La obra es un manual de arte con rigurosa y nutrida documentación
Rosa Campos Gómez
“Era la hora, el cierre de la Catedral era inaplazable. El sacristán, Eduardo Gassó, alcanzó el manojo de llaves del que se solía acompañar en su recorrido último antes de echar el cerrojo, central y definitivo, a la puerta de las Cadenas”, así empieza El ladrón piadoso, de Felipe Julián Hernández Lorca. Una manera muy sugerente de iniciar el desarrollo de esta novela que despierta la curiosidad por conocer todo el trasiego de un hecho real que nos introduce en la historia de nuestra Región, con conexiones que alcanzan lo nacional e internacional, partiendo de ese tiempo que corresponde a la noche del 7 al 8 de enero de 1977, y de ese espacio concreto que es la Catedral de Murcia, donde se ejecutó el que fue denominado “el robo del siglo”, refiriéndose a la sustracción de joyas de la Virgen de la Fuensanta (corona y rostrillo de la Virgen y corona del Niño, entre otras piezas) y la cruz pectoral del Cardenal Belluga, cuyo valor estimaron en 300 millones de pesetas.
No hay que olvidar que este suceso ocurrió por la coyuntura que aportaba el que esa noche de enero llovía torrencialmente y los ladrones aprovecharon la soledad de la calle, y que el andamio para la restauración de la capilla de los Vélez estaba montado, facilitando la penetración en la catedral y que se hicieran con el “botín” religioso.
Felipe Julián Hernández Lorca (Molina de Segura, Murcia, 1947), es Licenciado y Doctor en Periodismo, responsable de Comunicación del CEBAS-CSIC, presidente de la Asociación de la Prensa de Murcia y profesor de Periodismo de la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Murcia. Además, es autor de una docena de libros, artículos de investigación y ensayos sobre prensa y política.
El ladrón piadoso es su primera novela y está escrupulosamente referenciada por toda la hemeroteca instalada en lo material de su archivo y en su memoria personal de periodista de investigación, que ha sabido conjugar perfectamente con la pedagógica de profesor universitario y la de escritor. Todos estos vínculos han generado una riqueza de contenido que nos permite conocer y comprender mejor los diferentes contextos.
Para adentrarnos en esta historia el escritor nos ofrece una narración centrada rigurosamente en la información de hechos y de personajes relacionados con estos desde diferentes áreas, y también desde la perspectiva de dos personajes de ficción: Carlos Moravia y May Romero; con todos ellos iremos conociendo un vasto número de robos en diferentes épocas y lugares, además de acontecimientos que nos son comunicados con lo que envuelven: interés emotivo, humanista e histórico-artístico, y salpimentado con un toque de humor cuando hace falta.
Algunas de estas cuestiones:
A la Virgen de la Fuensanta, que abandonó el monte por primera vez para visitar la catedral en 1694, la precedió en el patronazgo Santa María de la Arrixaca, con la que se mantuvo un “pique” para ver cuál de ellas traía las lluvias en periodos de sequía. Las rogativas dedicadas a la Morenica las trajeron en abundancia durante años, por lo que en 1731 se la declaró como única patrona.
En 1706 sale el primer periódico regional del que se tiene noticias, la Gaceta de Murcia.
En 1977 en la catedral no había inventario de los bienes artísticos, ni ningún tipo de alarma, la primera se instaló quince días después del robo, le siguieron otros museos diocesanos, lo que indica que fueron pioneros en instalar este tipo de protección.
Entre los posibles ladrones implicados en la lista policial figuraban los nombres completos de todos excepto el de uno de ellos, que no lo incluyeron porque pertenecía a una influyente familia de la ciudad.
Nos informa de la recolecta y coste de las joyas, del trabajo de orfebrería con la disposición y la clase de piedras y metales que las componen, y de la fecha de ejecución. Sabemos, además, de retablos, de lienzos, de esculturas, de artistas… De la política de la transición. De la gestión de los Departamentos para Robos de Arte en Francia, que colaboró en la recuperación de muchas obras para España -en nuestro país no se empezaron a denunciar este tipo de hurtos hasta 1977-, y de que posteriormente se creó aquí un departamento para estos menesteres.
