Historia del cultivo y producción de pasas de lejía y de sol en Cieza

Recorrido sobre un cultivo tradicional y preciado de la localidad

José Olivares García

Dice el refranero popular que para la memoria hay que tomar ‘rabos de pasa’. Ayudados de este remedio ancestral, continuamos con las  miradas al pasado preindustrial de Cieza, es obligado ocuparnos de un producto que a partir del siglo XIV fue conocido en toda España y en ultramar: hablamos de las pasas de sol y de lejía de Cieza.

La palabra pasa procede del latín, y viene a significar “tender al aire las uvas u otros frutos para que se sequen”. La uva desecada al sol ya era objeto de comercio de los fenicios, que vendían a griegos y romanos pasas de uva. Por ello, su consumo se hizo popular en la península Ibérica.  Posteriormente, en los siglos XII y XIII, los escritores y viajeros musulmanes (al-Idrīsī, al-Ḥimyarī), describen como en Murcia se cultivaba la vid para el consumo de uvas en fresco y para la elaboración de pasas y arrope. La conquista del Reino de Murcia por parte de la Corona de Castilla, ayudada por la de Aragón, no afectó a esta actividad agrícola, pues el campesinado mudéjar continuó con el cultivo y elaboración de pasas en sus dos especialidades: las de lejía y las de sol. Este auge en la producción de pasas ciezanas seguramente sufrió un retroceso con la expulsión de los moriscos en el siglo XVII y el consiguiente reparto de tierras a los nuevos pobladores cristianos, que optaron por otros cultivos. Con el comienzo de las expediciones marítimas la importancia de las pasas era tal que  servían de alimentación para las tripulaciones de los barcos que hacían rutas a ultramar, ya que las pasas, sobre todo, las de lejía, eran de fácil conservación y transporte.

En la obra Agricultura General, del agrónomo y escritor español Gabriel Alonso de Herrera, publicada en 1513, este afamado autor describe el proceso de elaboración de las pasas de sol y de lejía. Las uvas idóneas para la producción de las pasas eran las variedades mas azucaradas, con poco jugo o carnosas, aburtadas y largas, con poco o ningún granillo y tempranas con poco pellejo si han de secarse al sol; en cambio, si han de pasarse por la lejía deben de ser de hollejo más grueso y mas tiesas. Las uvas se  recolectaban en agosto y los racimos se sumergían en una caldera de lejía que debía de esta limpia y clara. Las cenizas utilizadas en Cieza eran preferentemente de sarmientos de la propia vid, en otras zonas también utilizaban cenizas de lentisco, romero u otros vegetales barrilleros. Cuando  la lejía empezaba a hervir solían añadir un poco de aceite  y azafrán molido con el fin de que las pasas fueran mejores y tuvieran una mejor conservación, además de un color más atractivo a la vista.  Una vez repetido tantas veces como fuese necesario el proceso de sumergir los racimos en este caustico líquido, hasta que las uvas adquiriese el color deseado, se colgaban donde les diera el viento y el sol, evitando el rocío y la lluvia. Una vez secas se colocaban bien apretadas, en racimos o desgranadas en recipientes de barro bien tapados. Posteriormente, se guardan en un lugar con la menor humedad posible.

Las utilidades y beneficios de las pasas son múltiples y contrastadas, al perder un 90% del agua estas son muy energéticas, ya que cuenta de media con unas 324 calorías en cada 100 gramos y una alta concentración de azucares.  Mariano Lagasca atribuye a las pasas la virtud de confortar el estomago, aclarar la voz y limpiar los pulmones y Magnino Milanés afirma que comiendo pasas en ayunas se desopila o se cura la obstrucción del hígado. Antiguamente, cuando alguien se olvidaba de algo se le decía: vas a tener que tomar rabillos de pasas para la memoria. Curiosamente, en la parte que une la pasa con su rabito se da una alta concentración de colina, alimento del cerebro.

Según (A. Carrillo 1914), en 1494, el Marqués de Baza ordena la realización de una memoria en la que se describe la población de Cieza unos años después del ataque nazarí, el 6 de abril 1477.  A través de este documento podemos descubrir que en esta época la producción de pasas de lejía era muy abundante. Otros datos de interés sobre las pasas de Cieza lo encontramos en la obra Señoríos y feudalismo en el Reino de Murcia, escrita por Miguel Rodríguez Llopis. En ella se muestra el alto nivel de fincabilidad para las producciones de pasas que impusieron las encomiendas de Ricote y de Cieza en 1529,  ambas bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago. La orden  aplicaba el diezmo para todos los productos que se produjeran fuera de la redonda de la Villa, y se consiguió que este impuesto fuese de cada once partes una en el caso de Cieza. En Ricote, los habitantes moriscos intentaban esconder  las producciones de pasas para evitar un impuesto que consideraban injusto. En el capítulo 23 de las relaciones topográficas hechas de orden de Felipe II,  fechada el 25 de marzo de 1579, describe que  en Cieza se producen pasas de lejía.

