El Mundial de Catar 2022 o el enésimo insulto a Dios, por José Antonio Vergara Parra

El Mundial de Catar 2022 o el enésimo insulto a Dios

El Mundial de balompié de Catar 2022 ha levantado una muy justificada ola de indignación en todo el mundo, acaso tiznada por pretéritos y clamorosos silencios.  ¿Por qué los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 no suscitaron parecida indignación? Hasta donde yo sé, en China la democracia ni estaba, ni se le esperaba ni ha llegado 14 años después. Y es que para muchos importa más el quién que el qué.

El mundial de Catar, por tanto, no merece un protagonismo exclusivo pues debe compartir sus miserias con las reiteradas ofensas a Dios y al hombre, consumadas a lo largo y ancho de nuestra Historia.

La designación de Catar como sede del Mundial de 2022 comenzó como tantas otras. Con sobornos por aquí y por allí. Nada nuevo bajo la luna negra. El Departamento de Justicia de los EEUU acusó a tres representantes sudamericanos de haber recibido corretajes. Joseph Blatter (ex presidente de la FIFA) lanzó serias sospechas sobre Michel Platini (presidente de la UEFA) y el ex presidente de Francia, Nicolás Sarkozy. Algo sabría y pruebas tendría para verter semejantes acusaciones sobre personajes con tanto poder.

En Catar, el 80% de su masa laboral está compuesta por inmigrantes venidos de India, Pakintán, Nepal, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas y Kenia, entre otros países. Asimismo, los inmigrantes representan el 80% de la población de Catar, cercana a los 2.800.000 habitantes. Pero según datos facilitados por Amnistía Internacional, los inmigrantes representarían el 95% de la masa laboral empleada para el Mundial. Desde la nominación de Catar para organizar el Mundial de 2022, cada día ha fallecido una media de 12 trabajadores. Por la opacidad del régimen catarí, las cifras de trabajadores inmigrantes fallecidos no son del todo pacíficas. Según estudios de medios de comunicación externos y de organismos internacionales, se calcula que han fallecido unos 6.000 inmigrantes. Las razones de los óbitos son tan desconocidas como la cifra total de caídos. Supongo que muchas de estas muertes nada tendrán que ver con las obras del Mundial y supongo, de igual modo, que tras algunas de las muertes habría causas naturales, aunque trabajar en el desierto con 50 grados a la sombra de natural tiene bien poco. Esto tampoco es nuevo. El más humilde y necesitado (en este caso, el obrero inmigrante) siempre se lleva la peor parte. En Catar y donde quiera que mire la rosa de los vientos.

Mientras los peloteros patean el balón y medio mundo anda ensimismado en sus pantallas televisivas, allende los estadios, las mujeres cataríes, desprovistas de su dignidad como hijas de Dios, viven bajo la tutela de un varón. El padre, abuelo, hermano o esposo, según los casos, decidirán si la mujer tutelada puede casarse, viajar o estudiar en el extranjero, trabajar en determinados oficios o someterse a terapias reproductivas, por ejemplo.

Extramuros de los fastuosos estadios cataríes, la homosexualidad y la infidelidad, mediando matrimonio, son conductas penalmente tipificadas. Y si una señora catarí se divorcia de su esposo que se vaya olvidando de la tutela de los hijos, si los hubiere.

Tiempo ha que el balompié, por las retribuciones obscenas de sus más rutilantes estrellas y por tantos hechos luctuosos, dejó de interesarme lo más mínimo. Me trae sin cuidado este Mundial y poco o nada me importa quién lo gane.

Se me ocurre que entre partido y partido, los hinchas españoles desplazados a Catar podrían hacer algo de turismo. A unas pocas horas de viaje, concretamente en la isla de Nurai de Abu Dabi, el Demérito ve pasar sus días en una villa exclusiva de 1.700 m2 valorada en unos 11 millones de euros. Siempre ha habido categorías. Al exyernazo le tocó una cárcel de señoras y señoritas y al suegro un destierro golfopérsico en clase business plus ultra. Mas si la diosa de la Justicia señalare a un plebeyo como usted o como yo, más nos valdría aviar el macuto para Campos del Río o Soto del Real.

El Mundial de Catar es el enésimo testimonio de una dura realidad. El dinero es el auténtico dios de este mundo. Un dios que compra voluntades y anestesia consciencias. Un dios que nihiliza y relativiza el amor, la justicia, la dignidad y la libertad. Un dios menor pero extraordinariamente seductor que cuenta sus batallas como conquistas. Somos hombrecillos y mujercicas chicos, sin fuerzas ni resortes para cambiar el rumbo de la Historia pero se espera de nosotros, al menos, que mantengamos nuestra DIGNIDAD. No sé si Dios, el verdadero, se conformaría con esto, pero algo es algo.

El pasado jueves 24 de noviembre, en compañía de mi hermano, asistí a un concierto de órgano en la catedral de Murcia, a cargo de la virtuosa hispano-checa Lucie Záková. Verdad y belleza jalonada de silencios y respeto; piedras santas que, como los infinitos lamentos del hombre, absorbían el lenguaje de Dios. Paz, mucha paz. No aspiro a nada más; tampoco a menos.