Justicia y cordura, por María Bernal

Justicia y cordura

La suma exigencia de derechos y la tan aprovechada omisión de deberes se han convertido en dos realidades anexionadas que, difícilmente, van a poder ser erradicadas de esta sociedad. Echemos un vistazo al panorama bastante complejo que envuelve nuestro día a día: maldad, inquina y violencia.

Irremediablemente, esta sociedad está abocada a convertirse en una vorágine infame en la que, con excepciones pertinentes, las personas irán desarrollando ese sentimiento de odio que no les permite ver más allá del sentido común.

Sucede. Lo vemos en el ámbito escolar, en el ámbito sentimental, en el ámbito laboral, en el familiar y en las horas de ocio, las cuales parecen tener de sobra estas personas, cuyo cometido es, innegablemente, perseguir y evidenciar a la víctima débil a la que, con poca clemencia y con mucha ganas de jactarse de su desacertado comportamiento, molestan asiduamente. Y ya, si pasa los límites del incivismo y la moral, se convierte en abominable.

Llevo unos días leyendo información sobre la reyerta que, hace aproximadamente dos semanas, se cobraba la vida de un joven chaval de Jumilla que, en ese amago de defender a su novia de los insultos y agresiones de los familiares de su ex, murió, presuntamente, apuñalado por estos que, al parecer y sin piedad alguna, no dudaron en ensañarse con él. Llevaban armas blancas: un palo y una navaja, hay un vídeo que lo corrobora, además de ser diez contra tres, según fuentes de los medios de comunicación que se han hecho eco desde el primer momento.

La dicotomía por la que ahora se está pidiendo justicia, con los presuntos autores del delito en chirona, y en consecuencia, produciéndose actos vandálicos en el municipio, estriba en el hecho de si las fuerzas policiales actuaron o no para evitar la tragedia. Según cuentan las personas, que presenciaron todo lo sucedido, los agentes no intervinieron; según los agentes, sí lo hicieron, pero no eran suficientes efectivos para disuadir a la familia. Mientras tanto, un joven de veinte años ha perdido la vida de la manera más vil que el hombre es capaz de poner en práctica: en manada y armados.

Es comprensible la ira y la impotencia provocadas por el dolor que causa la muerte de un ser querido, dolor que se multiplica, teniendo en cuenta las circunstancias en las que tuvo lugar el trágico desenlace. De hecho, me he parado a pensar en cómo actuaría yo, rota por el dolor, y no obtengo una respuesta muy ejemplar, tal vez el odio momentáneo me impida pensar desde la cordura. Porque resquebraja el alma que, por prepotencia, por creernos los dioses del universo y por pensar que somos dueños y soberanos de todos los que pasen por nuestra vida, te la quiten desde la más miserable cobardía. Y cuando el alma duele, no hay química que la sane. Y cuando el alma duele, se multiplica ese sentimiento de odio que no somos capaces de controlar.

Pero cuesta creer que los agentes no movieran ni un dedo para evitarlo y se mantuvieran serenos, observando la macabra escena. Cuesta mucho creerlo, porque cualquier viandante hubiera intentado socorrer al muchacho, en la medida de sus posibilidades. De hecho, lo intentaron unos vecinos y la propia novia. ¿Por qué los agentes no iban a querer salvar una vida? Van provistos de porras que sí pueden utilizar para disuadir, siguiendo un protocolo de actuación. Por tanto, ¿por qué no las emplearon? Por eso pienso que cuesta creerlo.

Es comprensible, desde el punto de vista del sufrimiento, que el odio se alimente, pero no es tolerable que el municipio murciano tenga que soportar los disturbios producidos por el resto de ciudadanos. De hecho, la novia, a través de las redes sociales, apela al respeto para pedir justicia, pero no la impuesta por nuestro odio y más cuando los hechos todavía no se han clarificado; sino por medio de la vía legítima aunque se diga que no se hace nada o que va muy lenta.

¿Qué se consigue destrozando mobiliario? Porque es lo que muestran los vídeos que circulan por redes. ¿Qué se consigue asaltando una comisaría? Porque se ve cómo una marea de manifestantes se meten quebrantando la barrera humana de agentes a los que insultan, increpan, incluso amenazan.

Una atrocidad imperdonable fue lo que hicieron con el joven asesinado, una canallada injustificable, que no merece explicación alguna. Pero no es tiempo de pedir justicia por la vía del salvajismo, ya que lo único que se consigue es ponerse a la misma altura que los agresores. La violencia no puede ser la justicia que hay que emplear, porque es la única realidad que nos convierte en monstruos miserables.

La única manera de hacer justicia es obedeciendo y perseverando, a pesar de que la exasperación vaya construyendo en nosotros pensamientos inmorales. Ojalá se celebre pronto el juicio y, con sentencia en mano, los familiares de la víctima puedan descansar sabiendo que los asesinos se pudren en la cárcel poco a poco; sabiendo que Kevin descansará en la paz que se merece por haber sido un héroe que intentó defender a su novia hasta el final.

 

 

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