Miedo
Después de la tormenta siempre llega la calma o, al menos, la atmósfera no asfixia tanto, y nos suele dar una fase de tregua. Y por desgracia, ahora se está abusando sin control alguno de una pausa que es circunstancial para nuestra salud.
Durante el confinamiento, supuestamente, habíais aprendido a valorar cada minuto de vuestras vidas; presuntamente, íbais a cambiar; hipotéticamente, íbais a luchar por dignificar derechos tan esenciales como la Sanidad o la Educación; además de aprender a usar los servicios sanitarios de manera lógica. Pero de lógica nada. Hace unos días, me confirmaba un enfermero que de nuevo han vuelto esos pacientes que se dedican a dar por saco, yendo a Urgencias para gilipolleces. Él fue más diplomático en sus palabras; el matiz tosco lo uso yo para haceros ver que, de nuevo, se colapsará Urgencias.
Sin embargo, y a pesar de haberos impuesto una serie de mandamientos al modo del imperativo categórico kantiano, una vez pasada la tempestad, seguís siendo las mismas personas indisciplinadas.
El ser humano es negligente por naturaleza, y visto lo visto estos últimos días, no es que tengamos lo que nos merecemos, es que deberíamos tener más, por muy cruel que suene. Demasiado benévolos están siendo los responsables políticos (esos que han sido juzgados de “genocidas” y contrariados constantemente por la política de oposición) con los ciudadanos que están teniendo la desfachatez de insubordinarse contra la ley.
Y cuando empiezan a asomar los primeros rayos de sol, a muchas personas se les antoja (y eso que el embarazo ha durado pocas semanas) salir a los bares y visitar centros comerciales y playas de manera desquiciada.
Y que conste que no estoy juzgando a las personas que han elegido o hemos elegido estos destinos de manera precavida, porque ¡ojo!, la economía tiene que resurgir. Por tanto, leed bien esto: estoy criticando a los caraduras que han llegado a la conclusión de que todo ha sido un engaño y de que ya se puede hacer vida normal, haciendo lo que les ha dado la real gana durante y después del confinamiento.
Y ahora es cuando la expresión de “hay que respetar” empieza a cuestionar su sentido. Soy la primera que respeta cualquier actuación políticamente correcta (y no por esto estoy dando lecciones a nadie, porque es un tema que no me compete, ni soy ejemplo de nada) pero, de lo que no hay duda es de que la gran falta de respeto la habéis cometido los que habéis hecho botellón; los que os habéis subido a lo alto de la montaña a hacer deporte y a echaros fotitos; porque solos no habéis ido, aunque se decretara al principio “deporte de manera individual“; los que os habéis puesto la mascarilla en el codo o a modo de collar; los que habéis participado en fiestas clandestinas, y por ende, ilegales. Y así, sucesivamente.
Han apelado desde el minuto uno a la coherencia, a la responsabilidad, a la obediencia y, ¿qué es lo que han hecho los listos de turno sabelotodo? Desobedecer.
A mí me jode que han estado haciendo de la queja su estilo de vida día tras día, ejerciendo, por supuesto, el derecho a expresarse libremente, para que ahora sean los que se coloquen sus mejores galas y disfruten de la velada, colgándose la mascarilla en el codo. Total, si pase lo que pase, la culpa es absolutamente de Pedro Sánchez y del incompetente que debería, según una amplia opinión popular, haber sido destituido, Fernando Simón. ¿La consecuencia? El rebrotar nos va a volver a condenar.
Sí, de momento focos controlados; sin embargo, en ciudades de Huesca, retrocediendo fases; en ciudades de Reino Unido, confinando a poblaciones de 300.000 habitantes; en Brasil aumentando contagiados y víctimas mortales.
¿Pesimismo? No, pura realidad. ¿Amargura? Menos aún. Pero sí miedo. Miedo a caer en una cama con un tubo metido por la boca, así como a las severas secuelas, miedo a perder a seres queridos, miedo por la vida tan preciada de nuestros sanitarios (los cuales tienen que estar asustados, cabreados y desesperados), miedo porque estas eminencias no puedan hacer frente a un rebrote debido a su flaqueza física y emocional, miedo a que se tenga que decidir a quién hay que ponerle un respirador. Esto no está siendo una broma, y si os habéis echado las manos a la cabeza por las víctimas mortales que ha habido, que no es para menos, responsabilizaos ahora y actuad con el más estricto miramiento.
No deis lugar a priorizar, dad lugar a controlar. Y cuando estéis disfrutando sin tomar ningún tipo de medidas, acordaos de que muchas personas pueden estar debatiéndose entre la vida y la muerte; y puede ser que mañana necesiten ese respirador que tú, por imprudente lleves puesto, y que tal vez no lo merezcas de la misma manera que aquel que sí se está sacrificando por el bien de la Humanidad.