«Iustitiae», por José Antonio Vergara Parra

“Iustitiae”

La Justicia española es asunto recurrente porque recurrentes son las embestidas e intromisiones de sus muy ilustres señorías. Andan los congresistas muy ajetreados con la renovación de los jurisconsultos, mas no por razones higiénicas sino bastardas. A los tirios, temerosos por el desenlace de asuntos muy turbios, les agrada la actual configuración togada por creerla menos lesiva para sus intereses. Los otros, los troyanos, suspiran por togas, puntillas y puñetas afines que oreen alfombras ajenas y que no pongan palos en las ruedas de un carro, por otra parte, vesánico.

Dice la ortodoxia doctrinal que tres son los poderes formales del Estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Añadamos la prensa libre, al que los más cándidos llaman el cuarto poder. En la praxis, la cosa va camino de poder y medio. Para formar gobierno es necesaria la concurrencia de fuerzas que sumen la mayoría absoluta; ésa que los cursis tildan como mayoría suficiente. Alcanzada ésta, el legislativo, salvo en leyes que precisen refrendos cualificados, queda también controlado. Tras la bochornosa Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial (que ningún gobierno ha tenido la decencia de derogar), el Supremo, el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial quedaban controlados por el poder legislativo. Se colige que el gobierno sería un poder omnímodo y los pocos medios libres que quedan pues medio poder.

El Poder Judicial se ocupa de impartir justicia entre quienes demandan su auxilio pero también consta entre sus atribuciones el control y fiscalización de los poderes legislativo y ejecutivo. Sólo a la Ley y únicamente a la Ley deberían estar sometidos. Naturalmente, los jueces y magistrados son falibles e interpretan la Ley allí donde ésta deja resquicios. Por fortuna, el Derecho no es una ciencia exacta aunque tampoco deberíamos elevarla a la categoría de esotérica. Las decisiones judiciales son controvertibles y por ello existen las apelaciones.

Nadie discute que senadores y diputados lo son por designio de los ciudadanos en elecciones libres. Sus mandatos están impregnados de una legitimidad tan hermosa como sagrada, pero sus atribuciones son finitas y no pueden ni deben inmiscuirse en cada recodo de nuestras vidas. Están compelidos a confiar en la sociedad de la que son parte.

Imaginen un órgano cuya mayoría está formado por personas designadas por el sujeto susceptible de ser controlado por aquél. Es una perversión democrática tan elemental, tan obvia y tan irrebatible que sonroja tener que explicarlo.

Pero más me asustan los políticos jóvenes con ideas viejas, que asumen esta felonía con total naturalidad. Lo que me lleva a pensar que o tienen una particular concepción de la democracia o andan más preocupados por la mierda acumulada bajo las esteras y por el estiércol que piensan generar mañana.

Creo firmemente en la profesionalidad e integridad de los jueces de retaguardia pero desconfío de aquellos órganos de gobierno o jurisdiccionales donde en la mayoría de sus sillones descansan posaderas designadas por la política. Determinados pronunciamientos, como otros silencios, confirman mi desconfianza. Se nos pide un acto de fe imposible pues, en democracia, la estética, las liturgias y los tiempos tienen también un enorme valor.

Sin una justicia libre del yugo político, la democracia es un mero espejismo, una ensoñación para ingenuos. Si cualquiera de ustedes, como yo, comete una falta o un delito pagarán por ello. ¿No se han preguntado alguna vez por qué la X de los GAL no fue despejada? ¿Responderán Rajoy y cía. por el cobro de sobresueldos? ¿Será ilegalizado un partido que percibía comisiones a cambio de adjudicación de obra pública? ¿Responderá algún día el ex Molt Honorable por su latrocinio aunque cantare La Traviata? ¿Devolverán los ladrones de cuello blanco los dineros distraídos? ¿Habrá, alguna vez, paz para los justos y desesperación para los malvados?

No pretendo nada; sólo una miajica de desahogo. Quienes tienen poder para cambiar las cosas no lo harán. Quieren un camino lo más despejado posible para sus delirios, atajos y saqueos. Y el pueblo, en una mayoría demasiado mayoritaria, anda ensimismado por la herencia de Paquirri y demás trasuntos de similar enjundia. El pan y circo ya lo inventaron en Roma y sigue funcionando. Doy fe.

Machado, en un instante de pesimismo o tal vez de lucidez, habló de la España de charanga y pandereta mas erró en sus pronósticos. No fue un mañana efímero, tampoco pasajero; más bien tenaz y muy persistente. Ni hubo ni hay una España mejor que aquella que tildó de vieja y tahúr, zaragatera y triste. La verdad es más prosaica y no menos terrible. Los de arriba harán lo que sea menester para permanecer en las alturas. Y los de abajo, entre codazos y ardides, querrán desterrar a aquellos para, alcanzada la cima, no bajar jamás. Puede que el atrezzo, la utilería y soflamas sean dispares pero el objetivo es compartido.

Sólo la educación puede salvarnos. Sí. En efecto, Aquella que unos y otros vilipendian, degradan y arrinconan, mientras matriculan a sus vástagos en distinguidas y exclusivas instituciones privadas donde abunda lo que niegan a la pública. Sólo una educación pública de calidad puede generar ciudadanos formados y, en consecuencia, libres. Libres de tanto comediante e impostor. Ciudadanos con capacidad analítica y crítica inmunes a  paparruchas y patrañas.

Dudo que llegue ese día pero si así fuere, la política, aunque sólo fuese por instinto de supervivencia, tendría que elevar exponencialmente su nivel. Políticos con nobles ideales y lealtad a la palabra dada. Políticos que miren por el hoy y por el mañana. Estoy harto de mediocres y resentidos que hacen del sufrimiento pretérito el abono para que los nietos, de los abuelos que hicieron la paz, se odien.

Hoy no toca Felipe VI; quizá otro día. Hoy toca hablar de los 70.000 COMPATRIOTAS MUERTOS, de la amenaza que se cierne sobre la integridad de la nación española, de la grave crisis económica y, naturalmente, de la independencia de la Justicia.

España está en franca decadencia. Golpistas y legatarios de asesinos  erigidos en hermeneutas auténticos de ética y democracia. Villarejos, rufianes, oteguis, bárcenas o corinas; metáforas muy tristes de lo que ya lamentó Unamuno:

“Gobierno de alpargata y de capote,

Timba, charada, a fin de mes el sueldo,

Y apedrear al loco Don Quijote”.

Nunca ha habido un loco más cuerdo que el Hidalgo ni una nación más ingrata con su Historia y sus mártires.

 

      

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