Hacienda somos todos (o eso dicen)

Al dulce soniquete de la bolsa de maravedíes los ojos brillan, y los recelos también. Aunque es justo reconocer que, por lo menos, ha cambiado la mentalidad en algún concepto: ahora existe lo que se da en llamar solidaridad (que sí, que también la hay). El tema de contribuir a la causa común, a pesar de ser muy noble y justo, sigue encontrando reticencias por doquier. Y yo tampoco lo quiero criticar en exceso, pues aunque los historiadores digan que la revuelta que encabecé era muy noble y por el bien social también nos movía el dinero.

Es este aspecto, los países del Mediterráneo Sur, entre los que destaca España, se asemejan muy poco a los del Norte, que tampoco son hadas de la caridad con su mentalidad protestante (y hereje) de llegar a los cielos mediante el esfuerzo y el trabajo. Para algo fueron los inventores del capitalismo. La diferencia principal en el caso que nos atañe hoy, contribuir a Hacienda, es que mientras que aquí engañamos todo lo podemos, incluso es reconocido y admirado por familiares y amigos, allí también se práctica, pero si te cogen con «el carrito del helado» no son tan laxos como por estos lares (Al Capone sólo cumplió condena por evasión fiscal). Aquí nos jactamos del fraude; allí es algo vergonzoso, aunque también se haga. Valle Inclán nos definió muy bien en el Esperpento.

Acaba de salir a la luz la cuestión de un posible fraude fiscal de 150 millones de euros. Valga siempre la presunción de inocencia por delante. Ese es el lío en que anda envuelto Cristiano Ronaldo. Ya lo estuvo Messi, y a éste lo declararon culpable. Da igual como se llamen mientras tengan las bolsas cargadas porque si te llamas Pepe Pérez te debes preocupar un poquito menos del fraude ya que los impuestos te los descontarán directamente de tu nómina. No tendrás la posibilidad de contratar expertos asesores tributarios que consigan crear complejos entramados empresariales en las Islas Vírgenes, Caimán o échese uno a buscar. Y además, tendrán detrás de ello una legión de defensores (seguidores del club respectivo) que los defenderán y justificarán. Como si el dinero evadido no fuera de ellos, nuestro, de todos.

Hospitales, educación, sanidad, carreteras, prestaciones sociales y muchas más cosas necesarias para el bienestar común se costean a través de los impuestos. Si no contribuimos cómo queremos que nuestros hijos puedan disfrutar de una sociedad justa y equitativa (que no es el caso de la nuestra). Personajes públicos e instituciones, que deben dar ejemplo, realizan campañas mediáticas de donación (un buen lavado de imagen) pero a la mínima que se les presenta los doblones dan la vuelta al mundo y acaban en Panamá. Zara donó el año pasado 50 millones de euros a Unicef. Ahora habría que preguntarle cuánto cobran su asalariados asiáticos y en qué condiciones trabajan (aunque se hundan quinientas fábricas con ellos dentro).

Pero lo más bonito del asunto es la persecución tributaria. Porque la hay, pero si eres un soldadito de a pie. Si eres de alta alcurnia lo tendrás más fácil. Aunque te declaren culpable. Entonces, la fiscalía perdirá penas que, casualmente, no superen los dos años de prisión para, de esta forma, uno, si no tiene antecedentes penales, no tenga que pasar por el amargo trago de convivir en un cuartucho con la plebe. Véase Messis y Mascheranos (lo de la Pantoja sigo sin creerlo). A tal punto llega la displicencia que hemos tenido que asistir a un hecho sangrante. Toda la vida pensando que Hacienda somos todos y ahora resulta que sólo era un eslogan publicitario. Y no lo digo yo. Lo dijo la abogada del Estado en el caso de Iñaki Urdangarín, el infanto más yernísimo. Ya hubiera querido yo en mi proceso tener una acusación del Estado que actuara no como tal sino como si fuera mi defensa particular.

La única conclusión que puedo obtener es que la vida sigue, que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo continúa igual, a pesar la fachada ornamentaria de la que nos engalanamos. Y todo ello con el consentimiento colectivo del vulgo. La bolsa siempre será la bolsa y los intereses espurios prevalecen ante el bien social. Y después, que cada cual se las apañe como pueda. Pero siempre nos quedará París o protestar. Quizás una ininterrumpida protesta pueda cambiar algo. Sin Revolución Francesa todavía seguiríamos instalados en el Antiguo Régimen. Siempre quedará la esperanza.

 

 

 

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