Emotiva dedicatoria a un «Ángel» de José Antonio Vergara Parra

Fernando

A pesar de las evidencias todavía hay quienes no creen en los ángeles. Se equivocan seriamente. Hoy les hablaré de uno de ellos. Nieto de María de Félix, Pedro, Fernando y Antonia; hijo de Juan y Marisefa; hermano de Pedro, María e Inés; primo de Pilar, Luis, Manolo, sendos Pedros, Toñi, Inés, Luis Fernando, Javier, Pablo y de un servidor.

Vino al mundo un nueve de marzo de mil novecientos sesenta y cinco, en la localidad sevillana de Lora del Río; a escasos sesenta kilómetros de la capital hispalense. No imagino un lugar mejor para nacer pues para superar la belleza de Sevilla, y de Andalucía en general, habríamos de viajar hasta el cielo.

Mi primo Fernando nació con severas disfunciones motoras lo que en aquellas primeras horas, días y años suscitó desvelos tan hercúleos como infinitos de toda la familia; singularmente, de sus padres y de mi abuela María.

Para un cristiano como yo resultaría tentador acudir en auxilio de esas frases manidas y efímeramente reconfortantes que todos, con la mejor de las intenciones, construimos para apaciguar realidades que nos desbordan. Pero me temo que la cosas son más complicadas. O quizá todo sea más sencillo de lo que imaginamos.

Fernando, mi primo del alma, al que quiero a rabiar, tiene un corazón, una sensibilidad y una mente excepcionales que lo convierten en un ser único, en un ángel sobre la tierra. Sus padres consagraron sus vidas a su hijo con un amor, una entrega y un gozo imposibles de describir porque cualquier adjetivo, por certero que fuese, sería insuficiente. Como ya he dicho alguna vez, la palabra apenas puede esbozar realidades demasiado hermosas. Dios nos habla a cada instante aunque no siempre le entendamos. Mis tíos llevan al Nazareno en sus entrañas y, pese a la dureza del camino, convirtieron un aparente infortunio en una permanente acción de gracias. Sus vidas, como las de todos, no son fáciles, no escasean las dificultades, tampoco las tribulaciones. Pero son vidas dichosas y plenas. Vidas donde las raíces son profundas y fecundas.

Jesús no reparte sufrimientos, ni distribuye reveses, ni administra aflicciones. Ni el mismísimo Jesús, el todopoderoso Jesús, el hacedor de milagros, pudo con la pesada carga de la Cruz. Exhausto por nuestro martirio, cayó de bruces al suelo y apenas reunió fuerzas para levantarse. Uno entre nosotros fue en su auxilio y compartió con Él el peso de la cruz. En esa misma y pesada cruz exhaló su último aliento. En ese mismo madero pidió al padre que apartara de él ese cáliz aunque, finalmente, aceptó su voluntad. La vida triunfó sobre la cruz aunque la cruz fue el camino.

Ahora es Él quien, ante nuestras caídas y agotamientos, nos tiende su mano amiga. Bastará que lo pidamos, bastará que a Él nos abandonemos para que ilumine el entendimiento y colme nuestra alma. Jesús jamás nos abandona. Nos manda ángeles de carne y hueso, que son testimonio palmario de su Palabra e imagen de su rostro.

Hoy quise hablaros de Fernando, de mi primo del alma, de un Ángel del Cielo, de una criatura de Dios, de un ser maravilloso y único, de un emisario del Nazareno.

Pese a mis esfuerzos, mi verbo apenas puede relatar la inmensidad del testimonio de mis tíos Juan y Marisefa. Cómo expresar tanto amor. Cómo explicar sus lágrimas y cómo sus alegrías.

Me siento honrado por pertenecer a esta gran familia. Me siento dichoso, inmensamente dichoso por ser primo hermano de un Ángel. Estoy muy agradecido al cielo por tener a Juan y a Marisefa como tíos. De veras. De corazón. Por su testimonio, por sus renuncias y ejemplo, por recordarnos a todos que la vida merece ser vivida y que la Fe no es una opción sino un regalo que conviene aceptar.

Definitivamente, los Ángeles existen y están entre nosotros. Algunos se desplazan en sillas de ruedas; otros están en las plantas de oncología infantil; tampoco es inusual verles en la piel de santos inocentes. Están ahí para recordarnos que la vida, en todas sus manifestaciones, es un valor sagrado, un verdadero milagro.

Resulta sarcástica, cuando no estúpida, la utilización de epítetos como disminuido, inválido, discapacitado o impedido. Estas singularidades deberíamos atribuírnoslas a quienes, creyéndonos normales, claudicamos ante el mal y desoímos la Palabra de Jesús.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

Fernando, primo del alma; has sido y eres una bendición para la familia y damos gracias al Cielo por haber irrumpido en nuestras vidas.

Que Dios te bendiga.

 

 

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