El disputado voto del señor Cayo, por José Antonio Vergara Parra

El disputado voto del señor Cayo

 «¿Sabes qué te digo? –dijo Víctor, de pronto, y su voz se iba caldeando a medida que hablaba–: Que nosotros, los listillos de la ciudad, hemos apeado a estos tíos del burro con el pretexto de que era un anacronismo y… y los hemos dejado a pie. ¿Y qué va a ocurrir aquí, Laly, me lo puedes decir, el día en que en todo este podrido mundo no quede un solo tío que sepa para qué sirve la flor de saúco? »

(de la novela El disputado voto del señor Cayo; Miguel Delibes)

¿No llega usted a fin de mes? ¿Tira de mantas de cotton y apaga la calefacción? ¿Va al trabajo en autostop por no poder llenar el depósito? ¿Le han okupado su casa? ¿Han soltado, por las rebajas, al violador de su hija o hermana? ¿Le señalan con el dedo por ser agricultor, ganadero, torero o cazador? ¿Esquilman su sudor aun después de muerto? ¿Le multan sin piedad por su solvente apariencia? ¿Cree que El Raval o El Puente de Vallecas, verbigracia, deberían ser rebautizados, respectivamente, como El Bronx I y II? ¿Atisba la negrura del futuro de sus hijos y nietos? Tranquilos que Podemos puede y el PSOE también. Y si algún empujoncito les faltase, prestos estarían los legatarios de la serpiente y la boina, los idólatras del racista Sabino Arana o los que, desde una esquerra excluyente y exclusivista, sueñan con los Països Catalans que abarcarían desde Ciudad del Cabo hasta la Región Ártica, més o menys.

Podría plantearles otras interrogantes. Por ejemplo ¿Cree algún alma cándida que, de haber gobernado la derecha en estos últimos, se habría aprobado el Ingreso Mínimo Vital o el salario mínimo interprofesional habría pasado de 736 a 1080 euros? ¿Alguien piensa que la derecha habría derogado el despido mediando la baja médica del trabajador?

Insisto; que no cunda la zozobra. Esto no es Houston y no hay problema que valga. Les cuento.

El hangar de paquidermos criogenizados (es decir, el Senado), con o sin traducción simultánea (vaya usted a saber), ha dado el visto bueno a la Ley del Aborto y a la Ley Trans. Chachi. Las chicas mayores de 16 años podrán abortar sin permiso paterno, se prohíbe el periodo de tres días de reflexión y no habrá obligación de informar a las gestantes sobre las ayudas a las que, de proseguir con el embarazo, podrían acogerse. Además de Euskal Herría y del Condado de Wifredo el Velloso, la Ley Trans reconoce la autodeterminación (en este caso de género) a las chicas, chicos y chiques de 16 y 17 años sin que deba mediar consentimiento judicial o paterno. Las terapias de ayuda (aun cuando mediare el consentimiento de la persona afectada) quedan prohibidas. Eso no es todo, amigos. El Congreso ha validado la Ley de Bienestar Animal por cuya virtud un hámster tendrá más derechos que el nasciturus. Se comprende pues el hámster, al menos, no podrá convertirse en una facha con derecho a voto, y aunque llegare a mayor no cobraría pensión. De momento. Seamos cautos.

Los asilos, eufemísticamente evolucionados a residencias para personas mayores, no dan abasto. Lo que me recuerda el apuro de millones de españoles que, con donosa ternura y entrega, recogen y embolsan las caquitas de sus canes que, según tengo entendido, jamás, nunca, bajo ningún concepto, defecan ni miccionan en aceras y fachadas de sus dueños. Un arcano que el mismísimo Iker Jiménez debería esclarecer. Está tardando.

Siempre nos preguntaremos qué contenían las maletas de Delcy Rodríguez o cuáles fueron las razones por las que el Doctor Cortaypega Causa Sánchez, de espaldas a su Consejo de Ministros, a su partido y al Jefe del Estado, remesó una misiva al Rey de Marruecos en la que, resumidamente, se plegaba a los planes marroquíes sobre el Sáhara Occidental (otrora protectorado español), abandonando a su suerte al Frente Polisario y  enojando seriamente a nuestro principal suministrador de gas; Argelia. Una jugada maestra de la política internacional que será estudiada en los liceos diplomáticos. Porque Sánchez, cuan emperador romano, anda preocupado por la Historia; por la suya, quiero decir. No sé qué dirán los libros de textos que usarán nuestros nietos. Sólo sé que Sánchez se enfrentó con hombría a un dictador fallecido hace 48 años mas, para preservar indignamente su grotesca regencia, se postró ante vivos muy vivos, enemigos ejercientes y confesos de la nación española. ¿Qué hay que eliminar la sedición y bonificar la malversación? Dicho y hecho. ¿Qué hay que adulterar, por la puerta de atrás, el ya de por sí abyecto procedimiento para repartirse los sillones del Tribunal Constitucional? No se hable más. ¿Qué hay que remover las vísceras de rencores pretéritos, ya condonados, para enfrentar a los españoles de nuestro tiempo? Hágase e hízose.

No olviden que la siniestra que hoy padecemos es la penitencia impuesta por los pecados de la derecha. Un centro-derecha que apostató del humanismo cristiano para abrazar el pragmatismo utilitarista.  El bien y el mal ya no importan; sólo la utilidad pero no para el mayor número de personas posibles sino para la organización. “Luis, sé fuerte” (Eme punto Rajoy)

Urge una izquierda como la que, con nobleza y ejemplo, enarbolaron Marcelino Camacho, Julio Anguita, Gerardo Iglesias o Julián Besteiro. Apremia, de igual modo, un centro-derecha que al  invocar a la patria no se refiera a sus tradiciones sino a las penurias del pueblo y a los lamentos de los campesinos. Que se ausente de casinos y se mezcle entre la gente. Que olvide tanta palabrería liberal y abrace la libertad profunda del hombre. Un centro-derecha, en suma, que comprenda de una santísima vez que no habrá reconstrucción de la nación española que valga si prescindimos del cristianismo y del sentido católico de la vida. Y apremian, naturalmente, hombres y mujeres que, desde aquella izquierda y esta derecha, aúnen voluntades en pos de una vida democrática, libre y apacible. Hombres y mujeres que, aun a riesgo de resultar incomprendidos o ignorados, expliciten y argumenten sus verdaderas creencias y principios; aunque no convenga, aunque no toque. Estoy convencido pues la prosa necesita del verso y una realidad próspera de cierta dosis de utopía. El temor de Dios o la más radical humildad (llámenlo como quieran) son el principio de la verdadera sabiduría del que la política, por sus implicaciones sociales, es una arista capital.  Suspiro por el día en que todos salgamos de las trincheras que algunos, interesadamente, han horadado por y para nosotros. Ansío el día en el que las distancias cortas difuminen desacuerdos menores. Y ambiciono el instante en el que por fin comprendamos que nuestras diferencias no son un problema sino la solución.