Feijóo “en modo catalán”
Viernes, 17 de enero
Lo de Feijóo y Puigdemont empieza a ser algo más que un flirteo. Y no parece que levante a las masas del PP este maridaje con quien hasta hace poco (no sé si todavía lo sigue siendo) era el caín de los caínes. Antes bien, se va extendiendo un profundo manto de silencio y discreción entre medios y dirigentes que, caducado ya el mantra apocalíptico de la destrucción de España, se avienen ahora a pactar por intereses electorales con “el golpista”.
A Puigdemont ya lo conocemos. A Feijóo empezamos ahora a conocerlo. Desde que vino del Finisterre de su Galicia natal, donde gobernaba a sus anchas, a Madrid, territorio políticamente volcánico, crisol de lo mejor y lo peor de todas las Españas, no ha dejado de hilar, trasquilar, aventurarse, enmendarse… Una montaña rusa es su deambular político en busca de una mayoría que se le escabulle como pez entre las manos.
No sé si recuerdan la canción Llorando por Granada de Los Puntos (para los más jóvenes, un grupo pop de los años 70 originario de la almeriense y medio murciana Cuevas del Almanzora). Esa que refiriéndose a Boabdil decía: “se le oye hablar, en las noches cuando hay luna en las murallas, pues su alma está hechizada por haber perdido un día Granada.
Tanto el uno como el otro tienen en común querer recuperar el poder perdido (voluntariamente o la fuerza). Y a ambos se les oye hablar, y mucho; y rectificar, también mucho. A Feijóo, pasar incluso del gallego al catalán (la comunidad que más ha visitado). El ex honorable se deja querer. Aunque no se fía. “Lo mismo quieren acuerdos con nosotros por la mañana que encarcelarnos por la tarde”, se lamentan los independentistas.
Lo segundo, aquí y ahora, si cuaja lo primero, está por ver.
Un cementerio de sueños
Lunes, 20 de enero
Hace apenas cuatro años que ocurrió, pero ya empezaba a desdibujarse en mi memoria. Me refiero a la retirada traumática de las tropas de Estados Unidos y de sus aliados de Afganistán. No tardaron los talibanes a partir de ese 30 de agosto en hacerse con todo el poder e imponer su dictadura islámica. Han pasado desde entonces tantas otras cosas terribles el mundo, entre ellas el genocidio palestino y la guerra de Ucrania, que el problema afgano ha ido quedando relegado a un segundo plano en el interés informativo.
Viene a recordarnos con toda su crudeza lo que allí se cuece el periodista Jesús Rodríguez en su magnífico reportaje Afganistán: el infierno de las mujeres, publicado en El País Semanal. Especialmente emotivo es el testimonio de una enfermera que califica a este territorio olvidado de Asia, donde los gobernantes son a la vez clérigos, legisladores, policías y jueces, todo a un mismo tiempo, como “un cementerio de sueños”. Pilares de un Estado fallido, misógino y tribal, los talibanes están perpetuando, en palabras de la ONU, un cruel apartheid de género, un delito de lesa humanidad contra 23 millones de mujeres. Esposas sin derechos sometidas a los maridos y condenadas a la pobreza y a la invisibilidad. Muchachas privadas de libertad de movimiento, obligadas a cubrirse incluso la cara y arrojadas de la educación. Mujeres todas ellas sometidas a los mandamientos dictados por el llamado Ministerio de Prevención del Vicio y Promoción de la Virtud, que castiga su incumplimiento con penas de muerte, flagelaciones públicas, tortura o cárcel.
Y, sin embargo, son ellas las que, poniendo en riesgo su vida, encabezan la oposición al régimen. La última esperanza en un infierno que ante la pasividad internacional arde con pólvora humana.
Esperpento show
Miércoles, 22 de enero
Seguí a ratos el pasado lunes la ceremonia de investidura de Trump y puedo asegurar que no daba crédito a lo que estaba viendo. Utilizando el propio lenguaje del magnate (adicto compulsivo a la hipérbole, el superlativo absoluto y la desmesura) no dudo en calificarla como la más grande farsa que vieron los siglos. En términos valleinclanescos: un burlesco esperpento show. Una impostura.
Todo es “histórico” para este personaje. Incluso, aunque él no lo diga, ser el primer delincuente convicto que jura el cargo de presidente. “Históricas” son sus predicaciones de una nueva “Edad de Oro”, sus órdenes ejecutivas de devolución “de millones y millones de inmigrantes criminales”, sus leyes “salvadoras” contra la agenda verde… Es lo que vocea o firma ante sus fieles con rúbricas megalómanas de media página en el escritorio instalado sobre el escenario del Capital One Arena.
Su diarrea verbal es incontenible y la muchedumbre extasiada aplaude a rabiar. Se rodea de telepredicadores que gesticulan, bordeando el trance, mientras aseguran tener a Dios de su lado: “Dios le salvó la vida para que salve a Estados Unidos” (me niego a utilizar la metonimia América). Por momentos el antiguo showman televisivo tiene la mirada perdida, como ida; en otros, sus ojos destilan hambre de venganza atrasada. Arropándolo, está la nueva oligarquía tecnológica de multimillonarios, con un Musk desaforado que acaba su alocución con un aparente (o no tan aparente) saludo nazi. Y junto a él, hierática, calado hasta la nariz un oscuro sombrero cordobés que casi oculta su mirada, la Dama de la Triste Figura. Enigmática, ausente y omnipresente a un tiempo. Esas fueron algunas de las cosas que vi.
“Ojalá resulte la era Trump para el mundo una aberración pasajera, no una fuente de caos y desorden”, pide encarecidamente la escritora estadounidense y Premio Pulitzer Marilyne Robinson. Que los dioses la oigan.