Esa España inferior que ora y bosteza…
Don Antonio, que fue un inconmensurable poeta, también tuvo su corazoncito y sus ojerizas y amores, como todos. De entre sus dulces momentos me interesa hoy el poema que, con el título de El Mañana Efímero, marcó distancias entre la España buena y la menos buena. La izquierda aposentada, algo vanidosa, pronto se apropió de Don Antonio para ponerse del lado de la buena y sacudirse el polvo de la menos buena.
Este poema rezuma tristeza mas también algo de soberbia y una miajica de desatino. Su estética es sublime como grandiosa su cadencia pero algunas iniquidades consuma y varias incorrecciones perpetra. Y aunque sin quererlo me vaya a la rima, amo más la prosa, más libre del ornato y más lacaya del fondo.
Nunca gusté de aforismos que, tras espejismos de certezas, sólo asila presunciones, conjeturas y apariencias. La realidad, como la verdad, es más sutil y no menos compleja y requiere de llaneza para escudriñarla de cerca.
¿Quién dice que sólo ora el haragán? Holgazanes hay por castigo que ni laboran ni invocan, pensionados para que callen, obedientes y sumisos. Legiones de españoles, entre soles que despiertan y sombras que se acercan, les vi doblar la espalda como si Dios no existiera. Acabada la faena y maltrecha la alcazaba, abandónanse a Yahvé para que a juicio disponga. ¿Charanga y pandereta? Sólo veo gentes que ríen y bailan y cantan para espantar la dureza de este trance que, como advirtiera La Santa con fatigosa demasía, es mala noche en mala posada. ¿Devotos de Frascuelo? Mejor la desventura de una muleta al viento que eyacular una promesa sin derecho al cielo; mil veces el silencio, mil veces un capote acariciando la arena en tardes de entretiempo que contenedores con despojos de angelitos indefensos. ¿María? Sí y a mucha honra, Don Antonio, que si una madre es sagrada aún lo es más LA de todos, la que engendró la esperanza tras perder a su Hijo, la que lloró en el cadalso para abrigarnos del estío disfrazado de invierno.
De vieja, tahúr, zaragatera y triste tildó Don Machado a la España que ora, bosteza y embiste. España de inocentes y también de majaderos.
Mas sepan vuesas mercedes, los pisaverdes doctrinarios, los kulturetas goyescos, que hay otra España soñada, más excelsa que sublime, abjurada y trajinera, que es doncella recta, arisca y risueña. O eso dicen algunos pero yo lo niego y lo reniego pues las apariencias engañan como aparentan los necios.
Hay dispares humanismos, el populista y el serio y yo, que venero a María y nada odio en Frascuelos; yo, que bailo, canto y sonrío para ahuyentar desconsuelos, me decanto por el serio, que no distingue entre malos como tampoco entre buenos. Yo, como Jacques Maritain, no amo cualidades; amo a la persona, a veces por sus defectos y, otras, por sus bondades.
La España en la que yo creo, la España que yo pienso, es campesina y urbana, es docta y sencilla, es grana y cobalto, es arrogante y gozosa. España soñada por mí, de mentes limpias y palmas rugosas, de Historia viva y soñar despierto. Orgullosa de su tierra, orgullosa de sus gentes. Nunca veré dos Españas mal que le pese al viento; sólo atisbo una que es de nadie y es de todos.
España de mis amores, España de mis quejíos. En Cádiz la encontré, en Madrí la palpé. En Vascongadas la añoré y en Santiago la adoré. En Granada la lloré y en Covadonga la soñé. No vean condescendencia y sí compasión sincera hacia quienes pintan el mañana con media España fuera.
La vida inclinó mi rostro pero alzó mi mirada al Cielo, y supe que a todos ampara de enredos y patrañas. Mejor distancias cortas, mejor tratarnos de veras antes que dar por buenas malicias y monsergas. Que algunos viven de eso, de trazar con tiza una línea entre pupilos y maestros.
Como ven, aún con peor rima y mejorable destreza, ahí tienen postizas verdades o reales certezas. ¿Quién sabe? Infinitas zozobras me acechan mas algunos ideales me inspiran. Que España sólo hay una, la de Pelayo y el Cid, la de Ramón María y Quevedo. Borremos esa línea, la de tiza o alambrera, mezclémonos de nuevo, tomemos unos vinos y hablemos de lo humano, también de lo divino. Pero, ¡por Dios Bendito! y no le invoco en vano, soñemos bien unidos. Perdone Don Antonio; fue usted muy grande y yo muy chico; disculpe mi osadía y acepte mi lamento; cautericemos el pasado y burlemos al destino.