Emotivo recuerdo de José Antonio Vergara Parra a sus padres

Un guiño al cielo

Transcurridos un par de meses, creo haber reunido el valor suficiente para escribir sobre ello sin que sobrevenidas emociones me impidan pulsar las teclas de mi pequeño portátil. En algo más de un año, he perdido a mis padres. Contra todo pronóstico, mi madre, trece años más joven que mi padre, emprendió antes su último viaje. Esa terrible enfermedad, de nomenclatura germana, le fue despojando de todo. Aquella mirada inexpresiva, atemorizada a veces, me rasgaba el alma. El pasado dieciocho de marzo, le llegó el turno a mi padre. Murió como vivió; como un gladiador, como un guerrero de la vida. Precedieron tres años de enfermedad, de decadencia física, de varias estancias hospitalarias. De forma casi milagrosa, logró sobreponerse a episodios ciertamente críticos pero su corazón, limpio y cansado, dejó irremediablemente de latir.

Mis reflexiones bien pudieran servir para los millones de padres y madres por cuyas renuncias y desvelos este mundo es más mullido y confortable. Pero, dadas las circunstancias, permítanme que hable de Antoñina y Antonio, que así se llamaban mis padres. No eran perfectos; nadie lo es, pero no imagino un regalo mayor del cielo. Si algo de bueno pudiera haber en mí a ellos se los debo. He de confesarles que cada día que pasa, el dolor lacera con mayor intensidad. A veces, mi mente me traiciona y me dice que todo es una maldita pesadilla. Quisiera despertar y volver a besar sus frentes y estrechar sus manos.

Es entonces cuando Él acude en mi auxilio y serena mi alma. Y es entonces, también, cuando comprendo lo afortunado que he sido. Que yo recuerde, nadie me preguntó dónde nacer ni me permitieron elegir a quienes habrían de ser mis padres. Mas el cielo me dispensó una maravillosa ofrenda que jamás, por años que viva, podré agradecer suficientemente. Nunca faltó comida en la mesa, ni ropa limpia, ni cuidados en la enfermedad, ni comprensión en las debilidades, ni auxilio en la dificultad, ni alegría en mis triunfos, ni paz en la zozobra. De ellos aprendí el significado y valor de la decencia, de la sencillez, del trabajo, de la familia. Me enseñaron a leer valiosas enseñanzas en los aparentes infortunios y a confiar siempre, a veces contra toda lógica y razón, en el Nazareno.

Son momentos de acción de gracias, porque es eterna e inconmensurable mi gratitud hacia el Cielo. Mis padres han tenido una vida plena, donde nunca escasearon dificultades pero siempre hubo Luz.

Un ángel, de nombre Pedro, cuidó a mis padres, que también eran suyos, con un amor, entrega y consagración de imposible relato, porque las palabras, aun bien escogidas, serían insuficientes; constituirían una torpe aproximación a una realidad demasiado hermosa. No debiera extrañarles, por tanto, que las sombras de mis padres y de mi hermano siempre fueron demasiado alargadas para mí.

Una y mil gracias a Mari Pepa, a mis tías Carmen y Marisefa, a mis sobrinos Manolo y Antonio Javier, a mi cuñado Manolo, a mi hermana Pilar, a mi primo Pedro, a todo el personal del 112, de cuidados paliativos y del Hospital Lorenzo Guirao, a Don Rafael (párroco de la parroquia de San Joaquín) y a quienes, fieles a la cita, alimentaban el alma de mis padres con el Cuerpo de Cristo. Gracias a mi mujer que, en mis ausencias, hubo de redoblar esfuerzos. Gracias a quienes, una y otra vez, se interesaron por la salud de mis padres y gracias a quienes usaron unos minutos de su tiempo en acompañarme en tan penosos trances. Gracias a todas y a todos, de corazón, porque a sabiendas o sin pretenderlo, distéis significado el verbo que mejor define nuestra humanidad: COMPARTIR.  Compartir alegrías y aflicciones, tiempo y energías, inquietudes y anhelos, miedos y certezas, abundancias y escasez, dignifica la humanidad del espíritu para revelarnos una certeza: que todos somos hermanos e hijos de un mismo Dios.

Aun de forma torpe y renqueante, bastará, quizá, que viva conforme me enseñaron, transmitiendo a mis hijos lo que de sus abuelos aprendí. Bastará que deseche atajos y elija la senda recta y pedregosa. Que la virtud, la honra y la llaneza sean mis estrellas en el firmamento y que Jesús me asista en este empeño. Porque no imagino mejor forma de honrar a mis padres, porque no imagino mejor manera de que vivan, por siempre y para siempre, en mi recuerdo. Porque no hay mayor triunfo que amar y respetar a tu compañera y descubrir un día que tus hijos se han convertido en personas buenas y felices. Porque en la Cruz de Cristo está el calvario pero también todas las respuestas.

 

 

 

One thought on “Emotivo recuerdo de José Antonio Vergara Parra a sus padres

  1. jose luis vergara

    Eres, Jose, primo del alma, un GRAN PERSONA… mucho te lo has labrado tú mismo, con ahínco, sin atajos -como bien dices- con perseverancia, ausencias y complicidades…
    Pero está igualmente muy claro, que te mostraron un CAMINO RECTO, ANCHO Y LLANO (por muchas revueltas y cuestas que tenga, a la vuelta de cualquier curva se muestra de nuevo la senda limpia y recta…). Te lo mostraron y tú supiste verlo. Nunca has estado solo y nunca estarás solo. Tus padres, mis tíos, Antoñina y Antonio, son parte de ti mismo, antes con su presencia y aliento físico, ahora y siempre con su espíritu fundido en tu propia esencia. Pedro, Pilar, Manolo tu cuñado, tus sobrinos (que tíos más grandes: gigantes desde muy pequeñicos ¡que se lo digan a tu padre! ¿verdad?) Manolo y Antonio Javier; tu familia creada (Juana, Pilar, Rocío y José Antonio), tus tías y tios de uno y otro lado… tus primos Parra (y entre todos ellos Fernando ¡qué maravilloso ser humano Fernando!)… tus primas Vergara (Pilar y Sara)… y yo, yo también… porque te quiero, nene, así de sencillo… y sí, yo también los extraño… sobre todo a mi tío Antonio (estoy convencido que tu madre sabrá disculpar mi preferencia), al que tanto quise y tanto querré siempre.

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