El hablar de Cieza

Sexta entrega: la letra ‘f’, de ‘farfullero’ a ‘fulero’

Miriam Salinas Guirao

Una nueva entrega de palabras ciezanas llega. Por suerte, el hablar de Cieza es muy rico, y permite el deleite con cada vocablo de la tierra.

Y gusta que se recuperen nuestras ‘palabricas’. Que no se diga. Que se sepa de donde somos: ese tonito cantarín, hilarante y chispeante. Esos sube y baja y esas pausas lentas, detenidas, que se gustan ellas solas. Esa boca un poco más abierta de la cuenta… ¡Tú eres de Cieza!

Los ciezanos han mezclado bien unas cuantas culturas: tierra de paso y de estancia para decenas de pueblos que han ido dejando su impronta en este lado del Segura. En ‘El melocotón en la historia de Cieza’, coordinado por José Olivares, se recopilaron “las palabras que conforman parte del vocabulario utilizado por nuestros agricultores; algunas en desuso, otras en vías de serlo y  muchas de ellas  continúan entre nosotros gracias a la labor de estos profesionales que mirando al futuro no olvidan su pasado”. Iniciamos por ello un repaso al vocabulario ciezano, y lo haremos en diferentes entregas, encuadrando cada palabra en su contexto, esta vez toca la letra ‘f’.

Lo que guarda el lenguaje

La lluvia histórica que rezuma por el lenguaje no escapa. El árabe hispánico andalusí, los catalanismos, aragonesismos y murcianismos no pasan desapercibidos. Cieza, esa vista de valle resguardada por las montañas que encumbran su encanto, ha abrazado a tantas personas como señas caben. Y el hablar guarda la memoria de tantas gentes como lo terrenal borra. La Vega Alta del Segura ha sido tradicionalmente una zona predominantemente agrícola y espartera. Por ello, muchas de las palabras ciezanas se relacionan con actividades ‘del campo’. Otro trocito de la argamasa de los siglos, los sudores de los que quitaron el hambre, a pesar de la suya.

Los ‘ciezanismos’ que empiezan por la letra ‘f’

Basándonos en el meticuloso trabajo publicado en ‘El melocotón en la historia de Cieza’ (‘Argot del Melocotón de Cieza’) y contando con la ayuda de Pepe Olivares, vamos a rescatar algunos ‘ciezanismos’ que empiezan con la letra ‘f’.

Nuestro ‘follaero’ de palabras ya tiene explicación, porque un ‘follaero’ es un lío, que en Cieza a veces ocurría durante la recolección, por falta de sintonía entre los trabajadores y el propietario de la finca, aunque había ‘follaeros’, y hay, en casi cualquier parte, la cuestión es el jaleo. Sin salir de las fincas vamos a ver dos palabricas más: ‘fiote’, fiar, comprar una partida de melocotones con la promesa personal de pagarlo posteriormente y ‘fulero’ que es la persona que no realiza su trabajo de manera adecuada, en la recolección del melocotón, cogiendo las piezas verdes, dejando los maduros  o tirando mucha fruta al suelo.

Si ‘follaero’ era jaleo, ‘follón’, sigue con el alboroto. Pero ojo, también puede ser una ventosidad sin ruido. Como esta palabra viene de fuelle aquí decimos que alguien tiene el “fuelle flojo” cuando manifiesta flojera o se le escapa una ventosidad. Un ‘follonero’ es quien organiza jaleos o participa en ellos y una ‘follasca’ puede ser una persona mal hablada y de conducta poco fiable o, de nuevo, una ventosidad; con mucho olor y sin ruido. Hay que ponerle nombre a todo, qué le vamos a hacer.

Las flores alimentan en Cieza, pues luego traen el fruto. ‘Florear’ es un aragonesismo que quiere referirse a escoger lo mejor de algo. En los puestos de fruta era normal escuchar al frutero decirle a la compradora: “Nena, no florees las naranjas…”. De flor, también ‘florecido’, que es algo mohoso y ‘floripondio’, una flor grande que suele figurar en adornos de mal gusto.

Fosco’ es algo de color oscuro, que tira a negro. Así nos referimos a los días muy nublados o a las oscuras noches de invierno. ‘Fu’ imita el bufido del gato. Salir huyendo. ‘Friega’ es aplicar un ungüento en algún lugar como una ‘friega con alcohol de romero’

Y ahora dos similares en el oído pero distintas: ‘furufalla’ es una cosa de poca importancia, materia de poco peso o consistencia, y ‘furrumalla’ es una hoja seca de los pinos, el mantillo que de forma natural se acumula en el suelo de estos árboles.

