No les olvidemos
Ya estamos en la sexta semana de encierro forzoso y toca hablar de los que se han ido (bonito eufemismo). Los datos son demoledores, el 86% de los fallecidos a causa de la terrible pandemia tienen más de 70 años. Y otro 9% en la franja entre los 60 y 70 años, es decir, el 95% de los difuntos son personas mayores, nuestros padres y abuelos. Qué desgracia. Qué tristeza. ¿Sería mucho más desconsolador si hubieran muerto jóvenes o niños? Sin duda, pero que estúpido consuelo. Recordemos que el recuento de víctimas del virus ronda los 30.000, 22.000 de ellos oficiales, puesto que los muertos que no han dado positivo por el test del Covid-19 quedan sin contabilizar en las estadísticas autorizadas.
En estos dos meses desde el primer fallecimiento por coronavirus la verdad que las televisiones no se están prodigando (afortunadamente, en mi opinión) en ofrecer testimonios reales de personas que han perdido a sus familiares en estas dramáticas circunstancias, supongo que, siguiendo el lenguaje bélico que utiliza el gobierno, para mantener alta la moral de la tropa. En cierto modo, como sucedió con la gripe que asoló el mundo al final de la primera guerra mundial: al no informar de ella los países beligerantes para no desanimar a los combatientes y ser España el primer país en informar de esta quedó para la historia con el nombre de gripe española. Sin embargo, aunque se intente disimular, la realidad es que hay una historia detrás de cada muerte, no son cifras, números y estadísticas a las que parece que nos hemos acostumbrado inmunizándonos al dolor ajeno.
Lo peor de todo son las circunstancias en que se han producido y la incomprensión, al menos para mí, en la forma de actuar de las autoridades sanitarias en muchos casos. He escuchado ejemplos explicados por los propios parientes, en Madrid, Castilla La-Mancha, Cataluña, Valencia, Murcia, donde se han encontrado con sus progenitores enfermos, aislados, y además sin posibilidad de ingreso en un hospital. Debe ser muy duro estar en vilo, con un padre o madre, de avanzada edad, con esta agresiva enfermedad y no poder verlo ni acompañarlo. Y lo más cruel, que se haya establecido un protocolo por el que no permiten el ingreso hospitalario de mayores de 70 años, como así han confirmado los afectados. Al final terminan muriendo solos en sus habitaciones, abandonados por el sistema sanitario e impedidos de todo acompañamiento. Por dejarlo claro, las residencias solicitan el ingreso de un paciente con síntomas graves y desde el hospital niegan la asistencia. Brutal.
Puede ser entendible que con el colapso de los hospitales y la escasez de plazas en las UCI se tenga que tomar una decisión, y siempre serán los que menor esperanza de vida los sacrificados. Lo que ya no es tan comprensible es que en lugares donde no se ha llegado al colapso en las diferentes áreas y hay camas disponibles en cuidados intensivos, o en Castilla La-Mancha, donde el consejero de Sanidad presumía de tener UCI’s y 600 camas generales a disposición de quien necesitara también se aplique el protocolo a rajatabla. Además, hay comunidades donde la incidencia de los contagios ha sido reducida, como Andalucía, ¿por qué no se ha trasladado los pacientes a los que se ha negado la asistencia hospitalaria a otras comunidades donde si tenían disponibilidad? No he encontrado ninguna explicación.
No es solo que estas personas hayan estado toda una vida cotizando para tener derecho a una sanidad pública y de calidad para que ahora se les niegue la atención médica por su avanzada edad – la paradoja es que precisamente es esta una enfermedad que se ceba con los mayores y las personas jóvenes tienen todos los factores a su favor para sobrevivir – sino también por humanidad, cuando tanto se ha hablado y escrito de la sanidad universal, para todos. Aun así, se les ha abandonado a su suerte. De la misma forma que en el siglo XX las guerras demostraron a Europa la inmadurez de las sociedades avanzadas, para mí este es el fracaso de la civilización moderna, del Estado del Bienestar del cual tan orgullosos estábamos. Cuando sentimos el miedo, como en todas las épocas, nos dejamos llevar por nuestros instintos más primarios. Nos abalanzamos a los supermercados para acaparar bienes de primera necesidad (con buen criterio, por supuesto, nadie sabe qué pasará mañana). Y menos mal que no ha habido desabastecimiento o habría sido el caos.
Quiero trasmitir desde aquí mi sentido pésame a los familiares, y el homenaje y recuerdo que merecen esos hombres y mujeres que nacieron en los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, que vivieron una infancia en plena Guerra Civil o una cruel dictadura. Los que levantaron este país cuando estaba hundido y nos trajeron la democracia y las comodidades que ahora podemos disfrutar. Para que, finalmente y por nuestros temores, dejarlos caer cuando más nos necesitaban. Les hemos fallado. Es para reflexionar profundamente. Se merecen nuestro reconocimiento y no caer en el olvido en cuanto pase la crisis y volvamos a la normalidad de nuestras vidas.
No puedo estar más de acuerdo con el artículo, especialmente con la frase final: «Los que levantaron este país cuando estaba hundido y nos trajeron la democracia y las comodidades que ahora podemos disfrutar. Para que, finalmente y por nuestros temores, dejarlos caer cuando más nos necesitaban. Les hemos fallado. Es para reflexionar profundamente. Se merecen nuestro reconocimiento y no caer en el olvido en cuanto pase la crisis y volvamos a la normalidad de nuestras vidas». Mi tío de 73 años ha muerto por covid en la UCi de la Arrixaca. Pertenece a esa generación que, como les ocurre a los jóvenes de ahora, tuvo que emigrar al extranjero, en su caso a Suiza. A él no le faltó atención médica, pero su condición previa le hacía muy vulnerable. Yo soy de Cieza pero vivo en Madrid y lo que está pasando en las residencias de aquí es espeluznante. Siempre reivindicamos una sanidad y una educación públicas de calidad, y debemos seguir haciéndolo, pero hay que añadir un elemento más, que hasta ahora se nos olvidaba demasiadas veces. Hay que reivindicar además unos cuidados dignos, no sólo a las personas mayores, sino también a las personas dependientes, con enfermedades mentales, discapacidad, sin hogar, en riesgo grave de exclusión social… Una sociedad que avanza dejando a los más débiles en la cuneta no es una sociedad digna, y crecer a costa de ir dejando cadáveres a su paso no es propio de un estado democrático, social y de derecho.
Descansen en paz las víctimas, pero los que quedamos no deberíamos descansar en paz hasta que seamos dignos de ello.