Ella, por Pep Marín

Ella

No sé qué le ocurre. Tal vez se sienta muy sola. Tal vez quisiera abrazar el mundo con sus finos brazos de bailarina y que no se le escape nadie.

Me pregunto si esto les pasará a más personas. A otras, por sus palabras muy escogidas en modo Maquiavelo seguro que no. Ver imágenes de Gaza y sus gentes, con nombres y apellidos, únicos, dignos, presenciar esa hambruna, la atraviesa y la desgarra. Transforma su cara de inocencia en una expresión seria y decidida, apesadumbrada, en ese lugar donde la tristeza agotó sus lágrimas. Allí, donde sabe que va a perder, y aun así sigue adelante.

La cría, porque aún es una cría, me dice que no va a ningún sitio con sus amigas, y menos a comerse una hamburguesa. Que ella es, dice, una milésima de segundo en la historia del tiempo y un castillo de barro en días de tormentas. Y no, no son arrebatos lanzados al viento para aliviar la carga existencial, ni una moda absurda para recibir palmaditas en la espalda, ni un acto de autodestrucción, aunque tal vez.

A los que dicen: «Miren los avances en inteligencia artificial, el crecimiento económico, alegra hasta a los muertos», qué de risotadas en el cementerio cada vez que vamos a limpiar el panteón y poner flores frescas a los abuelos.

Otra historia son aquellos cuyo cuajo y escrúpulos para no perder posiciones y parroquias, ajenas a la tragedia humana, habitan en aquella casa como en la zona de interés. Es otro mundo, una percepción anorexica de filosofía, estrategias, narrativas emocionales, la simbiosis magnifica entre quien busca ponerse a cuatro patas y el que dice que te pongas a cuatro patas. Como para decir otra cosa y perderse en la indiferencia, y ser expulsado inmediatamente del partido, del juego. Ya pueden caer chuzos de punta y acabar con todos los críos de todas las guerras en marcha, que seguirán en sus trece pase lo que pase. Al verso suelto lo descuartizaran los leones como en aquella Roma tan civilizada.

Me dice que está decidida a no volver al instituto. Quiere lanzarse al mundo laboral para enviar casi todo su sueldo a alguna ONG que ayude a los niños de Gaza. Que va a necesitar que le firme el consentimiento.

Ay, madre mía, qué sufrimiento, hija, por el amor de Dios, lo que me ha tocado a mí. Incluso está considerando viajar a un país vecino para ayudar in situ, aunque el miedo que le da no es pequeño en esta locura donde los buitres no dan abasto y las hienas no cesan de copular.

Las competencias, mamá, me dice, se trata de competencias y de asumirlas, y si no las asumes, vete a casa, vete bien lejos, que no te veamos nunca más.

Qué ingenua.

¿Qué no pasará en contextos invisibles para la opinión pública? Aunque la visibilidad tampoco es que apremie a los pueblos a acabar con la barbarie. Tantas reputadas leyes y tratados internacionales, papel mojado, no sirven para nada, en tal caso para ponernos multas creyendo que nos estamos metiendo un pico cuando es la puta diabetes.

En esas estamos: entre la barbarie, el pueblo, los dirigentes, los experimentos sociales, Maquiavelo, a punto de ponerse el pijama y dejar en el olvido la salida del sábado noche. No, no tengo hambre, mamá. Tengo el estómago cerrado.

Se le ha metido en la cabeza romper el proceso que la convertiría en borrega y pertinaz perseguidora de satisfacción instantánea y perecedera. La cultura del yo y nadie más que yo. Un atracón de Nutella, la vida en un móvil y las uñas de los pies que crecen hasta el punto de poder cambiar de canal en la tele en ausencia de mando a distancia. El dirigente valenciano sonriendo a cámara, esperpento, luego una partida a la consola. Y el que pueda hacer, que haga; a mí no me importa nada. Es otra percepción bañada en emociones, ideas, que no buscan la verdad. Me siento incapaz de reproducir con palabras lo que se me viene a la cabeza.

Hasta el ombligo estoy del primer mundo y del segundo, que, de tan alta montaña sobrante de vida, las gentes mueren a destajo y lo mismo llega la noticia a Dios y lo despierta de su letargo. Pero, dicen, Dios habita en cada uno de nosotros.

¿Entonces estamos dormidos y ni nos despierta el sonido tan afinado de un edificio cayendo al suelo en escombros con todos los inquilinos dentro? ¿Duerme Dios en nosotros o solo cuándo creemos estar despiertos?

¿Y el lunes, qué? Como si nada. Abro el libro de matemáticas y ahí están la derivada y la integral dándose un morreo. Pero yo ya no puedo. El tumulto del otro día, para recoger restos de miseria, se me ha clavado en los ojos. La cara de esa niña, con el pelo como quemado, llorando a lágrima viva ante las viandas vacías de alimento… La tengo tan presente que la integral no me entra ni con aceite de árnica y vaselina de Nepal. Lo mismo la solución es la integral, pero ahora mismo no la veo.

No estoy para nada que no me lance al abismo, a no hacer pie en las aguas de esta locura, a hundirme bien hondo para recoger todo el valor del mundo.

Creen que con imágenes a todo color del horror, todos los días del año, sembrarán la costumbre de que las cosas son así porque sí, sin más. Cien muertos ayer, ochenta hoy. Un bebé decapitado forma parte de la estrategia. Asimilación de muertos que se aferra a la idea de imposible, palabras huecas, discursos de ratones apelando a todo el emocionario. Me destroza la cabeza y se me salen los sesos con solo pararme a pensar. Todo imagen y sonido. El afuera no es real es una ¿fábula?

La chabola solo importa cuando arde y te pilla cerca. Pero el fuego y la importancia dura muy poco, ni con combustible humano como si fueran tocones de olivo. Lo ha dicho el portavoz de tu partido, así que ni pobre gente ni un millón de muertos en forma de lluvia. Al contrario, ni derecho tienen a existir.

Pasado mañana no voy al instituto.

En el grupo de WhatsApp de amigas algo ocurre. Todas, las 12, ponen excusas para no salir: dolores de barriga, cefaleas, gastroenteritis. Ninguna irá al instituto pasado mañana. La lucha continúa empequeñecida, que no es poco, ante este gigantesco show en vivo y en directo.