La intensa y corta vida de un personaje ciezano que llamó la atención a comienzos del siglo XX
Miriam Salinas Guirao
En el paraje de las Ramblas de Cieza, en el camino de Calasparra, nacía María Encarnación Buitrago Marín. Vio el mundo en noviembre de 1877 como recogió en Cieza durante el siglo XIX, el cronista e historiador, Ricardo Montes Bernárdez. Su padre llevaba un nombre ciezano por excelencia: Bartolomé, como el patrón de la villa, su madre se llamaba María. Bartolomé era jornalero, como casi todos en aquella Cieza. Tras diez años de matrimonio de la pareja nació una niña, aunque, como apunta el doctor Montes Bernárdez, “se dudó de su sexo”. Pareciera ser hija de Afrodita y Hermes, quienes tuvieron a Hermafrodito (nombre que surge de la unión de los dos). Pero no. Nuestra hermafrodita ciezana no sufrió las ideas de aquellos dioses, pero sufrió un pronto final.
Hasta la veintena, María Encarnación pasó casi desapercibida. Sus conciudadanos no se extrañaban, al haberla visto crecer. Ella regentaba una panadería en Cieza. Preparaba los alimentos y los despachaba, sin mayor perturbación diaria que las comunes. Pero, maldito el día que partió a Murcia por una visita médica. Fue en 1900 cuando de pronto las crónicas se centraron en ella.
EL 19 de octubre del primer año del siglo XX Las Provincias de Levante, sin miramientos, señaló a la ciezana como ‘la mujer-hombre’: “Encarnación-Pascual Buitrago, o sea la mujer-hombre, o viceversa, ha vivido por espacio de veintitantos años en Cieza, y ha estado diferentes veces en esta capital, en Blanca, Abarán y otros puntos de la provincia. Vivía en la tranquila oscuridad del montón anónimo, sin que sospechara siquiera que había de adquirir en un día ni la centésima parte de la celebridad que ha alcanzado, y la que le queda por conseguir. Por una casualidad su nombre ha salido del negro fondo de los desconocidos, y ha entrado en la luminosa esfera de la publicidad. Ahora todo el mundo en la provincia tiene noticias de ella… ó de él; y dentro de poco será conocida en toda España, y en Francia, y en Italia, y en América; en una palabra: en todo el globo terráqueo. Su retrato lo publicarán los periódicos ilustrados y los Tratados de Medicina, y los sabios discutirán sobre si es Pascual o es Encarnación. Ignoro si tanta celebridad será o no del agrado del hombre-mujer; pero tengo la seguridad de que al darse cuenta de que su nombre figura en todos los periódicos y que corre de boca en boca, dirá con la mayor naturalidad del mundo: — ¡Señor, no puede nadie distinguirse en nada de los demás! Y dirá la verdad. ¡En este mundo no puede ser uno ni fenómeno siquiera!”. No se conoció la amplitud de su fama, pero sí se supo el triste final de su vida.
El cronista y periodista, Antonio Botías, recogió la historia para La Verdad, y en su investigación añadió que Encarnación era amiga del organista de la parroquia de El Carmen, Antonio Fuentes y que, cuando iba a Murcia allí tenía la “costumbre de afeitarse”. Fue a la parroquia con tan mala suerte de que un hombre la vio y creyó que “era un hombre disfrazado de mujer y dio la voz de alarma. Los guardias no tardaron en acudir al templo, rodeados por la inevitable multitud de curiosos y desocupados. Unos decían que Encarnación era un hombre que vestía como mujer por una promesa; otros que era hombre y mujer al mismo tiempo; y no faltó quien supuso que ‘era un gran criminal’. Y allí en medio, la pobre Encarnación, aguantando mecha. Como nadie se aclaraba, los guardias detuvieron a la mujer. Y de nada sirvió que su amigo insistiera en que la conocía, que en Cieza mantenía una panadería, que está en buena posición y que ha venido a curarse una mano”.
Definitivamente Encarnación fue al hospital donde fue atendida por los doctores “Miguel Jiménez Baeza, Claudio Hernández Ros, Laureano Albaladejo Celdrán y Jesús Quesada Hernández que acabaron afirmando que Encarnación no era Encarnación, si no Pascual ya que era un hombre”, sostiene Montes Bernárdez en su investigación.
Ese mismo día de octubre se publicaba en el mismo diario citado que Encarnación había abandonado el hospital y que andaba por esas calles asustando a todo el mundo. Asustando sí, eso dijeron. Las crónicas la describían asegurando que tenía un aspecto muy masculino, aunque ella vestía de mujer, porque además de haberse criado como tal durante toda su vida, iba más a gusto.
Encarnación se vio sometida al escrutinio de los doctores, sin pedirlo. Que analizaron su cuerpo palmo a palmo. Tras su examen manifestaron que Encarna era hombre y mujer al mismo tiempo, pero consideraron que los atributos masculinos eran más evidentes. Por ello el 24 de octubre de 1900 se volvía a hablar del tema en Las Provincias de Levante. La noticia anunciaba que el gobierno civil estaba tramitando un expediente para que Encarna pasara a ser legalmente considerado como un varón, a ser conocida como Encarnación Pascual. Él, ahora, se oponía a vestir de hombre y aseguró que seguiría vistiendo como una mujer, “por ser el único traje que puede llevar con comodidad”.
Lejos de desaparecer, su vida tornó otro sentido. Se vio salpicado en crímenes locales, pues pasó a formar parte de una panda de bandoleros que deambularon por la Región. Según Montes Bernárdez, la banda estaba compuesta por el ciezano Juan Ortega Martínez ‘Chavas’, Juan A. Ortiz Bermejo ‘Maleno’, natural de Cieza; José Carreras García ‘Moreno el Blucio’ natural del Cabezo del Esparragal; Bartolito ‘el de las Cabras’; ‘El Cajas’; ‘El Colorao’… Si el lector ha seguido este periódico no habrá pasado por alto los nombres. Encarnación Pascual formó parte, al menos para el proceso judicial, en dos de los asesinatos más sonados de Cieza: en el crimen de la calle Cartas y en el robo y asesinato de José Moreno Piñera, ‘el Chulico’.
Los días de libertad se truncaron demasiado pronto en la vida de Encarnación Pascual. Del anonimato a ser examinada sin consideración, de la imposición masculina a una panda de bandoleros y de la libertad al presidio. Sus últimos días los pasó encerrada y falleció a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, con sólo 25 años. Su final hizo todavía más sonado su caso.
En su investigación Montes Bernárdez nombra otras personas que fueron igualmente conocidas, no por los delitos, sino por su naturaleza ambigua. En Zújar, Granada, según un manuscrito de Ramos Rocamora de 1804 se describe que “en torno a 1763 ingresaba en el convento de capuchinas de Granada una moza de 15 años. Doce años después ella nota como le va naciendo el miembro viril y se lo comunica a su confesor que, lejos de creerla, la trata de loca. Así estuvo cinco años en el convento, de monja-hombre. Por fin, al cumplir los 33 años la reconocieron facultativos y comadronas, llegando a la conclusión que debía abandonar el convento, pasando a llamarse Fernando Hernández”. Otro caso sonado fue el de la famosa torera María Salomé Rodríguez Tripiana ‘La Reverte’. “La prensa se hizo eco de sus magníficas y delicadas faenas. Pero a partir de 1908 pasó a llamarse Agustín”.