El viejo desorden mundial
Dicen los que fingen saber lo que no saben, para que pensemos que todo lo saben, que la vendetta ovalada entre Trump y Zelensky marcó un antes y un después en el orden mundial. Seamos serios. Presumir la preexistencia de orden alguno roza la superchería. Que el peso de la fuerza se erija en la regla para establecer un supuesto orden político no es más que un armisticio ético y jurídico que, como han demostrado los hechos a lo largo de nuestra Historia, enerva acuerdos justos y duraderos entre los pueblos.
Lo del otro día fue la constatación de que el país más poderoso del mundo (el que la tiene más grande; en sentido bélico, se entiende) está en manos de un vanílocuo que, de momento, ha conseguido congelar decenas de causas judiciales incoadas contra él. Por enésima vez, queda acreditado que la justicia del hombre no es igual para todos, ni en el viejo mundo ni en el nuevo que parece haber encanecido muy mal.
Y en eso que un vocero espetó al primero de los ucranianos: “¿Por qué no lleva traje? Está al más alto nivel, en la oficina de este país y rechaza llevar un traje, ¿tiene un traje?”.
Desde el inicio de la invasión rusa, han muerto miles de soldados y civiles ucranianos y el primero de ellos, con buen criterio, dejó la etiqueta para mejor ocasión. No está el horno para bollos ni el dolor ucraniano para gilipolleces estéticas. Pues hay que ser gilipollas, profunda y rematadamente gilipollas, para cuestionar el hato del presidente de una nación soberana que lleva tres años enterrando a centenares de miles de compatriotas. Por más que se afanen los pisaverdes sin fronteras, el hábito jamás hizo al monje.
En política nada es casual. El principal y su lugarteniente, con las puertas del despacho oval abiertas de par en par, vejaron al representante legítimo de un país soberano que el hormonauta del Kremlin pretende okupar por la fuerza. Este tío no gasta bromas. A quien, oportunamente, se le mueren opositores y quejicas por el camino, poco debe importarle que cientos de miles de jóvenes rusos hayan muerto en tierras ucranianas. Me juego lo que quieran a que la inmensa mayoría de soldados rusos tenían mejores planes para sus vidas. Es sabido que las conquistas de los caudillos y el medallero de sus veteveidiles valen su peso en muertos.
¿Han visto las fotos del petersburgués a caballo, torso desnudo y contraído mediante? ¿Se han fijado en los gestos, seguramente estudiados, de poder y arrogancia del ruso, Trump y Musk? ¿Atisban alguna diferencia sustancial?
Las grandes potencias mundiales ya no luchan por la libertad o la revolución o, al menos, ya no tiran de esas coartadas en vano. Ahora, como en casi la totalidad de las contiendas pretéritas, sólo quieren su correspondiente trozo de pastel. China, Rusia y Estados Unidos parecen haber sellado un pacto tácito de no agresión, previo reparto de dominios y franquicias. No está mal del todo pues una refriega entre estos tres sería la última.
Los acontecimientos galopan que se las pelan. Hace unos días, la administración trumpiana mandató el incremento sustancial del presupuesto en defensa a los países europeos; a lo que Europa respondió con cierta indiferencia. Mas la trifulca oval y la subsiguiente retirada de ayuda de los Estados Unidos de América a Ucrania devolvieron los reflejos a los mandamases europeos que, en un abrir y cerrar de ojos, convinieron el incremento en defensa en tropecientos mil millones de euros. Excelente noticia para las factorías de la muerte; de las muertes ajenas, se entiende. Trump, ufano por el buen fin de su estrategia y para aparentar una calculada distancia con Putin, publicó un decío tuitero en el que amenazaba con aranceles y sanciones a Rusia en tanto no detuviera la guerra.
Hasta aquí los hechos. Toca hablar de mis deseos pues hoy me siento licencioso y quimérico a partes iguales. Verán. Defiendo la vida de mis iguales desde el mismísimo instante de su concepción hasta el último hálito. Resulta chocante que los ya nacidos decidan sobre el derecho a nacer de un no nacido. Por no mentar a los férreos detractores del aborto pero de gatillo fácil. Maridan lo divino y lo castrense con sorprendente facilidad. Nada tengo contra los ejércitos. Son un mal necesario para un mundo enloquecido y una bendición en tiempos de paz ¿Qué habría sido de Europa sin la intervención de Estados Unidos y de la URSS en la II Guerra Mundial? ¿Hasta dónde habría llegado Hitler? ¿Por qué vamos de pacifistas y cuando truena nos acordamos de Santa Bárbara; es decir, del Tío Sam? Para no caer en una demagogia e hipocresía superlativas, conviene responder a estas preguntas con sinceridad.
Ahora déjenme soñar un poco pues si, como según parece, la paz depende del equilibrio de fuerzas, hagamos que esas fuerzas estén igualadas a cero. En esto de la vida y dignidad del prójimo soy claro. Propongo una deserción de los soldados a nivel cósmico. De todos sin excepción. Desde el más raso al oficial de mayor graduación. Si Putin, Trump, Xi Jinping, Benjamín Netanyahu o cualquier otro quisiere pelear por quítame estas pajas, que queden al alba para batirse en duelo o a hostia limpia. Desprovistos del eventual recurso de la fuerza, les quedaría la razón o lo ya apuntado. Sospecho que tirarían de la diplomacia pues, por lo común, los líderes pendencieros desprecian la vida ajena con la misma pasión con la que se aman a sí mismos. Los tropecientos trillones de dólares, que hasta ahora se emplean para la muerte, se dedicarían a la vida; es decir, a la sanidad, a la educación, a socorrer a los más necesitados, a erradicar el hambre y la sed de este mundo. La dialéctica de la guerra, lejos de resolver conflictos, engendra odio y resentimiento que antes o después regresan como un búmeran. Nada hay más peligroso que el palpitante rescoldo de un daño colateral; eufemismo bastardo para encubrir el asesinato de inocentes a sangre fría. Aunque la teología y las ciencias morales no acaban de ponerse de acuerdo, entiendo y justifico el uso de la fuerza cuando es la propia vida y la de los tuyos las que están en juego. Como también disculpo las llamadas guerras justas según el significado y alcance conceptuales marcados por la teología de la liberación. La pobreza, miseria y ausencia de libertad extremas de nuestros semejantes no deben ser vistas, desde nuestras confortables vidas, como hechos inevitables. No creo que Jesús vea con malos ojos que alguien, aún arriesgando la propia vida, baje de la cruz a un pueblo que nació condenado por circunstancias tan injustas como aleatoriamente marcadas. Suscita inquietud que quien, secularmente ha animado y bendecido guerras por meras luchas de poder y/o por preservar intereses ajenos al Evangelio, condene al ostracismo teológico el uso a una fuerza legítima, proporcionada y suficiente para anticipar a los más necesitados una parte del cielo aquí en la Tierra.
Escribo en voz alta porque el alarido ayuda. Que la salud mental y física de la Tierra dependan del reparto paritario de ojivas nucleares deja poco espacio para la lírica. Me queda la prosa; onírica o cínica según el día. A cualquier orate a un maletín nuclear pegado le bastaría pulsar el botón para hacer desaparecer lo que a Dios le costó una semana construir.
Dios se vino muy arriba cuando decidió darnos libre albedrío. Así, a granel, sin discriminar a canallas de juiciosos. Que Dios persone mi ceguera y los hombres mi deliberada ingenuidad pero es que dejar de soñar en voz alta es, en gran medida, morir a destiempo.