Una ‘fiambrera’ es un cestón o caja para llevar el repuesto de cosas fiambres. Cacerola, ordinariamente cilíndrica y con tapa bien ajustada, que sirve para llevar la comida fuera de casa. Los que ignoran esta palabra, frecuentemente usan como sinónimo el anglicismo tupperware, que es una marca comercial. Podríamos utilizar fiambrera o tartera, como aconseja la Real Academia. Dos cosas que pueden guardarse dentro: el ‘fiambre’, que se asocia a embutidos, aunque ojo, también se llama así a algo muerto. Y el ‘filete’, que puede ser una loncha delgada de carne o pescado o, para mí, y para gran parte de mis paisanos, el filete es la caballa. Si vas a cualquier panadería en Cieza y pides un bocadillo de filete, créeme, te pondrán sobre el mostrador una lata, de las grandes, de caballa del sur, y rebanaran el pan recién hecho con el rico manjar. Pero todavía encuentro otro significado más: “Darse el filete”, besuquearse y manosearse con otra persona.

Para medir, la ‘fanega’, del árabe hispánico faníqa, medida de áridos que tiene doce celemines o la porción de granos, legumbres, semillas y cosas semejantes que cabe en esa medida. En muchos cortijos aún se conservan la media fanega y el medio celemín. También se refiere a una medida agraria, el espacio de tierra en que se puede sembrar una fanega de trigo.

En el oficio de los ‘hilaores’, un ‘ferrete’ era un instrumento metálico, o compuesto de hierro y madera, que utilizaba el hilador para sujetar los extremos de las filásticas de esparto durante la operación de corchar las cuerdas. El ferrete facilitaba el que la cuerda permaneciera tensa y girando mientras se iban uniendo o corchando los diferentes cabos con la gavia.  Procedente del argot de los hiladores, en sentido eufemístico de manera jocosa, se empleaba para decir vulva.

En el oficio de los ‘aforaores’, el ‘fielato’, es el nombre de unas oficinas municipales que se establecieron en España a la entrada de las poblaciones desde mediados del siglo XIX. Su función era cobrar los impuestos sobre algunos artículos de consumo. La palabra procede del fiel o balanza que se usaba para pesar los productos y así aplicar la tasa correspondiente. Se cobraban todo lo de comer, beber y quemar. Hablando de quemar, la ‘flama’ es la llama, una masa gaseosa en combustión, que se eleva de los cuerpos que arden y despide luz de varios colores. Eficacia y fuerza de una pasión o deseo vehemente.

Existen unas cuentas conductas bastante estudiadas en la localidad, que tienen sus nombres para describir cualquier comportamiento. Si vas de farol, serás un ‘farolero’. Esta palabra viene de faro, una caja de vidrio con una luz dentro. Ser farolero o tirarse un farol ocurre al hacer o decir algo de forma jactanciosa o sin fundamento. Un ‘farfullero’ es quien farfulla, quien  habla muy deprisa y atropelladamente o quien hace algo con tropelía y confusión. El ‘farruco’ del árabe hispánico farrúg es un gallo joven. Por lo que si te dicen ‘farruco’ te están llamando fanfarrón, que alardeas de lo que es y de lo que no es, un insolente, altanero, que te haces el ‘gallico’. ‘Falluto’ es la persona traidora, desleal, hipócrita y también un instrumento que falla, que pierde su resistencia. Hay más. Ponerse ‘flamenco’, cuando te envalentonas. ‘Fulero’, la persona falsa, embustera, o simplemente charlatana y sin seso, vamos, un chapucero, inaceptable, poco útil. Que todavía quedan más, mira: un sin ‘fuste’, es lo que no tiene sentido y un ‘follacorroses la persona que con su presencia y maneras de obrar desbarata y da al traste los acuerdos y la buena armonía de otras. También hay quien tiene buen o mal ‘fario’,  suerte, fortuna, sino, quien le da un ‘faritoste’ un trastorno grave para la salud que sobreviene de pronto a una persona y quien ‘fenece’, muere, o acaba.

Pasado este capítulo descriptivo podemos conocer el nombre de unos cuantos objetos. Una ‘faca’, del árabe hispánico fárha, es un cuchillo de grandes dimensiones y con punta, que suele llevarse envainado en una funda de cuero y solía utilizarse en la matanza del cerdo. Un ‘faldar’ es la parte de la armadura antigua que caía desde el extremo inferior del peto. También se llama así al delantal. En nuestra zona nos referimos con esta palabra a la parte inferior de la camisa. Cuando llevábamos esta parte por fuera de los pantalones nos decían: “¡Métete los faldares! No era la moda llevarlos por fuera”. Esto de los faldones y los bolsillos, tiene su aquel. Los primeros son importantes para tapar ‘los riñones’ y que no se meta el frío por dentro. Los segundos son muy prácticos para ir guardando cosas y tenerlas a mano. Por eso hay alguna que otra palabra, como ‘faltriquera’, del mozárabe hatrikáyra, que suplía la ausencia de bolsillos. Consistía en un saquillo plano con abertura horizontal o vertical, dotado de cintas cosidas en los extremos de su parte superior, con las que se sujetaba a la cintura. Se llevaba entre el delantal y la falda y era una independiente del traje. Las que servían para vestidos de fiesta se elaboraban con mucho esmero, bordando motivos de colores, adornándolas con botones y puntillas.

Aclarado el ‘follaero’, nos despedimos hasta otra nueva entrega.

 

 

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