El primer cine de Val del Omar en las ‘Misiones Pedagógicas: Fiestas cristianas y profanas’ en Lorca, Cartagena y Murcia

Javier Mateo Hidalgo

Uno de los redescubrimientos más gozosos que ha experimentado el ámbito de la investigación fílmica en las últimas décadas ha sido el de la figura del deslumbrante José Val del Omar. Su carácter inquieto y multidisciplinar hace que su definición como mero “cineasta” resulte reduccionista. Y es que la personalidad del granadino le llevó a realizar incursiones en campos tan diversos como la técnica, la poesía, el collage o la pedagogía. Este humanismo fue el que le hizo embarcarse, junto a otros coetáneos, en un proyecto liderado por Manuel Bartolomé Cossío y auspiciado por el gobierno de la República en la España de los años 30 del pasado siglo. Conocidas como ‘Misiones Pedagógicas’ llevaban a los distintos pueblos de la península de la geografía española los elementos culturales más representativos, tales como el arte, la música, la literatura, el teatro y, cómo no, el cine. Con ello, se pretendía educar a la población más desfavorecida en aquellas regiones deprimidas de la península. En esta labor participaron intelectuales de la talla de Luis Cernuda, María Zambrano, Federico García Lorca, María Moliner, Alejandro Casona, Carmen Conde o el propio Val del Omar. Este último se encargaba de la parte cinematográfica, organizando las sesiones de cine en los pueblos, pero también fotografiando y filmando las propias actividades de las Misiones Pedagógicas, así como registrando en documentales las diferentes festividades celebradas en las distintas regiones españolas. Así lo muestran los testimonios cinematográficos de esta época que han llegado hasta nuestros días. Entre 1931 y 1935, Val del Omar realizó centenares de fotografías y una cuarentena de películas documentales. Aunque muchas de las fotografías fueron publicadas en las Memorias del Patronato de Misiones y en la revista de la Residencia de Estudiantes, actualmente casi todas las películas están todavía desaparecidas. Las que se conservan fueron custodiadas por Cristóbal Simancas (ayudante y amigo de Val del Omar) durante toda su vida, y donadas en 1994 a la hija del cineasta, María José Val del Omar. Se trata de tres documentales rodados por José Val del Omar en Murcia entre 1934 y 1935 titulados Semana Santa en Lorca y Cartagena, Semana Santa en Murcia y Fiestas de Primavera de Murcia. Además, hay que añadir otro documental titulado Estampas 1932, donde puede verse el periplo de las Misiones, desde sus viajes hasta su llegada a los pueblos, con la instalación y montaje de sus espacios educativos, incluyendo el cinematográfico.

El interés que suscitaron en las Misiones estas festividades murcianas provenía de su importancia histórica, pues ya habían sido filmadas anteriormente durante el periodo silente. Es por ello que, como afirman Joaquín Cánovas e Isabel Durante, estas películas representan un documento único de indudable interés histórico, artístico, etnográfico y antropológico. Las procesiones lorquinas se habían diferenciado tradicionalmente de otras del sureste peninsular por sus cortejos de escenas bíblicas vivas, sus grupos de infantería romana y comparsas, jinetes, cuadrigas y carrozas alegóricas, el empleo de ricos tejidos bordados o la reseñable presencia femenina como muestra de la participación popular. Todo ello queda recogido en los documentales, filmados con evidente afán didáctico, reflejando las costumbres y tradiciones populares de la cultura española, a modo de museo de imágenes en vivo del patrimonio inmaterial (murciano, en este caso). Así pues, asistimos a celebraciones, lugares y monumentos relevantes, como la salida de la procesión ante la desaparecida iglesia de Nuestro Padre Jesús, en la Plaza de San Antolín de Murcia, la procesión conocida popularmente como “de los coloraos”, la procesión nocturna de la Cofradía del Prendimiento (o de los “californios”), así como los actos más típicos de las Fiestas de la Primavera murciana, como el Bando de la Huerta, la Batalla de las Flores o el Entierro de la Sardina.

