El misterio literario de la muda

Os presentamos un nuevo misterio literario. Atreveos a encontrar la solución al enigma y enviad vuestras respuestas a redaccion@cronicasdesiyasa.es

María Parra

Siempre me ha gustado adentrarme en los recovecos del pasado de este pueblo, siempre he disfrutado caminando por los apasionantes desfiladeros de su historia, de una historia, como la de todos los pueblos, salpicada de hechos gloriosos y tristes, de triunfos y decepciones, de victorias y derrotas, como la vida misma.

Porque los pueblos, como las personas tienen vida, y corazón y alma. Y, por ello, se alegran y se entristecen, se ilusionan y se desaniman,  sueñan y lloran. E incluso, adelgazan y engordan, se hacen grandes en algunas épocas y pequeños en otras, cuando queda su población diezmada.

Y Cieza, esa población heredera de la antigua Siyasa, no ha sido ajena a estos cambios en los latidos de su vida, ya muy larga.

Ahora que la jubilación me ha regalado tiempo libre, disfruto adentrándome en nuestra historia para conocer estos vaivenes en el desenvolvimiento de la vida de los míos, de mis antepasados, de los que hicieron posible que yo viera la luz aquí, en este rincón del valle, y que aquí fuera encontrándome conmigo mismo y con todos aquellos que comparten este origen del que estoy tan orgulloso.

Esta afición por escudriñar en los entresijos de la Cieza de siempre me hace recorrer con frecuencia aquellos rincones de mi pueblo cargados de historia. Y es por ello por lo que, de vez en cuando, con estas piernas ya torpes, cambio mi tranquilo paseo diario por el río por la subida a esos restos salpicados de pasado y de magia. Y es entonces cuando recreo en mi imaginación la vida doméstica de aquellos pobladores de esta montaña que ha sido desde siempre la mejor fortaleza y defensa de este pueblo. Y, a pesar de que hayan transcurrido tantos siglos, cuando cierro los ojos y me dejo acariciar por el viento, aún creo oír el eco de los rezos de estas gentes mirando a La Meca adorando a su dios con fe y devoción.

Pero, aunque la visita a este paraje es esporádica, no lo es mi paseo por el casco antiguo de mi querida Cieza, que rezuma también historia y vivencias de un pasado apasionante, pues casi diariamente recorro estas calles intentado con mi imaginación revivir gentes, situaciones, episodios…que han tenido lugar en el devenir de los siglos.

Me gusta pasear, especialmente al atardecer, por estos rincones donde se fue fraguando la Cieza cristiana en torno a la ermita de San Bartolomé, construida con adobe y leyendas.

Pocas estampas tan bellas y apropiadas para la reflexión como el contemplar el río y su valle cuando cae la tarde sentado aquí en el Muro.

Y, al igual que en Siyasa mi imaginación viaja a aquel pueblo rezando con vistas a La Meca, aquí recreo en mi mente aquellas gentes de fe cristiana que llena la ermita en un Viernes Santo abrileño allá por 1477. Han vivido una cuaresma intensa con fervorosos sermones a cargo de elocuentes frailes predicadores que han llegado a los corazones de los ciezanos con mensajes que llamaban al arrepentimiento, a la confesión de los pecados, a la práctica de duras penitencias y a otros sacrificios para purgar las faltas cometidas.

Cerca de la ermita, una escultura en bronce eterniza el recuerdo de una fecha trágica. La Muda. A veces me gusta ponerme frente a ella y observar su figura casi real, pues la expresión de su rostro denota la angustia que debió vivir al ver venir al enemigo forjado en la batalla, mientras que su pueblo, sus paisanos, ajenos a aquella terrible amenaza, celebraban en la iglesia la muerte de su Redentor. Entre la violencia de unos y la pasividad de los otros, aquel día aquella mujer sufrió y necesitó echar fuera más que nunca su voz.

Intenta gritar y sus cuerdas vocales, sin movimiento desde que nació, no responden al principio, pero tanto empeño y fuerza emplea que al final, con la cara encarnada y sudorosa, sale de su garganta rota un sonoro grito que pone en guardia a sus paisanos frente al enemigo proveniente de tierras granadinas. Y ese “¡Moros vienen!”, las únicas palabras que salieron de su boca a lo largo de su vida, fue esta la mejor defensa para una población que estaba cumpliendo con las obligaciones de su fe cristiana.

Hoy, varios siglos después de aquel 6 de abril de 1477, su estatua la presenta de pie, con su ropaje movido por el viento, su boca abierta y su rostro, a pesar de estar petrificado, ha cobrado la transformación que ejerce un profundo miedo y una dolorosa impotencia.
Pero fue en uno de esos atardeceres en que paseo junto a ella, sin nadie a mi alrededor, pues era una tarde lluviosa, cuando al llegar junto a la figura de bronce me quedé casi convertido yo en estatua también, pues encontré a la Muda de rodillas rogándole al cielo, como si quisiera suplicarle a Dios que no ocurriera la catástrofe que se avecinaba. No daba crédito a mis ojos. Mi respiración se aceleró. Nadie más que yo vio el fenómeno que apenas duró un momento, pues cuando aligeré el paso todo lo que pude y me acerqué, enseguida volvió a su posición inicial.

Me volví a mi casa sin mirar atrás, con sorpresa y temor al mismo tiempo. Esa noche apenas pude conciliar el sueño. Cuando lo conseguí, se entabló dentro de mí una feroz batalla entre las tropas granadinas y aquellos pobres ciezanos que salían de la ermita asustados, como en aquel 4 de abril de 1477, tan lejano y tan cercano al mismo tiempo.

¿Realmente tuvo lugar aquel fenómeno en la estatua o fue fruto de su imaginación? ¿Alguien más pudo verlo también o no hubo más testigos?

¡Anímate a encontrar la solución del enigma! Envía tus respuestas a redaccion@cronicasdesiyasa.es.

 

 

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