Ética o el caos, según José Antonio Vergara Parra

Ética o el caos

Con la edad, acaso para evitar estériles disgustos, viramos hacia el  escepticismo e, incluso, al pesimismo. Poco a poco, la utopía propia de edades lozanas va cediendo protagonismo a la resignación y, así como la esperanza insufla vida, el armisticio moral depaupera nuestra existencia. De alguna manera, la angustia se adueña de nuestras entrañas nublando un horizonte otrora prometedor. La resignación ante lo inevitable es tan recomendable como la rebeldía ante lo posible. Y no es fácil distinguir lo uno y lo otro pero nadie dijo que la vida lo fuese.

Tras el desconocimiento de la ética o la conculcación intencionada de sus principios hallaremos el origen de todos nuestros males. Si bien las voces moral y ética comparten idéntico origen etimológico, la filosofía, la teología y otras ciencias introspectivas y cognitivas, aun con dispar criterio, han acabado por atribuir a sendas palabras significados muy distintos. Podríamos afirmar que la moral es concertación y la ética verdad inmutable. La moral estaría formada por un conjunto de normas y principios, gestado en un pacto social explícito y tácito, y al albur de  unas determinadas circunstancias de espacio y tiempo en parte causales y no menos casuales. Y si acotar el sentido de la moral despierta disenso éste se torna en pugilato cuando abordamos la delimitación conceptual de la ética. Pero no he llegado hasta aquí para glosar pensamientos ya conocidos, por muy afamados y respetables que éstos sean; tampoco ando interesado en concitar amplias convenciones traicionando mi llana aunque indubitada opinión. Ser leal con uno mismo no deja de ser una aventura muy excitante, no exenta de dificultades y de hondas  satisfacciones.

Los verdaderos tesoros de esta vida no admiten tasación; no ya porque no haya posibles para adquirirlos sino porque su valor cotiza en las maderas de un cobertizo y bien lejos del parqué capitalino.

He pensado sobre ello y leído lo suyo y en sendos caminos he hallado utilidad pero no la suficiente. Llega un tiempo en el que, para esclarecer la verdad, debemos confiar en realidades que no se palpan y no se ven. Hay quienes niegan la Ley Natural pues más allá del positivismo jurídico y moral no atisban verdad indiciaria y mucho menos definitiva. No es mi caso. Como todos, he sido zarandeado por la duda y por la rabia. Apenas tengo respuestas para realidades que sobrepasan mi entendimiento y pese a todo, o por todo, creo firmemente en el bien y en el mal. Hay leyes universales, escritas por un Legislador muy reconocible, que de cumplirlas nos traerán la verdadera felicidad. La ética o la Ley Natural vendrían a ser el vademécum con el que guiar nuestras vidas. Definitivamente, la ética es el heraldo de Dios.

La conciencia haría de centinela y de auditor, no para prohibir sino para guiar; tampoco para condenar sino para redimir. Los principios y conductas éticas no han de buscar recompensa futura sino una paz coetánea. Lo que haya de venir vendrá mas, mientras tanto, deberíamos ocuparnos del ahora que es lo único que a duras penas podemos controlar.

De vez en cuando, deberíamos practicar la empatía mientras nos imaginamos caminando con zapatos ajenos. Tal vez entenderíamos más y juzgaríamos menos y tal vez, sólo tal vez, la caridad vendría en nuestro auxilio. La caridad, cuyo significado se ha desvirtuado fortuita o deliberadamente, es el amor que nace de Dios para proyectarse sobre el otro. No hablamos de misericordia, compasión o piedad sino de amor, de amar al prójimo como a uno mismo.  La ética nos compele a hacer de nuestro trabajo, no sólo el sustento de la familia, sino la forma de servir a los demás. La ética proscribe coger lo que no es de uno y aconseja la interpelación de lo debido. La Ley natural concede a todos idéntica dignidad, exactamente la misma.  Le ética detesta el uso de Dios como señuelo para ocultar nuestra miserias pues sanedrines hubo, hay y habrá.

El egoísmo mata, lentamente pero mata; a quien lo padece y a quien lo sufre. Nadie puede dar lo que no tiene pero amontonar lo que sobreabunda empobrece al codicioso y avaro.  La ética nos compele a cuidar de nuestras montañas, ríos y praderas pues esquilmar el medio natural es de insensatos e indolentes. La guerra es el invento de Satanás y las balas su lenguaje. Dios no bendice a nación alguna, ni siquiera a los mismísimos Estados Unidos de América; Dios únicamente enaltece a los hombres y mujeres de buena voluntad.

Como ven, hay verdades inmutables y eternas que no encontrarán en manual alguno salvo, para ser honestos,  en el Nuevo Testamento. El hombre, desde que tiene conciencia de sí mismo, ha ignorado o pisoteado la Ley Natural pagando un precio muy alto por ello. Importa poco cuán gruesos sean los barrotes ni cuán hediondas las mazmorras de este mundo, pues nada zaherirá más nuestra paz que el quebranto de la Ley Natural. Suerte que, en este último caso, las puertas están siempre abiertas. Bastará humildad y sincera contrición para cruzar su dintel hacia las enésimas oportunidades que se nos brindan.

Que nadie piense ni por un momento que escribo desde ambón o tribuna alguna. Mis palabras son humildes y brotan de un ser que, renqueante, busca algo de luz. El más hermoso verso y la más sublime prosa la escriben los ángeles de este mundo pues, al igual que Dios envió a su Hijo, éste consigna a algunos de nuestros congéneres para refrescarnos la memoria.

Piensen en los dislates que el hombre ha pergeñado y consumado a lo ancho y largo de nuestra Historia. Piensen en las calamidades, guerras, violencia o tiranía que azotan a millones de hermanos. Miremos a nuestro entorno más inmediato e identifiquemos rivalidades, traiciones, matrimonios y familias deshechas, metas perversas o amistades rotas. En todos los males individuales y colectivos, pretéritos y presentes, hallaremos un denominador común: la vulneración o indiferencia ante la ética verdadera e inmutable.

No hay bandera lo suficientemente grande para cobijar el mal.  No hay coartadas que justifiquen el quebrantamiento de la Ley de Dios. No hay fariseísmo que Él no vea. Me consta, como a todos, que en nombre de la Ley de Dios, el hombre ha sido y es un lobo para el hombre. Me consta que muchos dicen no conocerle y, no obstante, viven conforme a la Ley natural, haciendo de sus pensamientos y obras tributos a la ética más sublime. Lo cual significa que Dios no siempre deja su tarjeta de visita y, en ocasiones, la deja en blanco, permitiendo que cada cual le llame como plazca.

Me consta que hay desventuras y calamidades azarosas y sin rúbrica conocida. Me consta que la vida, como la muerte, son arcanos de imposible descifrado. Enésimas razones que someten nuestra creencias a seísmos racionales. La razón no es impedimento ni camino para conocer a Dios pero, como dijo un ángel muy cercano, sí es razonable creer en Dios. Los medios importan aunque el fin sea lícito porque lo importante no es llegar sino  caminar.

 

 

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