El Valle y el Barranco
Este texto surge como respuesta a una reflexión compartida por un amigo en una red social. Su tema es el Valle de los Caídos, un lugar donde la memoria, el respeto por los muertos y la dignidad de sus restos se entrelazan en el debate.
Para los cristianos, el cuerpo es el templo del Espíritu Santo y merece un trato digno. Sin embargo, cuando no hay un lugar donde rezar junto a los seres queridos fallecidos, cuando sus nombres se desconocen, cuando los restos están amontonados en un osario sin consentimiento… La fe cristiana señala un camino claro: cada vida humana tiene un valor incalculable y una dignidad sagrada. Olvidar esto, ignorar a quienes buscan justicia y no venganza, justicia, para sus seres queridos, es dejar de lado una obra fundamental de misericordia.
Jesucristo nunca enseñó a pasar página ante la injusticia. Y pocas cosas son tan injustas como la desaparición de miles de personas sin que sus familias sepan dónde están sus cuerpos. Avanzar, perdonar, amar… sí. Pero nunca a costa del olvido.
El abandono físico del lugar genera tristeza e indignación. La hierba crece sin control, las grietas avanzan, las goteras advierten sin que nadie actúe. Ante este escenario desolador, el creyente clama al cielo, mientras la tierra reclama justicia.
En la basílica, entre rezos y confesiones, yacen cuerpos aún sin identificar. Algunos observan con impotencia el deterioro, como si algo les arrancara trozos de corazón. Otros, al entrar, sienten la tristeza profunda de un canario enjaulado, cuyos gritos ya nadie escucha. Manos invisibles golpean el cristal del olvido, implorando atención. Y muchos lloran, aunque sus lágrimas no sean visibles.
Hay quienes eligen apelar al amor por todos los muertos, soplar sobre la página de la historia y aferrarse a una versión única de los hechos. Algunos beben su tesis como verdad absoluta y queman aquellas que contradicen su visión. Al final, lo que repiten ciertos grupos se convierte en dogma: Lo ocurrido ya no importa. Pero la verdad es que sí importa. ¿Cómo hablar de «desenterrar» cuando ni siquiera sabemos dónde buscar?
El marido muerto
Créeme cuando te digo que, ni en la vida, ni en la muerte, ni en la resurrección-ahora que en lo físico solo soy un hueso suspendido en el aire-nunca albergué odio.
Por mí, amado, no temas disputas, venganzas ni conflictos. Bastante ha habido ya.
«Llévame, cristiano, al cementerio de mi pueblo, junto con mi esposa. Ella reza mirando a las nubes, sin saber que estoy aquí, justo debajo de donde tú rezas. Díselo, si puedes, esta misma mañana.»