Contra todo pronóstico, incluido el de Rajoy, ha prosperado la moción de censura de los socialistas, lo que ha hecho de Pedro Sánchez el séptimo presidente de la España democrática.
La interposición de la moción ha sido justificada. Rajoy no debiera cuestionar a los tribunales por dirimir responsabilidades ni culpar a la oposición por pedir cuentas. Nadie, salvo el PP, es culpable de los actos de éste. De continuo, Rajoy y los suyos han hecho gala de un pretendido patriotismo. Lástima que hayan perdido una excelente oportunidad para demostrarlo. Tan pronto se conoció la sentencia de la audiencia nacional, Rajoy debió haber disuelto las cámaras, convocado elecciones, dar un paso atrás y haber procurado el tránsito de equipos y estrategias renovadas. Quienes algo hemos jugado al ajedrez sabemos que enrocarse no es, a veces, la mejor decisión.
Mas no perdamos más tiempo en lo que debió ser y no fue. Les diré lo que en verdad me preocupa. Nos quedamos en la superficie y no queremos ver más allá. El parlamento no es más que el fiel reflejo de una sociedad enferma, inmadura e irresponsable. El lenguaje político es vacío pues rehuye la verdad. Poco o nada importará quién gobierne si no neutralizamos el germen de todos nuestros males. Nos hemos acostumbrado a vivir entre erróneos dogmas, distorsiones y falsedades históricas que, de nos ser arrancadas de cuajo desde la propia raíz,jamás permitirán que seamos un gran país.
Muchos españoles, demasiados, dirigen sus esfuerzos y pensamientos hacia el papá Estado, en espera de que éste resuelva sus problemas y supla sus desidias. No deberíamos preguntarnos qué podría hacer el estado por nosotros sino qué deberíamos aportar todos nosotros al estado. Porque el estado, queridos amigos, no es más que una entelequia conceptual cuya fortaleza dependerá de la cantidad y calidad de nuestras aportaciones económicas, morales e intelectuales.
Términos como liberalismo, capitalismo o patriotismo han sido impregnados de significados peyorativos que nada tienen que ver con la verdad. El liberalismo y el capitalismo han procurado la mejor etapa de prosperidad que la Historia ha conocido. Nunca antes se ha vivido mejor y nunca antes la libertad ha sido acariciada desde tan cerca. Ni los propios atenienses pudieron sospechar cuán lejos llegaríamos. Es verdad que el capitalismo exige lo mejor de nosotros pero esta demanda es la que nos permite avanzar. Cierto es que hay desigualdades pero es que el esfuerzo y la excelencia deben ser recompensados. No es ficción que algunos quedan por el camino y es aquí donde el Estado debe acudir en su auxilio para que la dignidad de cualquier ciudadano en dificultades quede debidamente preservada.
Por el contrario, el comunismo y los totalitarismos solo han traído hambrunas, penurias y ausencia de libertades. Igualdad en la miseria para el pueblo mientras las élites políticas han vivido como los reyes que aparentaban detestar. En las democracias liberales y capitalistas, los dirigentes van y vienen porque también padecen la exigencia del sistema. En los países comunistas, los mandamases que, por lo común, no han dado palo al agua en sus vidas, suelen perpetuarse en el poder mientras sus gentes languidecen y sufren.
Sorprende, por tanto, cómo nostálgicos de corrientes marxistas y comunistas reniegan dialécticamente de nuestro sistema mientras, en la praxis, se aprovechan de sus bondades. Puro cinismo que se disipa con el tiempo. Hay excepciones, muy honrosas por cierto, que despiertan respeto unánime incluso en disidentes.
Por patria hemos de entender la tierra de nuestros padres. Países como Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra o Canadá no hacen bromas con estas cosas. España, por el contrario y aun siendo una de las naciones más antiguas del mundo, sumida en un estado de aturdimiento y confusión, permite ofensas y envites que deben ser aplacados de inmediato. Les animo a indagar sobre los orígenes y génesis de nuestra nación, bandera e himno, lo que les permitirá abolir las falacias de ignorantes o burdos manipuladores. Echamos mano a criterios juridicistas, filosóficos, históricos y sentimentales para definir la nación española; definiciones seguramente no pacíficas y, por tanto, sujetas a contradicción. En lo que a mí concierne, España, forjada durante siglos, es la tierra de mis ancestros, en la que los sueños y anhelos pretéritos, presentes y futuros de todos los españoles los son, también, de una unidad política, territorial, histórica y maravillosa llamada España. No estoy dispuesto a despreciar la sangre derramada por millones de compatriotas en las batallas de Munda, Guadalete, Covadonga, Navas de Tolosa, Ebro, San Quintín, Bailén, Cartagena de Indias, Rocroi o Trafalgar. Mientras mi corazón palpite y mi memoria alcance, jamás olvidaré a los casi novecientos muertos a manos de la banda terrorista ETA. En unas hubo victoria; en otras, armisticio. Pero hoy somos lo que somos porque en todas ellas nuestros hermanos dieron sus vidas por un sueño: España. Olvidar o silenciar nuestra historia y realidad colectivas constituye un acto de felonía inaceptable. No es mi caso. De corazón, y con razón, soy un patriota orgulloso.
En la dialéctica parlamentaria se nombra o silencia a Europa según interesa. Si pensamos en derechos la invocaremos; si hablamos de obligaciones, la obviaremos. Somos como unos niños maledicentes y consentidos; interesados en los frutos y despreocupados de la siembra.
La picaresca española dio páginas gloriosas a nuestra literatura. La corrupción sistémica, que es mucho más seria, únicamente sirve de coartada de unos frente a otros porque esos unos y aquellos otros no acaban de entender que la corrupción no tiene colores, ni ideologías. Es corrupción; sólo eso. Alegra saber que hay un puñado de columnistas e intelectuales que luchan, como buenamente pueden, contra esta inmunda corriente de fariseísmo y mendacidad. Mas el español no quiere oír la verdad; es demasiado incómoda. La rehuye una y otra vez y se deja seducir por quienes dicen lo que quiere oír. Esta es la lamentable espiral de estéril sinrazón que nos gobierna.
Me temo que los políticos han hecho de la política una forma de vida y no una honrosa forma de servir a España y a los españoles. Tan ocupados están en no perder su trabajo que han olvidado hacer su trabajo Hay muchas ilusiones y sueños en juego. Bromas las justas.
Señores parlamentarios. Están ustedes legitimados para intentar hacer las cosas mejor pero tengan muy presente esto: con el pan, la justicia y la patria no se juega.
Fdo. José Antonio Vergara Parra.