El instituto de los 4.000 pasos
Saludable es caminar entre 5.000 y 10.000 pasos diarios como mínimo. La OMS recomienda 10.000 para que nuestro organismo reduzca considerablemente la posibilidad de una muerte prematura. No sé si era casualidad, pero después de que el reloj ronde los 4.000 pasos mínimo sobre las dos de la tarde, cabría plantearse si este centro tiene algún programa o proyecto (entre los 1.000 que lleva en danza) de prevención de enfermedades acordado con la OMS.
Filas y filas tras cambio y cambio de clase, chitos para arriba y para abajo, con el objetivo de que se airén y de que se eviten los conflictos en los minutos de ausencia del profesorado que se desplaza de un aula a otra en cada cambio de clase. Lógico para calmar las aguas e imponer la serenidad entre los pasillos que claman al cielo con la muchachada en pleno estado de erupción; lógico para que la locura de los cambios de clase cese con esta medida.
26 años después, los pies del mismo 36 de entonces sobre las losas grises y rojizas pisan los pabellones A y E, en los que tan felices fuimos las adolescentes cuya mejor época fue sin duda la de un instituto rodeado de la naturaleza en estado puro con la arboleda que cubre parte del recinto y con la Atalaya al fondo, tan imperante y majestuosa desde las ventanas del pabellón E.
Ahora me hallo desde una perspectiva distinta, pero marcada por el afán incondicional de enseñar y de ayudar que tenían y que nos inculcaron esos profesores de los que se puede presumir que fueran tan sumamente cercanos y pródigos en sus materias (hemeroteca para recordar cómo resurgió el centro), ya viejas glorias consagradas rozando o descansando su merecida jubilación o, por desgracia, y con el sentimiento latente de que teníamos que haber coincidido, de otra vida mejor.
“Te vas a FP”. He aquí la frase por antonomasia de esas generaciones de jóvenes y de los adultos de los 90 que sin conocimiento de causa sentían especial miedo a este centro. Y como si de una jauría de hienas se tratara, hace veintiséis años esos ingenuos elevados al máximo exponente, si tenemos en cuenta que íbamos a cursar un 3º de ESO tan ordinario como el de cualquier instituto de esta Región, nos recriminaron, desbordados de prejuicios, que nosotros (en mi casa, los cuatro hermanos) nos íbamos al instituto de los vándalos que, además de aprender el germano propio de estos pueblos, constituyó y seguiría constituyendo generaciones prósperas con esos datos de aprobados en esa Selectividad que envió y siguió enviando después a la universidad a los que ahora tienen puestos humildes y considerados.
Por no hablar de la sigla que tanto vértigo, más que los cambios de la NGLE a los profesores de Lengua, ha causado en muchas personas a lo largo de las décadas de su existencia: FP. Dichosas oportunidades laborales que dio, da y ojalá siga dando la formación profesional. Se formaba con estos programas el camino de baldosas amarillas para aquellas personas que decidían enfocar sus estudios hacia el Oz del mercado laboral. Pero decían que la FP era de un estatus inferior al de los que hacían Bachillerato y, en consecuencia, también lo era el centro donde se impartía y fíjense que, ironías de la vida, ahora tienen y todo Bachillerato de Investigación.
Lo escrupuloso sobre el instituto de los 4.000 pasos está siendo casi erradicado y no es para menos si tenemos en cuenta las altas dosis de lo que mejor supieron hacer las personas vocacionales que tomaron las riendas, esas que creyeron en lo que hacían, la de de un trabajo incansable que arranca con la apertura de un centro en calle Vereda de Morcillo y que de manera contigua se ha ido desarrollando y pasando de generación en generación.
No es una utopía, aunque pueda haber excepciones como en todos sitios, es una realidad donde las generaciones docentes posteriores, que pisan este centro (mejorando, por supuesto, todo lo presente) se han empapado de la investigación, de las propuestas de mejora, de los erasmus más que plus, de los ABP y de todos los proyectos que, habidos y estoy segura que por haber, se ofrecen para la enseñanza del progreso que tanto enriquece la formación de los que deciden matricularse en esta aventura; no nos engañemos, el quid de la cuestión no es otro que renovarse o morir.
El entorno es natural, como la vida misma, y como las personas que están y pasan por aquí con ese 200% de compromiso, trabajo y lucha por una educación pública y de calidad, convirtiéndose en un hecho más que evidente que es imprescindible caminar para conseguir el objetivo saludable de construir una comunidad educativa sólida, como la que se consiguió y como la que se ha de mantener para siempre.
Se llama el IES Los Albares en el que 26 años después de la mejor elección de mis padres para nuestra educación, el velero Bergantín sigue a flote y surcando los mares de una palabra tan maravillosa como es la de la educación. La enhorabuena de mi discurso de graduación de 2º de Bachillerato allá por 2001 para los que fueron mis profesores, hoy la vuelvo a transmitir a mis compañeros.