Entre 2003 y 2008, Gonzalo Sáenz de Buruaga y Piluca Baquero Val del Omar promovieron la restauración de estas películas, llevada finalmente a cabo en colaboración con la Fundación José y María José Val del Omar, la Dirección de Proyectos e Iniciativas Culturales y la Consejería de Presidencia de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. Gracias a esta iniciativa, el público interesado ha podido acceder a una parte de la historia cultural española indispensable, así como a una parte sustancial del legado fílmico de Val del Omar. Como el propio Román Gubern explica en Val del Omar, cinemista, si bien esta figura inclasificable inicia su periplo en el cine con la filmación de un largometraje que él mismo destruyó al no convencerle su resultado (En un rincón de Andalucía se titulaba), las filmaciones de las Misiones pueden considerarse como aquellas primeras experimentaciones que llevaría a cabo en el ámbito del séptimo arte. En ellas pondría a prueba distintas propuestas de tipo estético que posteriormente veríamos en su primer film propio, Vibración de Granada (1935) y, sobre todo, en su obra más ambiciosa y reconocida, realizada entre 1952 y 1981: Tríptico elemental de España, compuesto por los films Aguaespejo granadino, Fuego en Castilla y Acariño galaico, y cuyo segundo título mereció ser premiado por sus efectos técnicos en el Festival de Cannes de 1961. Todo un “artista de la cámara”, como lo calificaría su amigo Cernuda, cuyo pulso estético y sensibilidad producirían un cine que su propio creador denominó como “cinemístico”: unión de cine y mística, una propuesta que iba más allá de las imágenes, buscando aunar la trascendencia humana, el misterio de la naturaleza y la confluencia de los cinco sentidos, asistiendo a lo que podría denominarse como “milagro cinematográfico”.

Su montaje podría considerarse hasta cierto punto eisensteniano, buscando interpelar al espectador mediante distintas sensaciones generadas a través de las imágenes. Para hacerlas dialogar entre sí, se valdría de la intercalación de distintos puntos de vista de una misma realidad fragmentada: los planos generales del evento narrado y los planos subjetivos de detalle de los elementos que participan en él. Así, se funden distintas imágenes que, aunque aparentemente dispares, encajan perfectamente en el mosaico: vistas aéreas a modo de despertar del lugar previo a la celebración, feligresas que lucen mantilla, un mendigo que pide a la salida de la iglesia, mujeres que bordan algunos vestidos que se lucirán en las fiestas, algunos participantes disfrazados de soldados, demonios o ángeles, multitudes a la espera en el recorrido, rótulos de diferentes tiendas, intertítulos poéticos que complementan las imágenes, niños asomados para contemplar el espectáculo, tallas icónicas de la imaginería murciana como la María Santísima de los Dolores que parecen cobrar vida, lemas enigmáticos bordados como “Quién como Dios?”, rostros expresivos del pueblo humilde, la majestuosa catedral murciana, la  transición crepuscular hacia la noche, la confusión entre las luces de las velas procesionales y los reflejos brillantes del agua del mar. Todo un marasmo ordenado inteligentemente en un montaje cuidado y poético que plantea a un espectador activo su propia reflexión.

El trabajo de restauración reciente es más que acertado, pues añade a las imágenes un factor musical e incluso sonoro, que complementa a la perfección sin ser meramente ilustrativo. En este sentido el trabajo del compositor Alejandro Massó es fundamental, pues su formación y espíritu clásico casa a la perfección con el tono de los filmes. En su música se advierte la influencia del misterio romántico y nostálgico de Ralph Vaughan Williams que tan acertadamente utilizó en la banda sonora de Remando al viento, el toque sereno y mediterráneo de la guitarra de Pajarico o el melancólico de los violines y violonchelos extraídos de su partitura para Juncal. A la música se añade esa otra atmósfera de sonidos ambientales como las del canto de los pájaros, el tañir de campanas, las trompetas y redobles de tambor que inician la marchas procesionales como Estrella sublime. Todo un regalo “sensorial” valdelomariano que ahora podemos disfrutar como parte de nuestra rica herencia filmográfica. Y, lo que es más importante, un testimonio vivo de las Misiones Pedagógicas que nos ayuda a conocer un poco más las tradiciones populares de nuestro país y, en concreto, las de la rica cultura murciana.

 

 

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