El cuaderno de Opinión de Antonio Balsalobre

Juan Antonio Martínez-Real, el primer alcalde de Cieza

A mediados de los años 70, un niño llegado de Suiza con sus padres emigrantes que volvían a Cieza para disfrutar unos días de vacaciones les dijo sorprendido: “¡Este pueblo está roto!”. Y así era. Roto urbanísticamente, pero también económica y socialmente.

Le tocó empezar a arreglarlo a Juan Antonio Martínez-Real (PSOE), abogado, a quien los ciezanos eligieron primer alcalde de la democracia, en coalición con otros dos grandes, grandísimos, concejales de la política ciezana de la Transición: el infatigable luchador antifranquista Juan Hernández, del PCE, y el veterano azañista de Izquierda Republicana José López Caballero (Pepe de Murgui), del PTE. Tres hombres de unas cualidades éticas y humanas excepcionales.

Al frente de aquel Equipo de Gobierno de izquierdas, Martínez-Real emprendió una acción municipal de gran calado que ha dejado una profunda huella en el pueblo: mejora en los servicios públicos, impulso de la cultura, desarrollo económico…

Echo la vista atrás y me viene a la memoria la noche del 3 de abril de 1979 cuando celebramos la victoria de la izquierda, tras 40 años de dictadura, con una marcha espontánea de júbilo por el pueblo. Caminaba el futuro primer edil con gravedad y firmeza, sabiendo la tarea ingente que le esperaba. Procedente del PSP de Tierno Galván, había algo en sus gestos, en su habla, en sus andares pausados, en la búsqueda de la persuasión sin estridencias, que recordaba al viejo profesor.

Juan Antonio se nos fue calladamente la semana pasada. Su gestión y su legado merecen ocupar un lugar destacado en la historia del pueblo. Nosotros echaremos de menos en el California al alcalde amigo con quien compartíamos algún vino y amenas charlas.

Entre dos sueños

Me dispongo a contemplar el cielo con otra mirada. Elijo para ello la orilla del mar, una vez caída la noche. Han ido dejando la playa los bañistas y aún no han llegado los grupos de jóvenes que vienen a celebrar sus saraos nocturnos. La luna y las primeras estrellas iluminan las aguas umbrías. La bóveda celeste, ese lugar de la eternidad para los sabios de la antigüedad, va tomando forma.

Esta noche me invade una cierta zozobra. Acabo de leer una entrevista al astrofísico francés David Elbaz y no es para menos. Con el cosmos ocurre lo mismo que con el cerebro, afirma. Cuantos más progresos se hacen, más conscientes somos de su complejidad. Me entero de que hay verdades que están cambiando, de que el universo podría tener el doble de edad de lo que creíamos, de que los agujeros negros podrían ser paridores de galaxias en lugar de sus devoradores, y de otras cosas admirables que me sobrepasan. Pero hay algo que me fascina y turba al mismo tiempo. Que existen, dice, miles de millones de “Tierras”, de planetas rocosos que podrían albergar agua líquida, y por lo tanto potencialmente habitables.

Meto los pies en el agua para despabilarme un poco y volver a esta otra realidad. Saborear un “blanco y negro” descafeinado podría ser una buena transición entre dos sueños.

Recuerdos musicales. Joan Baez: Diamantes y óxido

Para Bob Dylan era la reina del folk. De la canción protesta, que diríamos nosotros. La activista incansable, la voz de una generación que encarnó la lucha contra la guerra de Vietnam y las injusticias sociales, y cuyas cuerdas vocales desafiaban sin cesar la ley de la gravedad. Pero no vengo a hablaros hoy de eso, sino de su canción Diamond and rust, primer tema de su álbum homónimo, de 1975, que sigo escuchando con la misma fruición que cuando la conocí algún año después de su publicación. Es simplemente sublime. Y eso que narra una situación aparentemente banal: un amante que la llama varios años después de acabada la relación y al que ella le explica que ha vivido ese periodo entre altos y bajos. La grandeza de esa canción: que el amante fue Dylan, y que no hay relación humana que no vaya dejando rastros de óxido entre destellos de diamantes.