Juicios paralelos, según María Bernal

Juicios paralelos

Si hay un Tribunal Superior de Justicia en este país es, nótese la ironía, gracias a ese sector de la ciudadanía que cada vez se cree más docta en jurisprudencia sin haber pisado una facultad de Derecho. Para más inri, a esta ignorancia prometedora, hay que sumar que muchos se crecen cuando publican comentarios en las redes sociales como si fueran fundamentalistas cuya doctrina no acepta ningún tipo de interpretación.

Pocas veces las personas se paran a pensar y a reflexionar para adquirir conocimientos, mucho menos a leer en profundidad, porque da pereza leer un pedazo de tocho que quizá contenga argumentos que ayuden a moldear una opinión y un pensamiento lógico y coherente en el que prime la prudencia que últimamente queda en el olvido a pesar de los daños colaterales. La gente no se para a pensar en las consecuencias que puede tener una opinión, máxime cuando se trata de temas graves en los que el único razonamiento fundamentado en la autenticidad solo lo puedo dar una persona experimentada.

Han pasado ya unos días desde que se produjera la muerte de Mateo, el niño de 11 años que perdía la vida en Mocejón (Toledo) en unas circunstancias espeluznantes en las que a nadie le gustaría verse inmerso. Imaginen a ese pobre niño, yéndose de casa sumido en la ingenua ilusión que se puede tener a esa edad de darle patadas a un balón desde primera hora de la mañana, con toda una vida por delante y con el único deseo de disfrutar (derecho sustancial de todo niño) junto a sus amigos.

Sin embargo, lo que cuesta imaginar es que la vida se ensañara con él con la atrocidad de 12 malditas puñaladas mortales, de las que quizás no le dio tiempo a escapar, como sí pudieron hacerlo sus amigos aterrados. Resulta muy injusto, inaceptable e inhumano que el sino de algunas personas marque su final tan pronto y en tan inconcebible entorno, marcado por un retraso mental moderado y un trastorno del desarrollo por autismo según ha dictaminado el juez, así como por un supuesto plan preconcebido no en contra de Mateo, sino de otra víctima a la que no halló y que tampoco merecía la muerte. ¿El móvil? Las posibles burlas que constantemente sufría el autor confeso del crimen por esa discapacidad que supuestamente padece.

Pero no dejemos en el olvido que una vida ha sido privada de libertad, esto es lo únicamente crucial en este embrollo donde solo importa una infancia truncada por la fatalidad. Sin embargo, y a pesar de que solo importa que haya justicia para Mateo, tales hechos, como todo lo que sucede en este país, han sido sometidos a una serie de juicios paralelos sin más fundamento que el de personas que no tienen ni la más remota idea de lo que dicen provocando pensamientos maliciosos cimentados en el desconocimiento.

Cuando saltó a la luz la triste y macabra noticia, la mayor preocupación de los ciudadanos solo era saber la nacionalidad del presunto autor de los hechos, bajo la xenófoba metáfora de que había sido uno de “los que no comen jamón” gracias a una serie de bulos racistas de la ultraderecha pocas horas después de la desgracia, hasta el punto de que la propia familia, sumida en un dolor inconcebible, pidió que no se criminalizara sin pruebas.

Después, cuando fue detenido el autor confeso, comenzaron los ataques a la familia de este, hubo escraches en la puerta en contra de una familia que no es sumamente culpable de lo que ha sucedido, pero claro, en esos juicios callejeros hubo fiscales de pacotilla que ya se encargaron de decir que la culpa era del padre por dejarlo solo o que debería estar en un centro, sin conocer  las circunstancias para actuar como justicieros de una familia que ni por asombro podría haber imaginado la criminalidad de este asunto bajo una piel en la que todos podríamos estar el día de mañana.

Todos los que se dedican a educar saben que en casa se puede ser muy estricto y se puede controlar lo que se hace, pero una vez que salen por la puerta, todo el mundo sabe que no se pueden dominar ni las palabras ni las acciones. Es por esto por lo que es necesario dejar de sentenciar y confiar, aunque cueste, en la justicia, y si después hay que seguir buscándola, que al menos se haga por la vía de la legalidad y solo juzgando al único culpable y no a todo su entorno.

Que haya justicia para Mateo, pero en manos de los jueces, sin la controversia a la que tan acostumbrados nos tiene la mayor parte de la población. Urge dejar este juicio para los miembros de un tribunal que, ahora con todas las pruebas sobre la mesa, deben darle al pequeño Mateo la paz que se merece.