Elecciones a la vista

Antonio-Balsalobre-cronicas-siyasaDe las siete vidas políticas que el destino o la inoperancia de sus adversarios le han concedido a Rajoy, es más que probable que esté consumiendo la última. Ha salido de muchas, es verdad. Y ha resucitado más de una vez cuando muchos lo daban por muerto. Pero de ésta no se escapa. No hay cuerpo ni país, por muy condescendiente que sea (¡y mira que esté lo ha sido!) que pueda aguantar tanta corrupción, tanto engaño, tanta putrefacción ética y moral.

Después de una década oyendo la cantinela de que hay que dejar trabajar a Justicia y esperar a que ésta se pronuncie, por fin ha hablado el oráculo. Han hablado los jueces en el caso Gurtel y la sentencia no puede ser más demoledora. Aunque, a decir verdad, lo único que ha venido a confirmar es lo que ya intuíamos o sabíamos. Que los tesoreros del PP, con el consentimiento de sus superiores o bajo sus órdenes, crearon una trama delictiva para financiar ilegalmente el partido, sobornar a sus dirigentes con sobresueldos y enriquecerse personalmente, saqueando las instituciones y las arcas públicas. O que la palabra de Rajoy no vale nada ni su persona tiene ninguna credibilidad. Más si cabe después de negar en sede judicial los pagos en B (en sobres marrones de 500 euros) entregados por el extesorero Luis Bárcenas que, salvo alguna alma cándida, todo el mundo da por consumados.

Hace tiempo, demasiado tiempo, que en este país decir PP es decir corrupción. Como si fueran dos caras de la misma moneda. Demasiado tiempo que una legión de dirigentes populares ha hecho de esta forma de hacer política su “modus operandi. Casi un rasgo distintivo. Una seña de identidad. La instantánea que mejor define esta degeneración democrática es la de la boda escurialense aznariana, atestada de alsaltadores de arcas públicas. Y la frase que mejor la retrata, la de Zaplana cuando dijo que había venido a la política “a forrarse”. Pero quien mejor la encarna, no cabe ninguna duda, es Rajoy. Inhabilitado sin paliativos por esta sentencia y por decenas de casos de corrupción tanto nacionales (Lezo, Acuamed, Rato, Púnica, Camps, Granados, González…) como regionales (Auditorio, Nova Carthago, Condomina …) que se han producido durante su mandato o siendo máximo dirigente de su formación.

Todo pasa ahora por apartarlo de la presidencia del gobierno. Algo que por higiene democrática se tendría que haber hecho hace tiempo. Y como su partido no parece estar por la labor, tendrán que hacerlo los demás. Forzando la convocatoria de nuevas elecciones, claro está, que ya están a la vista. Para lo cual, y a ese enlucido se agarra el PP, cada uno tiene su táctica y estrategia, con sus plazos y programas. De momento, el PSOE se ha adelantado presentando una moción de censura “normal”; Ciudadanos lo quiere contrarrestar con otra “instrumental”, y Podemos, ahora sí, está dispuesto a apoyar la segunda si falla la primera.

En cualquier caso, el destino de Rajoy, el desenlace de su séptima vida política, queda en manos de Rivera. La apuesta de Sánchez requiere una aritmética demasiado enrevesada en unos momentos en que la crisis territorial e institucional en Cataluña va de mal en peor. Habrá ocasión de calibrar, por lo tanto, en esta encrucijada que se anuncia compleja, la altura política de un dirigente que dijo venir a regenerar la vida pública pero que hasta ahora siempre ha acabado apuntalando al PP cuando más lo ha necesitado.

 

 

 

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