Freelancers, por Pep Marín

Freelancers

(Este escrito ha sido elaborado por dos cerebros: uno, el de Ana Piñera, y el otro, que no me acuerdo, quizá el mío).

Ha estado lloviendo en Bruselas hasta ahora mismo. Ya son las cuatro de la tarde, y, aquí, esperando que salgan del almuerzo de un conocido restaurante algunas/os de nuestras/os representantes políticos del parlamento europeo.

“Falta hacía el papeo”, nos dijo Pascual Rigodón, después de ver en primera persona la cantidad de peña que llenaba el hemiciclo. Algo hacía que el cortisol se derramara por las venas y se aliara con el cansancio; la sesión se la pelaba, tanto que estuvo mirando al móvil todo el rato y aplaudiendo a destiempo, lo único que había de él en la sala era la carne (fornida), el espíritu andaba por otros lares.

Le he dicho a Wilson que no pierda detalle, aunque no hace falta que esté todo el rato con el ojo en el objetivo ¡Con lo que pesa la cámara! Parece que lleva la trompa de Alf. Mi hijo Wilson, gran muchacho, viene del mundo de las revistas gastronómicas; hasta que llegó la crisis, ¡ya se sabe! Una colosal oportunidad para el cambio.

Mientras esperamos (dedos y orejas frías) mi hijo me enseña fotos de algunos de los platos que ha podido inmortalizar a través de los amplios ventanales del restaurante. Nos llama la atención un solomillo de dinosaurio con patatas fritas y dos enormes huevos duros, dignos del mismísimo Carl Fabergé. Por supuesto, esto forma parte de las dietas pagadas por europeos y europeas a nuestros maestros de las tres aes, abulia, apatía y atonía, y a sus traseros pegados a asientos en primera.

En contraste, un hervido de patatas con judías y cebollas en nuestro tuper de plástico de color naranja. Mucha autofagia obligada para los freelancers, ¡bonito termino!, suena como a rápido, a superhéroe, aunque se recomienda no usarlo para el arte del ligar por peligro de “largas ausencias”. No es que quiera yo comerme ese platazo, o platón (ni a Platón citando a Sócrates). No, no es eso, que me pedorreo después como si fuese una moto de escape libre. Es por la falta de pudor de esos ciudadanos de a pie convertidos en superhombres de fuego y azufre, que ignoran a los que comen con sus “perras”; no es envidia, ¡qué demonios!

Es para cagarse en algo muy feo, si no lo hago es por mi hijo, da igual la edad que tenga, el nene ya está crecido pero, aún así, soy su referente. Le diría a la salida: ¿No es usted en España el que odia los huevos duros?

Hay una diferencia notable entre la forma de ser de puertas para adentro y de cara a la galería (un típico caso de psicopatón de los que hablaba mi compañera de curro Mari Paz, psicóloga todavía sin camisa de fuerza). Viviendo solo podría amanecer por gusto con un tenedor clavado en el pie, solo por notar qué se siente, en contraste con los demás, un ente edulcorado y candoroso, la viva imagen del ángel de la guarda.

En este caso, el señor diputado, en casa, Spain, odia los huevos en cualquiera de sus versiones, y fuera de casa, en Europa, se pide dos huevos duros, de los caros, para desayunar.

Seguro que siente, es más cree firmemente que al cruzar cualquiera de nuestras fronteras deja detrás a un montón de facinerosos, básicos y superficiales de neurona en decadencia a los que se les pueden hacer el “tocomocho” y que sigan pagando la cuenta.

Ni un pelo se les mueve, ni por dentro, con remordimiento o depresión, ni por fuera, con el mínimo rubor en la cara, por embustero o caraduras de balneario político. Ni educando a su primogénita Cayetana en generosidad y empatía se le va a pasar por la cabeza la idea de que es un actor de primer nivel.

Hay muchas personas así: vidas de un abrigo encima de otro. Lo peor de todo es que a plumero caído y a vergüenzas visibles se escuchan millones de aplausos y se queman maniquíes frente a sedes de partidos.

Así pues, no solo va a decir: “Odio los huevos duros”, sino que va a aprovechar para decir que será el fin del arroz con leche, que las exportaciones de torrijas y almendras garrapiñadas sufrirán una merma importante. De seguir el Gobierno con la idea de salvaguardar los huevos duros como si fuesen oro, lo que tendrían que hacer es dimitir en bloque y, antes de dimitir, tendrían que dar explicaciones de por qué habría que recoger en alta mar a Inma, persona que ha viajado arriesgando su existencia en una balsa hecha con bolsas de gusanitos, porque eso no cuadra, no encaja.

A la salida abordamos al político un gran número de periodistas y preguntamos por la polémica. “¿No dijo usted en España que odiaba los huevos duros?” Su respuesta ha sido muy reveladora: “Lo que ustedes han visto, y a buen seguro fotografiado, no eran huevos duros, miren bien sus grabaciones”.

Después de un aluvión de preguntas solo atinó a decir: “Gracias, gracias, gracias”, y desapareció en el interior de su coche negro de cristales opacos de espejos. Sin duda, cansado de tanto control.