El guardián de la voz de Federico de Arce, la brisa del pensamiento libre

El escritor presentó su último poemario en la Biblioteca Padre Salmerón de Cieza       

Rosa Campos Gómez/Miriam Salinas Guirao

El guardián de la voz (Gato Encerrado, 2021) obliga a escribir encima. Frente a la vista, el silencio arruga el pensamiento. Pensamientos de Federico que fueron y son miedos, recuerdos. La muerte permanente, la memoria, quedarse sin las palabras que mantienen, empujan y condenan al escritor.

Federico de Arce nació en Cieza. Reside en Toledo, donde trabaja como profesor de Literatura. Es un generador y proveedor cultural que se implica en muchos de los proyectos que revitalizan la vida literaria toledana.

Su trayectoria como escritor es prolífica y poliédrica, y sabemos que irá en ascendente porque conocemos su necesidad de comunicar, incluso con heterónimos entre los que destaca el poeta chino HuZi.

El guardián de la voz

“Se desangra la lengua / en la boca / la lengua se desangra”, escuece al leer los versos del último libro de Federico, el poeta chino que teme a la afasia, a morir sin palabras. Las palabras que le enseñó su madre. Palabras antes que nombres, poesía antes que tiempo, “el laberinto es el tiempo”, afirma Federico. El tiempo que ignora al contemplar la naturaleza y deslizarse al escuchar cuando escribe. Escucharse por dentro, como un ejercicio magnánimo de reconocimiento del miedo, de desterrar los sueños que agarran la voz. Porque Federico ya puede ver su niñez, y escribe poemas con la vida dormida y la muerte despierta: “Se encarna en el niño que fue / y que ya no puede morir / este misterio”. Que no os engañe lo dramático, siempre me río en algún momento leyendo las letras de Federico, porque narra con la franqueza del niño que mira limpio. Que entiende claro.

En sus obras, el escritor nacido en Cieza asegura, con voz sencilla, lo elemental: el respeto por los muertos. Porque no olvida que  “solo hay dos países / el país de los vivos / el país de los muertos”. Y se repite, a él, que escribe para que deje de doler, para que duela al escribir que: “Si estás muerto / siguen los pájaros / cantando”.

En El guardián de la voz homenajea continuamente a la madre. La ‘matria’: “En principio fue el agua sin verbo / será al final aguas / arriba de tu madre / tu imagen de hombre”. El silencio que queda, que siempre queda, se rompe con la frase más bella: “La música callada mamá / tú eres el silencio en que se escribe / toda mi partitura”

Hasta ahora, De Arce ha publicado las novelas ¿Por qué no hay una Hofbräuhaus en Toledo?, que fue, a su vez, un impulso literario para una exposición de más de un centenar de artistas en el Museo Nacional de Antropología de Madrid; La voz de El Shaday, que nos invita a pensar si cuando Abraham se disponía a sacrificar a su hijo Isacc se tuvo en cuenta la voz de Sara, la madre; y La Vieja, que culmina con “Piratas”, relato que obtuvo el primer premio en el ‘II Certamen Literario Dulce Chacón’. Varios ensayos y los libros de poesía: Miel de Brujas, Aguas arriba de mi madre, Alma de cántaro, Un mal español, Jugando a las casitas con Emily Dickinson.

Escribe sobre realidades componiendo una estética literaria muy singular, en la que cabe la tragedia y una sutil comedia. Es humanista visto desde cerca y desde lejos, es pacifista: “Detesto la violencia y el crimen. Toda mi obra tiene como único asunto su condena”.

Admira y estudia a pensadores y poetas occidentales y orientales, hasta el punto que integra sus voces en lo que escribe. Se confiesa religioso a la vez que no creyente, y esto, que es una paradoja en primera mirada, pasa a ser una percepción que puede quedar desmontada cuando lo explica.

Con El guardián de la voz, su último libro de poemas, queda la brisa del pensamiento libre. El pájaro que vuela sin contarse las alas, que sangra al mirarse, al ver que no “acaba nunca de nacer, que no acaba nunca de morir”. En él nos ofrece versos escritos sin signos de puntuación, como manera más directa de utilizar la palabra escrita, y lo hace para permitirnos a quienes los leemos, esa libertad de detenernos cuando lo estimemos para hacernos volver al verso anterior y, así, poder interiorizar con más certeza lo que esa voz nos intenta transmitir a través de versos que son pura entrega, buscando esa comunión con quienes están, desde la lectura, en disposición de esa sagrada escucha.

 

 

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