Hay futuro
Charlando con una persona hace unos días, docente también, me comentaba el mal nivel general del alumnado, la poca motivación, las pocas lecturas, el poco hábito de estudio… todo negativo. Es posible que tenga parte de razón, como negarlo. Pero también es cierto que muchas cosas han cambiado desde nuestra época de estudiantes. Por ejemplo, antes la educación obligatoria llegaba hasta los 14 años; había personas que no tenían fortuna, o no les gustaba estudiar, o no eran aptos, o por sus circunstancias familiares abandonaban los estudios antes de esa edad. Y no pasaba nada. Hoy día los alumnos deben estar en su centro de estudios hasta los 16 años pase lo que pase; e incluso si deja de ir, se detecta de inmediato debiendo actuar los servicios sociales. ¿Qué consecuencia tiene esto? Que las aulas van acumulando alumnos que no quieren estar ahí. He conocidos casos de alumnos, y también de alumnas, expulsados por mal comportamiento, y al ofrecerles una mediación para reincorporarse a las clases su respuesta ha sido que no quieren ir a clase, prefieren seguir expulsados. ¿Es esto un drama? Un poco sí, dado que este perfil de alumno es un dolor de cabeza constante para los profesores que les atienden en clase, un problema para el resto de sus compañeros que si quieren aprovechar la educación que se les ofrece, y un suplicio para ellos mismos al estar obligados a continuar asistiendo al centro a diario.
¿Quiero decir con esto que mejor que no continuaran con su educación? Absolutamente no. Porque esa es la palabra, educación. Durante su etapa de escolarización no solo adquieren conocimientos y diferentes destrezas, también aprenden a convivir con sus compañeros masculinos y femeninos, a respetar otras sensibilidades y a una autoridad – que siempre viene bien, sobre todo si no la encuentran en casa – y también, por qué no, a conocer y aceptar otras culturas; es la realidad en estos tiempos. En ocasiones, y sobre todo en la adolescencia, se pasan malas época, no obstante, una mala decisión en un momento dado, el abandono de los estudios, puede llegar a ser un hecho irreversible. Y siempre es mejor, que duda cabe, estar recogido en una escuela que tirado por las calles, o enganchado al ordenador. La docencia es complicada y pasa por enorgullecerse de los alumnos buenos, mas también de intentar sacar lo mejor, e intentar reconducir a los que se pueda. Tan solo un alumno por el mal camino que se haya conseguido encauzar, ya merece la pena el esfuerzo. Y son los más agradecidos. El que la comunidad estudiantil deba permanecer en los institutos hasta los 16 tiene otra derivada, y es que el porcentaje de buenos estudiantes se diluye, dando así la sensación de que los resultados son peores de lo que deberían, o que cualquier época pasada fue mejor. Y nada más lejos de la realidad.
En la actualidad, el nivel de analfabetismo entre los jóvenes es prácticamente nulo. Todo el mundo sabe leer y escribir, y se defiende más o menos con las matemáticas. Reconoce su país en un mapa, identifica las autonomías de España, sabe el número de continentes, y si no está muy contaminado por algún streamer colgado, sabe que la tierra es redonda. Alguien dirá – ¡qué menos! Bueno, pues no siempre ha sido así. Hace 40 años no era así. Y en otros países sigue sin ser así. Hay chicos muy brillantes y motivados. Hay chicas muy ambiciosas y con mucho talento. La semana pasada el instituto Los Albares ganó el concurso regional de debate, entre más de 70 equipos participantes. Y la otra pareja quedó décima. Para mí, solo que quieran dedicar su tiempo a debatir con otros compañeros ya es un exitazo. Hay clases enteras donde se expresan en inglés con total facilidad, saliendo del instituto prácticamente bilingües. Hay alumnos interesados en las ciencias, en las matemáticas, en el ajedrez, simultaneándolo con el deporte. Hay incluso jóvenes interesados en la política, siendo, no obstante, críticos con el status quo establecido de PP y PSOE, y sin caer en los extremismos tanto de derecha, como de izquierda. Preocupados, en definitiva, por su futuro y por el país que nos están dejando unos políticos, periodistas e intelectuales sin escrúpulos y unos votantes que solo piensan en sus obsesiones en vez de en el porvenir de las siguientes generaciones. En nuestra juventud hay futuro, sin duda. “¡Mas es mía el Alba de oro!”.