Imperium, por José Antonio Vergara Parra

Imperium

Navidad de dos mil once. Fallaron los cortafuegos. El trasunto monárquico cayó en manos de un juez de vida intachable, con un pie en la jubilación y, por tanto, desdeñoso de componendas. España conoció las desventuras y andanzas del yerno por el que, otrora, suspiraron suegras de media España. El amor, que casi todo lo puede, hizo posible lo advertido por el hidalgo de rocín flaco, pues el cayado y el cetro acabaron unidos.

Lo de contigo pan y cebolla es para menesterosos o los muy enamorados, porque el cariño alimenta que es una barbaridad, y calienta cuando la estufa anda diezmada de leños. De modo que los bienpagados y muy flexibles quehaceres de los duques debieron parecerles escasos para lo que, por consanguineidad y afinidad reales, merecían vuesas mercedes.  Un buen puñado de posibles que, junto a la paguita dominical de la Real Casa, les daba para ir tirando pero nada más.

Bastaba que el duque usase el nombre del suegro en vano para que aviesos cortesanos abriesen cancelas y alcancías públicas de par en par. Porque si mal está pedir lo inmerecido, peor dadivar con lo ajeno. Reunida la suficiente plata, los muy nobles tuvieron, por fin, su amurallada fortaleza por Pedralbes, donde moran hidalguías y señoríos. En la lontananza la chusma que, con entre diezmos y derramas, sufragara parte de la alcazaba condal.

Hete ahí que por la honra de un vasallo togado y la evidencia más palmaria dióse al traste con las andanzas nada caballerescas y sí pícaras del insular duque. No parece que el hidalgo buscare honra para sí y su república mas, como Guzmán de Alfarache, sí gustó por lo presente sin mirar el daño venidero. Ya lo se advirtió el invidente al Lazarillo, al de Tormes: ¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que yo comía de dos a dos y callabas.

Y así, entre villancicos y polvorones, con gesto solemne y trascendental rictus, nos dijo el suegro:

Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar……

Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione……..

Afortunadamente vivimos en un Estado de derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La Justicia es igual para todos».

Supimos, después, lo que siempre sospechamos. Que el jurisconsulto de lo criminal tuvo por musa al robagallinas pero no a cuatreros de cuello blanco. El duque, ya desprovisto de título, saldrá cuando le toque, que será pronto; le aguardan su amada y una vida regalada. Los de la intendencia gubernamental ya aviarán cuanto sea menester para que nada escasee a los señores.

En febrero de 2007 se firma el llamado Acuerdo General de Cooperación entre los reinos de España y Arabia Saudí (publicado en el BOE del uno de agosto de 2008). Por junio, creo recordar, el Rey Juan Carlos concede el Toisón de Oro a Abdulá bin Abdulaziz Al Saud, Custodio de las Dos Sagradas Mezquitas y Rey de Arabia Saudí; lo que, en la praxis y para ser escueto, supuso el lavado de cara del régimen saudita. La Orden del Toisón fue fundada en 1429 por Felipe III (duque de Borgoña y conde de Flandes), reconocida como una de las órdenes de caballería más vetustas y afamadas de Europa. No imagino más elevado destino para el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro que un país en el que no caben las ciudades agustinianas del hombre y de Dios. Un régimen donde la desviación sexual, la embriaguez y el adulterio son castigados con azotes, o con pena capital la apostasía. No todo va a ser infame. Tienen petróleo por doquier y sus dineros atraen bolsillos con la misma eficacia que anestesian conciencias.

El Toisón tenía precio; cien millones de dólares que, según anda investigando el fiscal del cantón ginebrino, fueron transferidos por el gobierno saudita al Rey Emérito; tras sortear, claro está, un tupido galimatías de hombres de paja y sociedades costa afuera; offshore para los cursis pretenciosos. Definitivamente, Su Majestad vendía muy cara su capacidad de interlocución y sus dotes diplomáticas. Años más tarde, una parte sustancial de esa fortuna, sesenta y cinco millones de dólares, fue girada, en concepto de donación, a una cuenta de Corinna zu Sayn-Wittgenestein. No pudo el Rey avenirse a unas de tantas perdigonadas a conejos o torcazos. Hubo de partir al África austral, concretamente a Botsuana, para dar caza a un hermoso paquidermo. Se colige que Corinna, que casual o causalmente andaba por allí, también iba de montería aunque su presa debía ser de piel más fina.

Corinna le costó la corona y está por ver si se llevará por delante nuestra monarquía parlamentaria. Leguleyos palaciegos y sus auxiliares de la Carrera de San Jerónimo se asen, cuan percebes a la roca, a la letra de la Ley por aquello de que el Rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad. Pero olvidan que el espíritu de la norma es tanto o más ilustrativo que el verbo. Idéntico trance le sucedió a la obra cumbre de Montesquieu, El Espíritu de las Leyes, prohibido por La Sorbona e incluido en el índice de libros proscritos por la Iglesia Católica. Las almas libres e indomables, por lo común cegadoras, jamás se allanaron ante el poder; al menos, ante el poder de los necios. Alguna vez fingieron mas fue para preservar el pellejo. Que se lo pregunten a Isaac Newton, a Galileo Galilei o Charles Darwin.

En La Corte saben igual o mejor que este humilde vasallo que la permanencia y honra de la Monarquía Parlamentaria no descansan sobre su legitimidad (fuera de toda duda), sino sobre su ejemplaridad. Felipe VI, monarca modélico y brillante, ha aceptado el caudal hereditario del padre a beneficio de inventario, retrayéndose no sólo el debe, si lo hubiere, sino también el haber de origen incierto.

Me temo que la obligada y dolorosa decisión de Felipe VI, que además de rey es hijo, es insuficiente. Al Rey Emérito que, una vez, contribuyó decididamente a la democracia, le resta un último servicio a España: someterse al imperio de la Ley, demostrándonos a todos que aquellas regias palabras eran mucho más que letras sin espíritu. Majestad; me hago cargo. Debe usted pensar por qué, habiendo sido el primero entre los españoles, iba a servir ahora de paradigma sacrificial. No le falta razón pues hay validos y señores feudales que se fueron de rositas. Seguramente porque fontaneros de trastienda confundieron la persona con la institución.

Tiempo ha que mi escepticismo doblegó a la candidez y de sobra sé que estas letras, aún con espíritu humilde, hallarán el eco cuando no el vacío. Pero no importa. Permitidme, os lo ruego, que altere levemente un pensamiento del genial porteño, para decir que soñar es la actividad estética y ética más antigua.

 

 

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