El niño olvidado, por José Antonio Vergara Parra

El niño olvidado

A Dios gracias, ya ha pasado este aquelarre consumista y desnaturalizado en el que hemos convertido la Navidad. Supongo, y supongo bien, que deberíamos haber conmemorado el nacimiento de Jesús de Nazaret, cuya vida y testimonio marcaron el camino para la verdadera felicidad. El nacimiento y vida de Jesús estuvieron deliberadamente marcados por lo sencillo y medular. Las escrituras reflejan a un Jesús singularmente enojado cuando los mercaderes tornaron el templo de su Padre poco menos que un bazar. Y en eso, justamente, hemos convertido la Navidad. Prostituyendo la esencia misma de aquello que decimos celebrar, sucumbimos (y de qué manera)  al voraz apetito de la más casposa y bulímica versión del capitalismo. Nada tengo contra el comercio, sobre todo si es justo y suficiente pero no hablamos de esto sino de una realidad muy distinta.

Desde el ambicionado tarareo de los niños de San Ildefonso hasta el Día de Reyes se sucede una retahíla de comilonas, cenas y efemérides varias que no hay cuerpo ni bolsillo que lo aguante. A saber. Comida y cena de empresa, obsequio para el amigo invisible, tardeo de Nochebuena, Nochebuena, tardeo de Nochevieja, Nochevieja y Reyes. Y por si éramos pocos para la fiesta, nos cuelan a  Papá Noel; ese orondo señor de barba y pelo níveos que nada, absolutamente nada, tiene que ver con el advenimiento del niño Jesús. Todo sea por elevar el esperpento a la excelencia y por la enésima coartada para aflojar cándidas billeteras.

A cuenta de ese Niño que, olvidado, dormita en algún estante de la fonda, habremos bebido como cosacos sometidos a la Ley Seca y comido como musarañas enanas que, por si lo desconocían, cada día ingieren tres veces su peso a base de insectos. Ni por un instante piensen que turrones, polvorones y roscones son los mayores peligros para la hiperglucemia. Para nada. Esquiven las películas navideñas del Tío Sam donde los suéteres con motivos navideños, su fabulosa y cromática luminotecnia, las sonrisas profiden y el espíritu navideño podrían elevarle los niveles de glucosa en sangre hasta límites letales.

Hace escasos días, Putin dibujó una metáfora universal. Según datos solventes, desde el pasado veinticuatro de febrero hasta el día de hoy, la Guerra de Ucrania se ha llevado por delante las vidas de 240.000 SERES HUMANOS (100.000 soldados ucranianos, otros 100.000 rusos y unos 40.000 civiles) El ex agente del Comité para la Seguridad del Estado de la Unión Soviética (KGB para los breves), atendiendo a un requerimiento de la Iglesia Ortodoxa, decretó una tregua desde el medio día del pasado viernes hasta la medianoche del sábado. Enternecedor. Navidad ortodoxa mediante, matar al enemigo, mientras se sacrifica al amigo, es caca. Se comprende. Transcurridas las navidades ortodoxa y hetedoroxa, ya tendremos tiempo de matarnos y jodernos la vida. La Navidad vendría a ser el paréntesis estético de una ética ignota.

Tocan dietas y compunciones económicas pues no hay demasía sin penitencia. Toca, también, regresar los pinos, belenes y adornos navideños al altillo del armario o al silencio del trastero. Ahí debieran haber quedado pues para tan prostituida pose no hacían falta estas alforjas.