El cronista oficial de Alguazas y Ojós, Luis Lisón Hernández, en su obra Mito y realidad en la expulsión de los mudéjares murcianos del Valle de Ricote, relata que en enero de 1614 fueron saliendo por el puerto de Cartagena los mudéjares murcianos, salvo los de Cieza, que pidieron un plazo hasta el mes de marzo para salir. En esta obra se cita que un matrimonio de Ricote, compuesto por Gonzalo Saorín y Mencía Torrano, se llevó a Nápoles, entre otras mercancías, un quintal de pasas.

Nuestro querido historiador Ramón María Capdevila recoge un documento del 1748 que reza: “Una horrible nube, dejando salir de sus entrañas piedra de cuatro onzas, según dice la relación de donde copiamos, arrasó la huerta; taló los árboles; destruyó las cosechas que estaban hacinadas; mató caballerías y reses en abundancia, y, en una palabra, sembró la desolación y la ruina, en el pueblo entero, el que sintió grandemente su dolor inevitable, es la nube más grande que se ha conocido en Cieza, no sólo por los atronadores estampidos de las nubes al chocar, sino por el brillo deslumbrador y duración de los relámpagos, y por la enorme cantidad, y por el disparatado grueso de la piedra, la que en media hora rompió, truncó, destrozó, la riqueza que el pueblo tenía acumulada, de pasa, uva, oliva, fruta de toda clase, almendra, etcétera”.

En el siglo XVIII, un manuscrito mencionaba el aprecio a las olivas mollares  y las pasas de Cieza en las colonias americanas. Se trata de un documento custodiado por las monjas clarisas. El autor del documento era fray Andrés Filoso, franciscano, que el 4 octubre de 1763 describía la producción agrícola de Cieza. Específicamente decía que las pasas y las aceitunas ciezanas “se celebran mucho, aún en los remotos países y ultramarinos reinos”.

Pascual Madoz e Ibáñez, en su Diccionario Geográfico, editado en 1850, cita que en Cieza hay buena producción de pasas de lejía. También nos da un dato relevante sobre la disminución de las plantaciones de viña de uva moscatel, que era la más utilizada para hacer pasas, a favor de otras variedades para la elaboración de vinos. En una publicación de las tarifas  de los arbitrios municipales del Ayuntamiento de Madrid, publicada en 1813, aparecen las pasas de Cieza con denominación de origen y con un impuesto de 10 maravedíes por arroba de producto.

José Almazán publica en 1857 la memoria del proyecto de ferrocarril de  Albacete a Cartagena. En ella cita los diversos productos que se cultivan en Cieza y entre ellos hace especial mención a las pasas ciezanas, citándolas como de las mejores que se producen en la provincia de Murcia.

La nota literaria sobre las pasas de Cieza la puso el gran poeta José Segal en su obra Un retrato de Mujer,  publicado en 1876, donde relata “que en Cieza viene á ser el pórtico del profundo panorama que empieza á traslucirse bajo las brumas del horizonte (…) sus ricos olivares y sus pingües viñedos que producen aceitunas tan sabrosas como las de Sevilla y pasas tan suaves tan dulces como las de Málaga”.

Nicolás María Serrano publicó el Diccionario Universal de la Lengua Castellana: Ciencias y Artes en 1876. En esta obra también se hace especial mención a las producciones ciezanas como grano, aceituna, pasas y seda.  Dos años después el Semanario Murciano publicaba la relación de los productos murcianos en la Exposición de París de 1878. Entre los productos ciezanos estaba pasa de uvas, elaboradas por el propietario Faustino Molina Lucas.

Los botánicos Diego Rivera y Concepción Obón, basándose en un estudio estadístico realizado en la provincia de Murcia, aseguran que en 1889, en Cieza, se cultivaban 15 variedades diferentes de uva: Morrastel, Royal, Uva de Aledo, Uva de Pasa, Valencí, Bermeja, Alamís, Ojo de liebre, Planta de Mula, Colgadilla Blanca y Negra, Flor de Baladre, Moscatel, Alcayata y Planta del Reino, siendo Cieza el tercer término municipal con mayor diversidad varietal de la Región por detrás de Caravaca y Murcia.

El periódico jumillano El Panadero, en 1890, recoge la curiosa noticia que provenía del senado francés, en la que decía que para evitar que con las pasas del Levante español se pudiera elaborar vinos se aumentaron los requisitos para exportar pasas al país galo, tales como que cada cajón de pasas que entrara en Francia llevase la certificación del pago del impuesto y que cada 100 kilos de pasas pagará lo mismo que tres hectolitros de vino.

Finalmente, diversos factores influyeron en el paulatino abandono del cultivo y elaboración de las pasas de Cieza,  sobre todo en los siglos XIX y XX.  Uno de ellos fue  la  aparición de la filoxera en Cieza según el ingeniero agrónomo Adolfo Virgili y Vidiella. Los primeros síntomas de filoxera en las vides ciezanas se dieron en octubre de 1905 provenientes de Moratalla. Además de los efectos de esta plaga, se unió a ellos la ‘Ley Seca’ que se decreto en los Estados Unidos entre el 17 de enero de 1920 y el 6 de diciembre de 1933, ya que los inmensos viñedos de California tuvieron que reconvertir su producción de vino en pasas de menor precios que las cultivadas en estas tierras, inundado el mercado y dando la puntilla definitiva a las pasas de Cieza.

 

 

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