No lo sé
Si viviéramos en la antigua Grecia, tanto Sánchez como Feijóo habrían acudido ya al oráculo de Delfos, junto al Monte Parnaso, a preguntarle a la pitonisa lo que les deparará la próxima legislatura. La sacerdotisa Soledad Gallego-Díaz, una de las mejores con que cuenta el recinto sagrado, se habría purificado en la fuente Castalia, realizado ofrendas a Apolo y lanzado luego a interpretar los designios de los dioses. “Has tenido una investidura dura y te espera una legislatura áspera” sería lo primero que le diría a Sánchez. “Agria, áspera o bronca, ¿durará hasta el final?”, habría querido saber el presidente. “¿Y yo, habría interrumpido Feijóo, tendré problemas de liderazgo dentro de mi partido?”
Sentada sobre un trípode, la Pitia se tomó su tiempo para responder. “Ambos estáis colgados de una rama seca. La tuya, Sánchez, que los independentistas no te dejen en la estacada. Y la tuya, Feijóo, la constitucionalidad o no de la ley de amnistía, sobre la que estás haciendo girar tu vida política”. “¿Y cuál de las dos quebrará?”, quiso saber el gallego.
La Pitonisa se encogió de hombros. “Mucho me pedís. No lo sé”. Vino entonces en su ayuda otra consejera para sentenciar: “Lo importe es que cuando una de las dos ramas haya quebrado tanto el que se vaya como el que se quede pueda decir que se ha ocupado de los problemas de verdad de este país y de sus ciudadanos”.
Chambergo
El hombre de mediana edad que estaba sentado a mi lado, de aspecto medio italiano y español, como el mismo se definió, resultó ser argentino. Ambos volvíamos de un viaje a Marsella el mes pasado en un vuelo barato. Yo de patearme la ciudad y el puerto milenario; él de asistir al épico partido de rugby en el Estadio Vélodrome en el que Argentina venció a Gales. Charlar con un argentino constituye siempre un placer para el oído y el intelecto. Empezamos hablando de rugby y terminamos parloteando de política, aunque sin entrar en profundidades. Cuando vio que compartía su pasión por este deporte, se levantó y sacó del maletero superior el chambergo que había lucido con orgullo en el partido. Un sombrero militar de otro siglo, del cuerpo de granaderos, redondo y de copa alta, con cordón decorativo y penacho. Me dijo que era dentista en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, donde hace un frío que pela casi todo el año. Me pareció muy amable y, por lo que hablamos, progresista en términos políticos. Antes de despedirnos de este viaje corto, me lanzó lacónicamente: “En las próximas elecciones tenemos que acabar con el peronismo”. Ahora creo entender en toda su dimensión estas palabras. Espero que en el interior del chambergo no fuera también la educación y la sanidad públicas, la libertad, y hasta la democracia.
¿Ni un día de gracia?
Por lo que vemos, a este gobierno no le van a dar algunos -no sé si muchos o pocos-, ni cien, ni diez, ni un solo día de gracia. Los que menos quienes lo “bastardizaron” incluso antes de nacer y andan todavía digiriendo, en una digestión algo pesada, los resultados electorales. Tipo López Miras, del que me río yo (espero que no sea con ningún “tic patológico”) cuando clama que este “gobierno carece de legitimidad moral”. Aunque bien mirado, es bueno que haya empezado a rebajar la apuesta -su partido lo ha llegado a calificar de “ilegal”-. Afortunadamente ya empieza el ácido estomacal a surtir efecto: dejamos el orden jurídico y nos adentramos en las facultades del espíritu. Sí, se desternilla uno al oír hablar de “moralidad” a quien montó la pasada legislatura el mayor cambalache político que vio la democracia en esta región, repartiendo poltronas de consejerías a tránsfugas de la ultraderecha a cambio de conservar la suya. Pero así es cierta política. En cuanto a este gobierno que ha echado a andar, diré que me agrada su agenda social, su cierto continuismo, teniendo en cuenta que el anterior lo hizo bastante bien, y su voluntad manifiesta de afrontar los retos que tiene planteado nuestro país. Permitidme que yo sí le conceda el periodo rooseveltiano de gracia y luego hablemos.