Fray Pascual Salmerón y la enfermedad de escrúpulos

Antonio-Balsalobre-cronicas-siyasa

No sabía que existiera esa afección. Me enteré indagando sobre la vida de Fray Pascual Salmerón. Ese franciscano ciezano que pasó su vida en el Convento de San Joaquín allá por el siglo XVIII y parte del XIX y escribió una Historia de Cieza equivocada pero meritoria. Descubrí esa enfermedad de escrúpulos, en realidad, leyendo el estudio histórico-crítico que De la Rosa escribió sobre su obra. Y la he vuelto a recordar este mes de diciembre en que este historiador fecha, a raíz de los nuevos datos aparecidos, su muerte (y no en enero como figura en el obituario). Se cumplen pues 212 años desde que la enfermedad y la vejez “sacaron del destierro para la patria celestial” a este ciezano ilustre, y su figura bien se merecía un recuerdo. “Destierro” y “patria celestial” eran metáforas frecuentes utilizadas por los franciscanos para aludir a la muerte. Y aunque es verdad que 212 no es una cifra redonda para celebrar un aniversario, tiene a mi entender dos méritos: ser capicúa y sugestiva. Por lo que le hago mi particular homenaje.

Salmerón, en cuya celda al morir, sólo había “una reliquia de San Pascual, un candil y un montón de papeles trabajo de sus manos”, abrazó muy joven el ideal de pobreza de la Orden de San Francisco y pasó gran parte de su vida intentando demostrar tozudamente que en Cieza estuvo en época romana Carteya, capital de la Olcadia, donde fundó su cátedra San Esicio, compañero del apóstol Santiago. A decir verdad, en el título mismo de su resumen histórico incurre en el error fatal: “La antigua Carteia o Carcesa, hoy Cieza…”, publicado en 1777. Un error del que nunca se retractó pese a la “evidencia histórica” de que la antigua Carteya se encontraba en las costas andaluzas, cerca del Estrecho de Gibraltar, y no en la actual Cieza, como insistentemente le exponía su compañero de orden, y enconado “enemigo”, el cánonigo Lozano, en la acalorada batalla dialéctica que mantuvieron en publicaciones y contrapublicaciones, con sus correspondientes réplicas y contrarréplicas.

Ese “desvarío”, producto de una inspiración llevada a sus extremos y de querer buscarle a Cieza un linaje ilustre, no le quita mérito a su ingente labor de investigación, recopilación de datos y escritura que llevó a cabo a lo largo de su vida. No hace que desmerezca “ese montón de papeles”, trabajo de sus manos, encontrado en su celda. De hecho, Fray Pascual se ha convertido con el tiempo en una figura emblemática de nuestra historia local, hasta el punto de que la Biblioteca Municipal actual lleva su nombre.

Sabíamos que antes de dedicarse de pleno a su labor de investigación, Salmerón ejerció, tras unos brillantes estudios, los más altos cargos de la Orden de San Francisco, “como son Lector, Guardián y Definidor”. El definidor era como una especie de director del convento que además de administrarlo debía resolver los casos más graves. Y aquí entra en juego un  dato poco conocido sobre su vida sobre el que merece la pena detenerse. Ese desempeño de altas responsabilidades convirtió su existencia en un calvario. Según él mismo cuenta en su diario íntimo, tuvo que renunciar a todos sus cargos por padecer “una enfermedad de escrúpulos” que le hacía sufrir más de lo que parecía, y lo hacía “inútil para sí y para los demás”.

El escrúpulo (del latín, “piedrecilla que se mete en el zapato”) es la inquietud de ánimo provocada por la duda. Y tiene escrúpulos quien se pregunta acerca de si algo es bueno o malo, correcto o incorrecto, verdadero o falso. Cosa por cierto poco frecuente hoy en día en muchos ámbitos de la vida, y no sólo de la política.

Durante épocas el Padre Salmerón debió de estar sumido en un mar continuo de dudas del que no sabía salir. Acuciado por “la enfermedad”, y en su afán “perfeccionista”, debió de tener problemas para aceptar sus propias limitaciones, para aceptarse como tal, con sus luces y sombras, virtudes y defectos. Una enfermedad de escrúpulos que lo atormentó, lo apartó de los puestos de mando, pero, y no hay mal que por bien no venga, lo empujó hacia la vida retirada del estudio y de la investigación.

Por culpa de ese padecimiento, el Convento de San Joaquín perdió en la persona de Fray Pascual Salmerón a un definidor de cualidades intelectuales y humanas excepcionales, pero Cieza ganó a su primer historiador.

 

 

Escribir un comentario