En el olvido, según María Bernal

En el olvido

Soy aficionada a los libros y a las series policiacas, al misterio y a la acción de criminólogos, forenses y policías. Reconozco que siempre me han gustado las historias de miedo porque cuando era pequeña nunca le tuve pánico a la oscuridad. En la oscuridad de la noche se respira paz, porque desaparecen los perturbadores disturbios; se inhala la soledad sana que en pequeñas dosis es más que necesaria para revitalizarnos y volver con más fuerza a afrontar la realidad que asusta más que las páginas de las novelas y series a las que suelo dedicar mi tiempo libre.

Todas las novelas deberían ser ficticias y no estar basadas en hechos reales, porque tales hechos, esperpénticamente macabros y  atrozmente descabellados, se cobran vidas de personas inocentes; casos espeluznantes capaces de desatar en el ser humano más dócil odio, ira e impotencia, sobre todo cuando muchos crímenes se quedan sin resolver y en el olvido.

Esto sí que da miedo, sobre todo en un país donde la justicia se puso hace años la gabardina de unas carencias que no están por la labor de subsanarse por mucho que los políticos (sobre todo esos que rezuman desde un patriotismo extremo que nos garantizarían la seguridad) nos prometan hasta el meter, porque como ya sabemos, una vez metido se acabó lo prometido.

En nuestro país, podríamos establecer una serie de insuficiencias como los retrasos en los procesos judiciciales, la falta de personal, la compleja burocracia e incluso la corrupción que se percibe y que después queda demostrada, circunstancia que erosiana la confianza del ciudadano ante la imparcialidad de las decisiones judiciales entra tantas precariedades del sistema legislativo que nadie soluciona.

Misterios sin resolver nos acechan desde que tengo uso de conciencia. Personas inocentes a las que asesinan o simplemente desaparecen y quedan en el olvido por la dificultad de resolver el caso. Pero, ¿a qué llamamos dificultad? A que a un grupo de niñatos, por ejemplo, se les antoje darle con un cenicero en la cabeza a una pobre chavala, a la que para más inri matan y luego hacen desaparecer su cuerpo para siempre. Pobre Marta del Castillo.

Y claro, estas personas, como tantas otras que cometen delitos, tienen derecho a la presunción de inocencia, por supuesto, a la revisión de condena, a cumplir equis escasos años de mierda en la cárcel y poder salir a disfrutar de la vida que ellos le han arrebatado a su víctima, como si no pasara nada. Lo llaman reinserción, aunque los sufridores se jodan por lo derechos inexplicables que para mí tienen este tipo de personas.

Sin embargo, el sistema pasa olímpicamente de la dificultad y casi la imposibilidad que supone vivir con la pena profunda por no saber dónde está el cuerpo de tu hija. ¡ Vaya gracia ! Y aquí tienen sentido los versos de Jorge Manrique “ … cómo se viene la muerte tan callando”. Y mirad si es silenciosa que hasta el día de hoy, todavía sigue callada, sin revelar el paradero de cuerpos que ya han quedado en el olvido. Entonces topamos con la estupidez de que el sistema no tiene mecanismos para hacer cantar a esta panda de energúmenos. Sinceramente, no me lo creo, porque si se les tienen que aplicar los Derechos Humanos, que empiecen primero aplicándoselos a la memoria de los que mueren y al desconsuelo de las familias.

Me niego a dejar en el olvido esas  frías noches de los padres de Marta del Castillo y de otros tantos que, aunque intenten buscarle sentido a la vida, ¿dónde pueden hallarlo? Sí, hablamos de fe, de Dios…pero, ¿hasta qué punto se puede seguir teniendo fe cuando la muerte no solo te arrebata a alguien, sino que no te deja vivir en paz? No existen palabras, ni consejos, ni abrazos que reconstruyan una vida que ha sido mutilada.

Nos pilla de lejos, pero no estamos libres de que un día se nos cruce un descerebrado en nuestro camino, uno de esos verdugos, conocedores de una ley que parece encima que los ampara,  y que nos adelante esa muerte en vida en la que están sumidos tantas personas en este país. Y entonces será el momento de lamentarse y de quejarse de la mierda de justicia que tenemos, a pesar de la lucha incansable y admirable, aunque parezca en vano, que llevan los familiares de tantos desaparecidos.

Mientras tanto, seguimos preocupados por otros temas, por los coches oficiales de políticos, por las tesis doctorales, por defender a la derecha y a la izquierda, por tirar al mar a los que llegan a nuestro país…sin darnos cuenta de que por lo que sí hay que levantar la voz, por lo que sí no tenemos que echar a la calle, entre otros asuntos,  es por la porquería de principios que se tienen con los criminales y no con los que, por desgracia y para siempre, ya han caído en el olvido.