Juan José Avellán, en el recuerdo

El prohombre ciezano, que falleció el año pasado, dejó un imborrable legado cultural en la localidad

Rosa Campos Gómez

Su apuesta por la cultura siempre estuvo al máximo rendimiento. Su compañía nos hacía valiosos; tenerlo como oyente y como lector nos reconfortaba. Juan José Avellán fue jefe administrativo de la ONCE, su trabajo anterior cesó cuando un grave accidente de coche le dejó sin vista física y tuvo que determinar un nuevo rumbo para su vida. En esta nueva fase no se le detuvo la visibilidad de la memoria ni de lo ontológico, más bien al contrario. Esta capacidad visual interna le fue creciendo hasta convertirse en un gran albergue desde el que aportaba vitalidad, siendo este darse a los demás con una dinámica entrañable que recibíamos con admiración, cariño y respeto, al igual que evocamos su presencia por la calle, oteando con su bastón de caminante el horizonte de las aceras, llenando ese paisaje cotidianamente urbano, solo o acompañado por María Jesús, su mujer, irradiando ambos cercanía, ternura y educación.

Su aptitud para reunir información sobre varias disciplinas era inconmensurable, y jubilosa su actitud en el ofrecer opiniones con conocimiento y sazonadas de humor. Sabía escuchar. Acudía a exposiciones y agradecía las buenas explicaciones sobre pintura, escultura y fotografía que le daban y de cualquier tema en general. Tenía una grata costumbre: acudir por las mañanas al Bar Central, al que denominaba cariñosamente “su oficina”, donde se le preparaba siempre el mismo número de olivas y anchoas, perfectamente distribuidas para que él las cogiera con exacta precisión; “oficina” en la que mantenía encuentros con amistades de la cultura local.

Juan José Avellán Semitiel (Cieza, 8 de octubre de 1931-Cieza, 27 de noviembre de 2023) desarrolló su vida profesional durante 30 años en Madrid, primero como director de contratación de Movierecord Cine, lo que conllevaba constantes visitas a gran parte de los exhibidores cinematográficos del país, recorriendo todas sus provincias; posteriormente ocupó el mismo cargo en Distel, contando con grandes amigos en ambas empresas que le ayudaron a superar el duro revés que le tocó afrontar desde el accidente que tuvo a los 40 años, amistad que siguió cultivándose cuando entró en la ONCE, donde fue director del Área de Asistencia Social, desempeñando una relevante labor y donde vivió años muy felices porque se dedicó a lo que más le gustaba: Rehabilitación de Adultos y Trabajo Social. Padre de cinco hijos, tres de su primer matrimonio, Francisco Javier, Enrique, Pablo, y dos, María Jesús y Carlos Alberto, con María Jesús Palacios, su compañera inseparable desde que se conocieron, pilar fundamental en su vida, así como en dar luz a sus textos.

Como escritor nos dejó los libros como El comercio del vino en la Cieza contemporánea: Los Peperre (2005), intrahistoria amena y bien documentada de una familia y los espacios en los que el entorno humano junto a un trago de vino favorecía el encuentro. Ilustrado con fotografías de ese tiempo -con introducción de Joaquín Salmerón y prólogo de Mariano Camacho, dibujo de portada de J. Lucas, pinturas de Ruiz Tortosa, dibujos de A. Ballesteros y numerosas fotografías y aportación de varios colaboradores-. En los tres siguientes, Cosas de Juan José. 1998-2003 (2006) -prologado por José García Templado, con ilustraciones de A. Ballesteros (portada e interior)-, Más cosas 1999-2014 (2015) -prólogo de Antonio Lucas, imagen de portada: Paño de sebka, casa nº 10, Museo de Siyâsa- y Despedida y Cierre (2021) —introito de Enrique González Semitiel, pintura de Toledo Puche en portada y dibujo de J. Lucas en el cierre- se reúnen artículos, relatos, poemas y entrevistas ofreciendo un contenido en el que podemos comprobar su gran sensibilidad ante lo humano y cuán clarividente y librepensador era, escribiendo, por ejemplo, acerca de la querencia indebida del petróleo de Venezuela, del dolor impuesto en Palestina y de tantas otras cuestiones, con certeras observaciones y denuncias de flagrantes injusticias.

