Ingenio docente, según María Bernal

Ingenio docente

A principios de septiembre de 2020, llegábamos a los centros educativos sin saber exactamente cómo teníamos que afrontar los diez meses que teníamos por delante. Nos mandaron sin medidas que garantizaran la seguridad, de ahí que muchos médicos se negaran rotundamente a que se abriera la escuela, al menos durante los primeros meses para evitar contagio intracomunitario. Llegamos solo con una cinta carrocera para marcar la inexistente distancia de seguridad.

Nunca se ha tenido claro qué protocolo hay que seguir para actuar adecuadamente ante la situación Covid, pero mucho menos se sabía cómo nosotros, inexpertos en el tema, íbamos a afrontar la situación, teniendo que estar en aulas muy pequeñas y con mucha gente, además de controlar que cumplieran las medidas, que prestaran atención y que los alumnos de atención a la diversidad no se descolgaran por culpa de la impuesta semipresencialidad.

Pero somos docentes, y poco a poco y reinventándonos, de manera bastante sorprendente, empezamos con el equipamiento de todas las aulas, no por nuestra seguridad, sino por la de nuestros alumnos, por los que hemos luchado de tal forma que, quizás, pocos ignorantes puedan imaginar.

Después, empezó el curso e ilusionados, como en todos los comienzos, nos metimos en las aulas con 20 o 23 personas, siendo imposible cumplir la distancia, ya que resultaba inviable derribar paredes para obedecer a la Consejería, la cual se negó a bajar las ratios para poder tener la presencialidad en todos los niveles.

Cuando los padres opinaron sobre el fracaso que había supuesto el curso anterior, porque esto nos vino grande a todos, respondimos con indiferencia y con lo mejor de nuestro ingenio, el trabajo en equipo para programar en septiembre ante los tres posibles escenarios que se podían presentar: presencial, semipresencial y confinamiento, y nos formamos en herramientas digitales para que todo saliera bien, y nos comprometimos a velar por la salud de los alumnos mientras enseñábamos. Y en detrimento de un trabajo que se ha ido multiplicando día tras día, muchos padres solo se han preocupado por el hecho de que no volviéramos al confinamiento, porque eso supondría vacaciones anticipadas. Antepusieron muchos de ellos la permanencia en el centro, a la salud de sus hijos.

Pasados los meses, llegó el frío. En el noroeste suele soplar de una manera muy particular, por no nombrar al altiplano, pero la Consejería decidió llevar a cabo una jornada de “ventanas abiertas” y eso sí, nos buscaron soluciones para que no estuviéramos mal: más abrigo y punto. Y créanme, lo hemos pasado francamente mal viendo a las pobres criaturas tiritando y pidiéndonos, por favor, que cerráramos las ventanas.

Cuando llegó la maldita ola de enero, tuvimos que recurrir a las mascarillas FFP2. Estar gritando a viva voz para que nos oyeran y entendieran durante seis horas es sinónimo de las afonías y faringitis que padecimos las primeras semanas. Y claro, la Consejería solo te pagaba el ampli de voz, en caso de que así lo certificara un especialista. Afortunadamente, el centro donde he trabajado este año, el IES Emilio Pérez Piñero ha invertido desde el minuto uno en el tema Covid, y hemos tenido a nuestra disposición todo lo necesario, sin contar con el logro de haber cumplido a rajatabla el plan de contingencia.

Estábamos a salvo en un panorama que puede describirse de la siguiente manera: los nenes han ido a clase, algunos de ellos saltándose la cuarentena o siendo positivos; se han bajado la mascarilla para beber agua y para almorzar y han hablado. Algunas mascarillas eran transparentes por el tiempo que las llevaban. Otros las han lavado, a pesar de no ser reutilizables. Hemos estado en contacto con positivos casi todos los días, pero no nos han confinado en ningún momento porque nosotros hemos llevado mascarillas a prueba de bombas, o también, puede ser que nuestra vocación nos haya hecho inmunes desde el primer momento.

El problema al que se enfrentan los docentes es la infravaloración que sufren, y ahora con la pandemia casi a nuestras espaldas y siendo ingenuos por pensar que esta nos iba a hacer cambiar, la figura del profesor ha caído en picado. La ventaja es que el docente vocacional pasa olímpicamente de todo porque por encima de las personas que se vanaglorian viéndonos quejarnos por esta situación; nosotros hemos seguido disfrutando del día a día, como si no hubiera pandemia y hemos hecho todo lo que ha estado dentro de nuestras posibilidades para que la psicosis no se apoderara de los críos, lo que nos ha demostrado que el ingenio docente es una varita mágica.

Y es que las famosas frases de este año han sido claves en nuestro día a día: súbete la mascarilla, no os juntéis, desinfecta la mesa, lávate las manos, me oís bien, abre la cámara, veis bien la pizarra, echo foto y las subo a Classroom, entre tantas y tantas que pasarán a la historia como esos enunciados que nos hicieron medio salvar esta situación y que nos han convertido en seres indestructibles. Que se lo digan a los compañeros de más de 55 años, de riesgo, y al pie del cañón.

Podrán venir más pandemias, podrán juzgar nuestra labor, podrán poner en duda nuestra vocación, pero lo que nunca van a conseguir es apagar esas ganas inmensas de enseñar, las que llevamos al aula todos los días, a pesar de que salga fuego de la tierra.

 

 

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