El cuaderno de Opinión de Antonio Balsalobre

La última frontera

Un familiar muy cercano con 94 años y los achaques propios de la edad quiso hace poco renovar su carné de conducir caducado. Sus hijos, por motivos obvios, se opusieron. “Papá, tú ya no estás para conducir”, intentaron hacerle entender. “¡Qué os habéis creído, procuró razonar él a su vez, que quiero el coche para ir a Madrid o a Barcelona! Yo solo lo necesito para moverme por el pueblo e ir al campo”. Stéphane Hessel publicó con 93 años un librito llamando a la insurrección pacífica: Indignaos, que movilizó a millones de jóvenes en el mundo. Y Marguerite Duras recibió el premio Goncourt por su novela El Amante a la edad de 70 años. El éxito se había hecho esperar. La pregunta que se hacen muchos en Estados Unidos es si Joe Biden no estará demasiado mayor para renovar el carné de conducir de su presidencia. Dentro de poco, la población de más de 80 años habrá crecido en España un 47,5%. El que sepa dónde se debe levantar el muro de la última frontera, que ponga la primera piedra.

Paciencia infinita

No es la primera que cuento que en los años 80, en un viaje que hice a Marruecos, me sorprendió ver por las orillas de los caminos a hombres sentados o en cuclillas, impávidos, esperando. ¿Qué esperan?, pregunté. Aguardan, me dijeron, el autobús que pasará dentro de unas horas, unos días o quizá no pase nunca. Así parecen encontrarse a escala regional los socialistas murcianos, con José Vélez al frente. Esperando, como decimos por aquí, que algún día caiga la breva. Pero la breva se resiste. Y no será porque en un momento dado no las tuvieran todas consigo. En los años de las épicas mayorías absolutas dilapidadas entre luchas fratricidas sin cuartel. Hace demasiado tiempo, desde entonces, que el socialismo murciano se ha resignado a confiar sólo en la ley del péndulo, y esa inercia lastra. Conesa lo intentó, es verdad, y casi lo consigue. Vélez, nos dice la encuesta del Cemop, solo es conocido, pese a llevar ya tiempo en la política murciana y ser “líder” de la oposición, por el 50% de la población (frente al 90% de López Miras). Y ese es un dato aterrador. Tanto más en una sociedad altamente mediatizada. ¿Para cuándo el debate sobre esta desafección? Porque la paciencia, en este caso, no es ninguna virtud.

Lo imprevisto

Como sabemos, en las elecciones europeas en Francia ha arrasado la extrema derecha. Estaba cantado, pero no por ello el sobresalto ha sido menor.  Y como hizo Sánchez tras las autonómicas y municipales, también Macron ha querido dar su golpe de mano inesperado. Ha disuelto la Asamblea nacional y convocado elecciones. Una jugada maestra, para algunos; un movimiento táctico de alto riesgo, con el que podría estar cavando su propia tumba política, para otros. La idea era pillar a todo el mundo a contrapié. A la derecha, por supuesto, pero también, y sobre todo, a la izquierda. Lo primero está conseguido. El partido gaullista Les Républicains ha implosionado. Una parte se ha unido con Marine Lepen y otra, haciendo honor a su historia, sigue manteniendo el cordón sanitario contra la extrema derecha. Lo que no podía prever el actual presidente de la República es que, ante la amenaza que se cierne sobre Francia, la izquierda insumisa de Mélenchon y la socialista de Raphaël Glucksmann, claramente enfrentadas en los últimos meses, se unirían de la noche a la mañana, junto al resto de fuerzas ecologistas y progresistas, en el llamado Nuevo Frente Popular. Esto no estaba previsto y aquí puede estar la clave de estos comicios.