El jardín del barrio

¿Cuál es la importancia de un jardín en un barrio en estos días de locus amoenus inexistente? Parece totalmente obvio caminar por asfalto a diario, que jirafas de hierro nos levanten con sus enormes lenguas los bloques de nuestros cementos y formar nuestra cueva. Ver a búhos encima de postes que alumbran el paso a la oscuridad. Águilas todavía, después de un supuesto cambio de era, que coordinan la gestión de nuestros movimientos, de nuestras asambleas. El buitre de Prometeo ya le mostró el camino al progreso, si no es el que deciden los dioses, lo devoran todo a su paso. Su naturaleza que está tan en contra de la nuestra, de la verdadera madre.

Ojalá, preferiría, me encantaría, que fuésemos un órgano más de esa madre. Sorprendentemente sigue habiendo algo a lo que agarrarse. Los pulmones de la esperanza siguen intactos a pesar de todo el humo descargado. Ya destruyeron uno de nuestros bastiones claves en la capital de nuestra región, el ficus, le prenden fuego al Menjú, a Calasparra, a Jumilla, pero tenemos miles de bastiones más. Vamos a ser los locus amoenus. El jardín de Floridablanca es uno de esos puntos clave que tantas esperanzas a brindado al pueblo. Fuente contestataria de muchas manifestaciones, actualmente uno de los focos del Festival alSur del barrio del Carmen. Que bonito que la gente del barrio no haya perdido la fantasía del jardín, y que tampoco renuncie a la cultura tan fuerte proyectada desde el Cuartel de Artillería, aunque parezca un oxímoron de primero de carrera.

Por eso me desborda de felicidad que hayan cogido un microrrelato mío para poder contribuir a este movimiento tan indispensable que se debería expandir de cada una de las calles de nuestra Región. Aquí os lo dejo, por si nos inspira, porque la única forma de levantarnos es con pequeños pedacitos de cultura, con la unión del artista que todo llevamos dentro con la naturaleza.

«Siempre los problemas parecían menores al entrar en el Jardín, como quien entra en una inmensa cápsula verde donde fuera posible imaginar nuevos colores que pintasen el entorno, la construcción de un buque para atravesar la ciudad y bañarla de jardín. Pies y pies iban sumándose, el hervidero de pancartas y el cromado de lemas no cabía en sí, pero el Jardín era capaz para todos. Las esperanzas de que abarcase el mundo eran bastante pretenciosas, pero sus gentes no entendían de utopías. Como el espíritu del bosque, el Jardín se alzó sobre sus dos patas y comenzó a caminar. Y como Mononoke, las gentes del Jardín le hiceron de escolta para servirle de brocha y pintar de cambio la ciudad».

 

 

 

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