Aunque nunca hablamos de su concepto del feminismo, a mí siempre me pareció que comprendía y seguía este movimiento. Escuchaba los artículos que escribo sobre mujeres creadoras publicados en Crónicas de Siyâsa, y eso para mí era un emotivo honor -gracias a José Antonio Fernández por ser lector en la Biblioteca Padre Salmerón, donde se reunían-. Generoso hasta para escribir su opinión sobre el que dediqué a Concepción Arenal (19/10/2020) en un artículo que publicó El Mirador de la Prensa (28/11/2020) -periódico donde él colaboraba-, en el que contó una cuestión personal partiendo de la frase de esta gran pensadora: “Odia el delito y compadece al delincuente”, que leyó por primera vez en una visita que hizo a la cárcel local cuando era niño, relatando una memoria íntima relacionada con su padre, a quien describe como “un señor de cuerpo entero, si entendemos por señorío sentirse a gusto con El Bien y a disgusto con El Mal”, palabras que nos van descubriendo su concepto del ser.

Me regaló un libro muy especial, Otras miradas. Arte y ciegos: tan lejos, tan cerca, de Rosa María Gratacós -profesora de la UAB- hablando con admiración de ese trabajo dedicado a investigar la “percepción háptica”, que significa “ver con los dedos”, relacionada con el arte y la manera de percibirlo quienes no ven con los ojos.

Comentábamos impresiones extraídas de los documentales de TV sobre trayectorias de mujeres significativas en la historia, recomendándome el título de uno de ellos en el último correo que recibí de su parte; y en un correo anterior incluyó el de un vídeo que le había enviado su amigo, el escultor César Delgado, para que viera obras suyas y de otros/as artistas, cuyo enlace aquí comparto por si deseáis acceder: https://www.telemadrid.es/programas/visibles/Visibles-En-el-arte-2-2514968524–20221215124500.html: es enriquecedor.

Nos conocíamos desde aquel día en que nos presentó su hermano Enrique -queridos vecinos él y su familia- y, desde entonces, aquella amistad no dejó de crecer. Desde aquí un recuerdo a sus hermanas María Piedad y Manolita. También a Antonia.

J. Avellán ha sido un excelente mecenas -nombre que deriva de la actividad de Cayo Mecenas (a. c. 70 – 8 a. C.), romano de origen etrusco, quien en tiempos del emperador Augusto impulsó y apoyó económicamente a creadores de arte y literatura-. Iba a todas las conferencias y presentaciones de libros que le era posible, actos en los que sus comentarios, en el tiempo destinado al coloquio final, eran gratamente esperados y acogidos porque ampliaban enfoque; además adquiría el libro. Su aportación era indudablemente de mecenazgo, imprescindible, y de agradecer siempre.

Pocos días antes de su fallecimiento contamos con su presencia en la presentación de dos libros: La Estación, de Juana Martínez Vázquez, en el Museo de Siyâsa, donde participó aportando preciosas anécdotas de su época de estudiante en la Universidad de Granada, cuando el tren hacía parada en la estación de Calasparra; y pocos días después en la presentación de La utopía compartida, de Joaquín Sánchez y Fernando Bermúdez, en el Club Atalaya, donde pudimos saludarnos por última vez… Nos dejó con su labor contributiva en alto, partiendo en sigilo.

Fue un comprometido pacifista y lo deja claro en sus artículos, entre ellos ¡Adiós, cordera! -con el que colaboró con La Sierpe y el Laúd, grupo del que lo sentíamos parte-; en él alude a un cuento de Clarín, con título homónimo, en el que también cita “tres libros fundamentales que debiéramos leer todos los que odiamos las guerras: Risa roja, de Leonidas Andreiev (1904); Imán, de Ramón J. Sender (1930); y Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque (1929). De este último entresacamos el siguiente fragmento: “Veo que azuzan pueblos contra pueblos, que éstos se matan en silencio, ignorantes, neciamente, sumisos, inocentes…Veo que las mentes más ilustres del orbe inventan armas y frases, para que todo esto se refine y dure más”.

Recordarlo activo, con su voz transmitiendo serenidad y calidez, es de las buenas consecuencias de los años que tuvimos la fortuna de contar con él, incidiendo en la necesidad de “introducir la bondad en amplios sectores de la vida (…). Lo demás nos vendría por añadidura.”