Aporta gran información sobre Erik ‘el Belga’, ladrón de amplia y curiosa trayectoria, de la que se hicieron eco los periódicos de gran tirada entonces como Diario 16 y El País y en suplementos culturales como El Semanal. Un personaje cuya realidad supera la ficción, con una redención propia de un ladrón que deviene en ser tocado por la piedad, con milagro incluido gracias a la función de una talla robada.
Volviendo a la logística y otros aspectos:
Informa de cómo a partir de este robo se generan vías para la protección artística y se llega a la conclusión de que la Iglesia es poseedora de arte pero no propietaria, si bien esto no es nuevo, ya que quedó constatado en 1933.
Expone cómo se van generando nuevos cometidos estatales para cuidar el patrimonio religioso y que, a la par, se le pide a la Iglesia más cuidado e inversión por su parte, ya que genera ingresos a través de las visitas a sus catedrales y museos.
En estas páginas también nos aguarda una grata y fresca manera, salpimentada de humor, de describir un posible antecedente del robo de la catedral, se trata de la película Topkapi (Jules Dassin, 1964), protagonizada por Melina Mercouri y Peter Ustinov, transformando esa visualización en un acontecimiento que nos lleva de su mano, la de Hernández Lorca, al 29 de marzo de 1989 y a la primera cadena de TVE en la que se retransmitiría la entrega de los Oscar ese año, y donde una de las películas para amenizar el tiempo de espera sería la citada. Por una parte nos adentra en la semejanza que la comedia aporta como posible precedente visualizado por los ladrones, y por otra nos introduce en la comunicación cultural relativa a las películas que ese año ganaron los Oscar, y también de la española que no lo consiguió: Mujeres al borde de un ataque de nervios; a la que suma una reseña biográfica, admirable por lo concisa e ilustrativa, sobre Melina Mercouri, actriz y política.
Informa de las exposiciones ‘Las Edades del Hombre’ y ‘Huellas’ -de valioso recuerdo para los murcianos esta última-, que acercaron al pueblo la riqueza del patrimonio del arte sacro.
Hace importantes referencias al arte robado y que es recuperado, como el caso de ‘La Gioconda’, o el de las obras de Picasso devueltas con particular mediación del sacerdote y escritor José Luis Martín Vigil.
Asimismo, nos acerca a nombres de peso en la recuperación de arte, entre ellos el de Richard Ellis, fundador del Escuadrón de Arte y Antigüedades de Scotland Yard, que rescató el cuadro ‘El Grito’, de Munch.
Volviendo a Murcia, compartimos algunas breves pinceladas más de todo lo que se nos ofrece en este libro, como que el origen de la imagen de vestir de la Virgen de la Fuensanta se sitúa en el siglo XVII, y corresponde a la que era llamada Nuestra Señora de las Fiebres; y que otra noche de enero, pero de 1873, se produjo el primer robo a la virgen, esta vez en el Santuario del Monte -tanto las descripciones arquitectónicas de la Catedral de Murcia y su entorno, como las del santuario y la vista desde el monte del paisaje murciano son de muy grata e instructiva lectura-.
Nos acerca a Antonio López, artista jumillano que creó la ‘Nueva Hostelería’, junto a su socio Antonio Hernández, con la apertura de La Granja, un bar donde el barroco con decoración religiosa estaba presente -local que atrajo a Rosa Montero y Vázquez Montalván, con sus consiguientes artículos-, y del ‘Juan Sebastian Bach’, abierto en suelo palaciego y valenciano.
Las obras de arte religiosas, y sustraídas -unas veces con ánimo de lucro y otras por el mero placer de contemplarlas en recintos privados y particulares-, han decorado espacios de ocio, por lo que esta novela, en palabras de su autor, configura en su título a un personaje que los engloba.
Cita en las páginas finales a JMRC y AGG -molinenses ambos-, estudiantes de Historia del Arte de la UMU que, con su investigación, hallaron la cruz pectoral del cardenal Belluga.
Felipe Julián Hernández Lorca nos confiere con El ladrón piadoso algo importante en forma de libro: un manual de arte con rigurosa y nutrida documentación, más una asociación de ideas que es una clase magistral de cómo hacer amena e ilustrativa cualquier investigación, ya que nos conducirá inevitablemente a ensanchar con agrado esa cultura general tan necesaria.
*El libro El ladrón piadoso, de Felipe Julián Hernández Lorca, fue presentado por Joaquín Salmerón Juan, director del Museo de Siyâsa, en cuyo salón de actos se llevó a cabo el encuentro con el autor y en el que también participé.