosas.

Según parece, yo lo creo, hay voluntades limpias que desean orear estancias y batanear alfombras pero la izquierda impostada prefiere inclinarse ante el IBEX. Cuestión de prioridades. La utopía no se enerva con la codicia sino que se modela con la sensatez ética. Dicen que la política es el arte de lo posible. De ser así, ¿por qué no hacemos posible la esperanza?   

 

 

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